¿En quién tiene puesta tu Esperanza?

Pero así como nos pasa a la mayoría, en la medida que presentó sus preocupaciones a Dios, logró entender que la vida es tan breve, que no vale la pena afanarse por acumular riquezas, porque finalmente no sabremos quién se quedará con ellas (Salmo 39:5,6); que lo que más importa es entender la vida desde la perspectiva de Dios.

Es irónico que la gente pase tanto tiempo asegurando su vida en la tierra y muy poco o nada en donde pasará la eternidad. David se dio cuenta de que las sorprendentes riquezas y las tareas terrenales que nos llevan tanto tiempo alcanzar, no tienen ningún valor en la eternidad. Desnudo vinimos y desnudo nos iremos a la eternidad.

Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro Magno convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:

  1. Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los propios médicos de la época.
  2. Que los tesoros que había conquistado (plata, oro y piedras preciosas), fueran esparcidos por el camino hasta su tumba.
  3. Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.

Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó…  ¿Cuáles eran sus razones? Alejandro le explicó:

  1. Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos no tienen ante la muerte el poder de curar.
  2. Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen.
  3. Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver  que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos.

El Señor Jesucristo nos advirtió “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:19-21).

III. La fe del salmista.

Me anima saber que han existido hombres y mujeres que a pesar de las duras batallas de la vida, de las preguntas sin respuestas, de las noches sin lunas y de los días sin sol, jamás han renunciado a su fe en el Dios verdadero. Su confianza en el Señor ha permanecido a pesar de las duras batallas de la vida.

David es uno de esos hombres que emergen del anonimato. Es un paladín de la fe y un heraldo de la esperanza. Y en medio de su conflicto él levanta su voz para declarar “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi única esperanza está en Ti.” Otras versiones lo traducen: “Así que, Señor, ¿qué esperanza me queda? ¡Tú y sólo tú eres mi esperanza!” (Salmos 39:7 PDT).

En el Salmos 62:5 NVI decía David: “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza.”

Y en el Salmo 71:5 dice: “Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, Seguridad mía desde mi juventud.”

Algunos de los seguidores de Jesús comenzaron a darle la espalda porque el Señor los confrontaba con la palabra que les enseñaba y predicaba. “Volteándose a sus discípulos Jesús les dijo: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6:67, 68).

APLICACIÓN GENERAL

La experiencia de David me llevó a pensar que hay mucha gente con preguntas sin respuestas, que atraviesan por crisis y momentos difíciles al igual que el rey David. Que sufren las consecuencias de sus propios pecados, pero que en Dios hay esperanza de una nueva experiencia.

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