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Los retos del cristiano

Reflexiones Cristianas

Reflexiones Cristianas.. Lectura Biblica: Lucas 4: 1–15

INTRODUCCIÓN

Cristo vino a mostrarnos el camino hacia el Padre, por eso quiso sufrir y vencer las mismas tentaciones que todo cristiano. Esos retos cotidianos que enfrenta un cristiano son las mismas tentaciones que venció Cristo en el desierto.

El cristiano no puede pactar con el pecado, se encuentra en lucha constante y debe mantenerse en pie de guerra cada día y a cada momento (Job 7: 1), sin descansar, sin ceder a la tentación, por eso el Apóstol Pedro nos invita ser sobrios y velar “porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (I Pedro 5: 8-9).

LOS TRES PRINCIPALES RETOS DEL CRISTIANO

Jesús, en medio de su retiro y oración, enfrentó por nosotros, valientemente la tentación y al tiempo nos mostró cómo resistir y vencer esos retos de los que saldremos más fuertes y confiados en Dios.

De la misma manera que hacer ejercicios en el gimnasio refuerza nuestros músculos y nos permite utilizarlos luego en cualquier otro trabajo, así la tentación del maligno nos ejercita y hace crecer nuestro músculo espiritual.

LOS PLACERES CORPORALES

Jesús enfrentó la primera tentación que se refiere a los placeres sean placeres de la comida, como los de la concupiscencia del cuerpo. Cuando el demonio le dice que “tiene derecho” a disfrutar de cualquier placer, porque siendo Hijo de Dios puede permitirse saciar su hambre y convertir las piedras en pan, Jesús nos muestra cómo superar esas tentaciones, desde el desierto, parece decirnos: Date cuenta, cristiano, busca siempre alimentarte de la deliciosa palabra de Dios, el placer corporal sólo puede saciar tu hambre material, pero volverás a tener hambre, seguirás siempre insaciable. El único placer que te puede saciar es la Palabra de Dios. Y ante la tentación, hemos de reforzar nuestra oración y acercarnos a Dios: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4: 4).

EL PODER Y EL DINERO

El diablo, que es el padre de la mentira (Juan 8: 44) no se muerde la lengua y le dice al Rey de reyes y Señor de señores que él es dueño del poder y la gloria de todos los reinos de la tierra y que además los puede otorgar a quien desee. No sólo es chocante esta premisa soberbia y falsaria, sino que además remata la tentación con una condición aberrante: todo este poder y dinero te lo puedo regalar si te postras ante mí y me adoras.

No es extraño que el cristiano tenga que lidiar con la tentación del poder y del dinero, sobre todo cuando conseguirlo lo obliga a dar la espalda a Dios. Pues es precisamente la tentación que se le presentó a Jesús.

El cristiano sabe cómo tiene que vencer la invitación a cambiar a Dios por el poder o el dinero porque Cristo nos da una lección magistral, radical y tajante.

En primer lugar: estar dispuesto a rechazar al diablo, a sus obras, a sus tentaciones diciendo de manera cortante: “Vete de mí, Satanás” (Lucas 4: 8). Así que es una respuesta en dos partes: Por un lado rechazar sincera y rotundamente, desde el fondo del corazón al diablo. Y por otra parte, nunca buscar el poder y el dinero para un beneficio egoísta, materialista y mezquino.

El cristiano sabe que los medios materiales tienen que servir para llevar una vida digna y para ayudar a los demás cultivando la generosidad y el amor por el prójimo. Sólo adoraré y serviré a Dios, por encima de todo.

LA SOBERBIA

Disfraza el maligno la tercera tentación en forma de oración recitando la Sagrada Escritura y lo invita a condicionar a Dios, a ofrecerle una moneda de cambio; y con razones soberbias quiere que tiente a Dios mismo. Y es que el diablo astuto quiere disfrazar nuestra altanería de oración ofreciendo “razones” para exigir a Dios que haga esto o aquello.

Muy lejos este condicionamiento a Dios, de esa hermosa oración con la que Cristo nos enseñó a llamar a Dios “Padre”. La oración debe ser una petición humilde, confiada en el amor y en la infinita sabiduría de Dios. No somos nosotros los que debemos decirle a Dios qué debe hacer por nosotros.

El cristiano se llama así porque está llamado a seguir las huellas de Cristo, a cargar con su misma cruz, a imitarlo lo mejor que pueda. Y cuando se enfrenta a los retos de la vida, sólo tiene que volver la vista a la Escritura y aprender cómo vence la tentación. Cada tentación que se supera, es como un ejercicio que refuerza el músculo y lo prepara para los retos subsiguientes. Porque está claro que la lucha es la condición del cristiano para toda la vida.

© Miguel Angel Prado. Todos los derechos reservados.

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