Echando fuera el temor

2. Porque el perfecto amor ayuda a vencer los temores (vers. 17b).

Hemos dicho que el temor es lo contrario al amor. No puede haber temor en un verdadero amor. Piense en este cuadro. Si usted teme que va a perder la salvación, entonces, no ha sido perfeccionado en el amor. Si anda temiendo que su nombre va hacer borrado del libro de la vida, no has sido perfeccionado en el amor.

Si teme que el diablo lo va acosar y hacer caer, no ha sido perfeccionado en el amor. Si teme que algún hermano no lo va a saludar hoy, pensando que tiene algo contra usted, no ha sido perfeccionado en el amor. Lo cierto es que estamos rodeados de una variedad de temores que ponen el corazón en aprieto y son los causantes de mucho estrés en nuestra vida espiritual.

Este mismo versículo nos habla de un temor que genera desconfianza y es lo que tiene que ver con la venida de Cristo. Esto es, si seré juzgado y condenado, y me quedaré para su regreso. Debemos, pues, recordar que el ser perfeccionado en el amor nos libera de esta angustia.

III. EL TEMOR LLEVA EN SU NATURALEZA EL CASTIGO

En el mismo versículo 18 nos encontramos con una declaración que nos hace recordar uno de los serios problemas que tiene el miedo o el temor en nuestras vidas. Juan nos dice que “el temor lleva en si castigo¨. Es el pensamiento que anticipa que algo va a salir mal.

De allí que el temor se convierte en una sensación que presagia siempre fracaso. Muchas personas no avanzan ni toman riesgo porque simplemente creen que van a fracasar. Por eso se habla que el temor llega a ser una característica indeleble de aquellos que esperan recibir castigo.

Esto es lo que hace que muchos creyentes vivan controlados por el temor. Que aunque han conocido el amor de Dios, todavía luchan con esta sensación que no les hace del todo felices. Y es que el temor que muchas veces nos esclaviza tiene que ver con la forma como también concebimos a Dios. ¿Le teme usted a Dios porque lo ama o le teme porque lo castigara? Cristo llevo nuestro temor (Isaías 53:6).

La falta de una seguridad eterna y de una relación intima con él nos hace tener un falso temor de Dios, porque a lo mejor lo vemos como un juez, como un rey o como un legislador. Una visión así del Dios que es amor, bondad y misericordia lo que hace es esperar de él castigo en lugar de bendición. Necesitamos sacar de nuestras vidas ese concepto de Dios. No debiéramos dejar que el temor sea como la espada de Damocles que está allí guindando para caer sobre nosotros al primer movimiento. Ya el castigo sobre nuestros pecados Dios lo puso sobre su amado Hijo, y ahora vivimos en la libertad con que Cristo nos hizo libres. No hagamos del miedo un compañero inseparable, sino hagamos de la presencia de Dios la que nos da el poder y dominio propio para vivir.

IV. EL TEMOR NOS HACE VIVIR EN INSEGURIDAD DE LO RECIBIDO

1. “De modo que el teme…” (vers. 18).

En todo este pasaje donde el apóstol hace una descripción del temor o el miedo, en lugar de un temor reverenciar a Dios, es claro que había creyentes como los hay hoy que pasan por una crisis de inseguridad que puede ser vista en su fe, pero también en alguna situación emocional producto de experiencias cotidianas que le roban la paz.

Esta declaración nos muestra que hay un temor que es como una emoción de inseguridad y hay un temor que tiene que ver con la obediencia y la reverencia que le debemos a Dios. Al planteamiento de Juan “de modo que el que teme”, le sigue una respuesta que amerita ser analizada en detalle.

Si bien es cierto que ya hablamos de la perfección del verdadero amor, representado por supuesto en la persona de Dios y encarnado en su Hijo Cristo, pudiera darse el caso que hay una cantidad de creyentes que no han sido perfeccionados en ese amor. Esto nos trae inseguridad. Pero el creyente debiera ser la persona más segura del mundo. Los demás debieran ver en nosotros tal seguridad que descubran que el evangelio vale la pena vivirlo.

2. Mayor es el que está en nosotros… (vers. 4).

Un tema como este quedaría inconcluso si hablamos solo del temor humano y no tocamos la confianza que le debemos Dios. Juan ha dicho en este texto que hay uno mayor en nosotros para todas las circunstancias que nos toque enfrentar. Nos ha dicho que ese que está con nosotros es mayor que el que esta en el mundo.

El que esta en el mundo es el causante en grandes proporciones de nuestros temores e inseguridades. Pero el creyente tiene en su vida a Aquel que es poderoso para guardar nuestros corazones y prepararnos para cuando tengamos que estar en su presencia (Judas 24, 25).

Hay temores que parecieran ser gigantes que se levantan siempre delante de nosotros y nos mantienen paralizados. Pero Juan nos habla de la gran promesa con que cuenta un hijo de Dios. Nadie puede ser mayor que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y nosotros mora esa santa Trinidad. Entonces, ¿a que le tememos? Desde el Antiguo Testamento se escuchó que “Jehová pelea por nosotros como poderoso gigante”. No pases tu vida en un continuo temor ignorando al gigante que te acompaña.

CONCLUSIÓN:

Un día Jesús necesitaba pasar un rato a solas debido a su incesante trabajo. Así que se apartó a algún lugar a orar mientras sus discípulos hacían una travesía en el mar, viéndose de repente envueltos en medio de una fuerte tempestad, lo que trajo un temor colectivo.

Estando en esa condición, y mientras luchaban para traer el barco a la calma, Jesús vino a ellos caminando sobre el mar lo que duplicó su temor en lugar de traer confianza. Así que ahora tenemos toda una escena de miedo en una gran tempestad. Pero hay algo en esta historia que la hace aún más interesante.

Observe cómo el arriesgado Pedro en lugar de pedirle a Jesús que calmara los vientos, le pide a Jesús para ir hasta donde el estaba. Y Jesús, quien tiene control de todas las circunstancias, le dice que camine hacia él. Y vea lo que pasó: Pedro comenzó a caminar sobre el mar. Así que aquí tenemos al Señor que domina su universo, parado sobre el mar sin hundirse y a un mortal también sobre las aguas. Pero como era de suponer, Pedro apartó su mirada de Jesús y comenzó a ver al mar embravecido y tuvo gran temor.

Mis amados, los temores tienen varios orígenes como la tempestad o el mar agitado. Y ellos se acrecientan cuando dejamos de mirar al Señor. Recordemos, en el amor (o sea en el Señor) no hay temor. Echemos fuera el temor perfeccionando el amor. Digamos con el salmista: “En el día que temo, yo en ti confío” (Salmo 56:3). ¿Cuál es su temor? Repita 1 Juan 4:18.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Ambiente de Gracia, Fairfax, VA.

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