Tocando lo intocable

No podían tocar a otra persona y nadie podría tocarlos a ellos. Su aspecto era espantoso: ropas sucias, pelo desaliñado; tenían que usar un pañuelo en la boca, vivían llenos de úlceras y la mayoría de ellos les falta una parte de sus cuerpos. Carecían de sensibilidad en los dedos de las manos y los pies, por lo que a medida que caminaban descalzos las piedras afiladas les dañaban los dedos.

Era algo inmundo tener algún contacto con un leproso. Tocarlos era como darle un abrazo a un cerdo que se acaba de salir del barro. Era algo así como cargar el fétido cadáver de algún animal. El leproso daba asco. Esto era lo que enseñaban los rabinos en las sinagogas. Pero allí está un rabino que había venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.

b. Desechado socialmente (vers. 40).

Socialmente se podía considerar al leproso como un muerto viviente. En el libro de Levítico describía la condición de vida que tenía que soportar el leproso, entre ellas: vagar por lugares solitarios, harapiento y despeinado gritando: “¡Impuro, impuro!”. De esta manera su morada estaba fuera de lugares habitados (Levíticos 13:45-46), tan parecido al “endemoniado gadareno” quien vivía “entre los sepulcros”.

La prohibición de vivir entre la gente se mantenía con estricta rigidez. Esa era la vida de un leproso. Esta persona de acuerdo a la ley debía mantenerse alejada de los demás.

Esto incluía su núcleo familiar más cercano, como su esposa, hijos o padres. ¿Sabe lo que significa esta separación? Imagínese a la esposa que más nunca pudo tocar a su esposa o el padre que no pudo abrazar más a sus hijos.

Como la impureza era comunicable, la persona enferma de este mal contagiaba a otras por medio del tacto. No había que esforzarse mucho para saber que ellos eran intocables. Este es el cuadro del hombre pecador. Su mundo lleno de soledad al que lo conduce el pecado, también lo pone aparte de sus muy amados.

c. Desechado espiritualmente (vers. 40).

El leproso se consideraba también un desechado espiritual. Si Jesús estaba enseñando en la sinagoga como nos refiere este texto, este hombre no podía estar presente donde estaban los “espirituales” porque él era inmundo por su condición.

Mis hermanos, la lepra ha sido una forma de definir al pecado. Nada lo describe mejor como esta terrible enfermedad. ¿Cuál es el sentido de esto?

Pues que el pecado nos hace tan impuros como lo hacía la lepra. El pecado nos hace inmundos, ante un Dios santo y perfecto. A lo mejor usted no ha sentido el peso de la contaminación que trae el pecado, pero nada es tan real como eso.

Jesús habló, diciendo, que no era lo que entraba al corazón que lo contaminaba, sino lo que salía de él (Mateo 15:11). Esto plantea, por lo tanto, que mis pensamientos deben ser puros, mis palabras deben ser puras y lo que hago debe ser puro.

De no ser así, entonces mi existencia es solitaria, aislada, por más que esté rodeada de otras personas, porque nuestra impureza llega a ser como la lepra, nos desfigura espiritualmente hablando. Esto nos pone lejos de nuestro amado Señor y todos los que más amamos.

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