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La pregunta sin respuesta

Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Predica de Hoy: La pregunta sin respuesta

Predicas Cristianas Lectura Bíblica de Hoy: Marcos 3:1-6

INTRODUCCIÓN:

Esta es otra historia fascinante. Contraria a la del leproso, este hombre está ahora en la casa de Dios. La Biblia no nos dice cuál era su nombre y cuál era su familia, simplemente nos dice que era el hombre de la mano seca. Él era un hombre sencillo, un devoto que no se perdería ningún servicio. Ya era su costumbre venir a oír la palabra del Antiguo Testamento, todo lo que los rabinos decían sobre las exigencias de la ley, aunque no siempre hablaran de la misericordia que ella ofrecía.

Seguramente este hombre habría escuchado mensajes tras mensajes de maestros durante cada sábado. Sin embargo, esa mañana él escuchó a un nuevo maestro. Era distinto a los que siempre oía. No sabemos que dijo Jesús en aquella ocasión, pero él estuvo atento. Imagínese aquel recinto de la sinagoga lleno de gente, más de lo normal porque allí está Jesús. Eso sucedía en todas partes donde Jesús iba.

Tuve el privilegio el año pasado de estar en el museo de la Biblia que se inauguró acá en Washington DC, y mi mayor deseo fue conocer una réplica de las sinagogas judías. Y en efecto fui a este extraordinario lugar y entre a una de ellas. Me senté en las rústicas bancas que usaban para los oyentes. Vi el púlpito donde los rabinos enseñaban. Vi los pergaminos puestos allí para ser usados, leídos y aplicados.

Pero lo que más me llenó de una sensación extraordinaria fue el imaginarme al Maestro, el gran Señor, el amado Cristo, tomando uno de aquellos rollos y leyéndolos a todos los presentes. Por supuesto que el pasaje que más recordé fue cuando Jesús leyó en Isaías la parte que habla de su misión al mundo (Lucas 4:16-20).

Pero la historia que también recordé fue la del hombre de la mano seca, viendo y oyendo a Jesús. Me lo imaginé levantándose y caminando hacia Jesús en medio de los ojos críticos de todos los hombres. De igual manera me lo imaginé obedeciendo al Señor, estirando su mano y luego siendo sanado. Hoy nos corresponde este texto.

Esta historia revela una pregunta para la que no hubo respuesta. Jesús había preguntado: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero nadie respondió. Por qué nadie respondió a Jesús en aquel lugar. Qué hay detrás de esta pregunta escudriñadora.

I. ESTA PREGUNTA PRESENTA TRES VISIONES DE UN PROBLEMA

1. Hay un hombre que vino al culto con un problema (vers. 1).

Hemos dicho que esta es una historia muy interesante como todas las que se producen donde Cristo está. Lo primero que uno puede ver es la ventaja y bendición que siempre da el poder congregarse. Lo hizo este hombre, lo hicieron los fariseos y lo hizo Jesús. Nada da más satisfacción que escoger ir a la casa de Dios para adorarlo. Este hombre vino adorar a Dios como siempre, pero con un problema. Seguramente era un asistente asiduo a la sinagoga.

No sabemos si nació así, pero no por eso dejaba de asistir a la casa del Señor. El médico Lucas nos va a decir que “estaba allí un hombre que tenía seca la mano derecha” (Lucas 6:6). Cualquier mano afectada es un serio problema, pero que sea la mano de derecha, el problema es mayor.

Aquel hombre era un minusválido, sin embargo, estaba en el lugar correcto para que se diera un milagro. No sabemos si aquel hombre había perdido la esperanza de restauración, pero lo que no había dejado era de venir delante de su Dios y exponer su condición. Muchos creyentes son como este hombre. Tienen algo seco en su vida, pero mantienen la esperanza en algún milagro.

2. Hay hombres que vienen al culto para ver qué pasa (vers. 2).

Entre los asistentes al culto de aquella sinagoga donde estaban los escribas, fariseos y los herodianos. Toda la “plana mayor” de los conocedores y ejecutores de la ley. Ellos eran los más dados a venir aquel lugar, pero ese sábado se esforzaron en llegar temprano y ocupar los primeros asientos porque oyeron que Jesús venía a enseñar. Los tres evangelistas nos dicen que estos hombres acechaban para ver si en efecto en el día de reposo Jesús sanaría aquel hombre.

El término “acechaban” tiene la idea de acorralar a alguien por medio de palabras y preguntas. Los fariseos consideraban que lo único permitido en el día de reposo era socorrer a alguien que estaba en peligro de muerte. De acuerdo a ellos, Cristo podía sanarlo el día siguiente. Bueno, todo esto muestra que hay personas que vienen a la casa de Dios para cuestionar o criticar, más que para recibir. El “espíritu” de los escribas y fariseos pareciera hacerse presente en el culto. Quienes esto hacen no reciben ninguna bendición, sino el rechazo del mismo Cristo.

3. Hay un hombre en el culto para cambiar las cosas (vers. 1).

La Biblia nos muestra a Jesús como un hombre que amó la casa del Señor. Lo llevaron desde los ocho días de nacido en el templo y pasó allí la mayoría de su niñez, pues a los doce años discutía allí con los doctores de la ley. Pero Jesús no solo asistía al templo sino también a las sinagogas donde aprendió toda la historia de su pueblo y todo lo que decían de él la ley, los profetas y los salmos.

Ahora lo vemos otra vez asistiendo al culto en el día de reposo donde él mismo era el predicador. Mis hermanos hay en esto algo sumamente relevante. Nada nos debe producir más gozo que el saber que cuando vengo adorar al Señor él me está esperando. Que entre todos los presentes allí está él para darme la bienvenida y para decirme: estoy acá para hacer nuevas todas las cosas.

Que, si bien es cierto que en la casa del Señor vienen muchos con actitudes distintas, como el caso del hombre de la mano seca y los fariseos, mucho mejor es saber que acá está el Señor dispuesto a hacer la diferencia en mi condición espiritual, emocional o física. La promesa del Señor es la misma: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. No pierda de vista a Jesús en su casa. Él hará la diferencia en su vida.

II. ESTA PREGUNTA REVELA LA MIRADA DEL SANADOR

1. Una mirada de compasión (vers. 1).

Cuando Jesús entró a la sinagoga vio las distintas personas que asistían al servicio. Allí vio, seguramente, a muchos judíos piadosos y devotos; vio también a los grupos de las sectas más notorias e influyentes entre ellos los escribas y fariseos. Pero Jesús vio a este hombre que tenía la mano seca. Bien sabía Jesús que él sería objeto de una asechanza por parte de estos religiosos. Ninguno de ellos hizo algo por él en el pasado.

Su enfermedad, como no era de muerte, pasaba desapercibida, de modo que se habían acostumbrado a vivir con él y su condición. Sin embargo, desde que Jesús entró aquel lugar su mirada tuvo que estar puesta en el hombre más necesitado en ese culto. Su mirada no fue de indiferencia, ni tampoco de controversia con aquellos mal intencionados religiosos. La verdad es que la mirada de Jesús considera mucho la actitud del corazón.

El hombre de la mano seca tuvo que estar sumido en una condición de impotencia y de conformidad. Su vida parecía no tener esperanza, sin embargo, Jesús lo ve más allá de lo que padece en el momento. Su mirada contempla siempre a un hombre sano. Lo mismo hace Cristo contigo.

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