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El deleite en el amado

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: El deleite en el amado

Predicas Cristianas Lectura Bíblica de Hoy: Cantares 2:16-17

INTRODUCCIÓN:

Cantares es un hermoso canto al amor concebido en una relación de pureza matrimonial. Salomón escribió este libro para hacer ver que el amor dentro del matrimonio cuenta con la aprobación de Dios y debiera llegar a ser una expresión emocional y física entre un hombre y una mujer.

Este libro, de naturaleza poética, deja un registro que ilustra la belleza de una relación sin mezcla, donde se entretejen los más puros sentimientos, y donde se destacan los elementos de la sexualidad como fue instituida por Dios. El libro sufrió serios rechazos para ser aceptado como Escrituras debidamente inspiradas, por la falta de contenido teológico, y porque en ninguna de sus partes aparece el nombre de Dios.

Sin embargo, por su alto contenido didáctico tiene aplicaciones que pueden extraerse de esta joya poética con un nuevo y más profundo significado bíblico. Quiero decir, que, aunque el amor entre un hombre y una mujer son los que copan la mayor atención del libro, bien puede usarse ciertos versículos para hablar del amor que supera con creces, el amor que aquí se magnifica.

Hay versículos que pueden cotejarse en forma de alegoría para referirnos al inmenso amor de Cristo por su iglesia, aunque el libro en sí no es una alegoría. El tema que tenemos para hoy lo tomamos en esa dirección. Veamos el texto de hoy aplicándolo en el deleite del cristiano por su Amado. ¿Podrá usted decir hoy “mi amado es mío y yo soy suya”? ¿Cuál es el más grande deleite de su alma?

I. EL HIJO DE DIOS SE DELEITA EN SABER QUE SU AMADO ES SUYO

a. Un canto jubiloso. “Mi amado es mío”.

Esta es la primera nota musical que sale de un corazón profundamente enamorado. Es un canto exclusivo, es un canto posesivo, es un canto para un solo amado. En esta nota de júbilo no hay duda en el alma de la amada acerca la pasión que siente por el que es “todo codiciable”. Considere la trascendencia de este canto.

Si la palabra “Amado” despierta los más hermosos sentimientos de admiración y ternura, cuánto más será poder decir “mi amado es mío”. Cuando lo hago me lleno del mayor deleite. Spurgon dijo: “Dime lo que piensas de Jesús y yo te diré qué es lo que debes pensar de ti. Cristo es todo para nosotros, sí, es más que todo lo demás, cuando estamos enteramente santificados y llenos del Espíritu Santo”.

Si nos referimos al amor de Cristo, esto es simplemente sublime por cuanto estoy reclamando un derecho de propiedad que lo adquirí al momento de entregarme a él. En el caso nuestro, fue el Padre que nos lo dio y luego Cristo se dio por nosotros.

Todo esto nos hace llamarle el “esposo de nuestras almas”. Y si esto es así, entonces nada ni nadie nos podrá separar de ese amor. Si fuera la muerte estaremos más pronto con él. No hay divorcio posible con Jesús.

b. Una posesión imperecedera.

Note la contundencia de la frase “mi amado es mío”. Allí no hay lugar para otra cosa. Esa es la riqueza que jamás se pierde, que jamás será quitada. Qué  pasa cuando usted dice: “mi esposo (a), mis hijos, mis padres, mi casa, mi carro, mi negocio”… y luego desaparecen. Mis amados, nada, absolutamente nada de lo que tenemos aquí, podemos decir que es nuestro. Ni siquiera su cuerpo porque “polvo somos y al polvo volveremos”.

No hay posesión comparada como la de Cristo. Déjeme hacerle pensar en esto. ¿Quiénes son sus seres amados comparados con el Amado nuestro? ¡Nada! ¿Quién es ese Amado? ¡Es  el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre! ¿Puede pensar en un amado mejor que éste? ¿Sabe usted cuán amado es él en el cielo? ¿Lo será también en la tierra? ¿Lo es en su vida?

Él no podrá ser comparado con su amado esposo (a), tampoco con sus amados hijos o su amada familia o sus amados amigos. Él es tan incomparable a los demás amados que no hay nada con quien lo podamos asemejar.

Como bien lo expresa este poema, él es “el lirio de los valles y la rosa de Sarón”; y es, además, “señalado entre diez mil, y todo él codiciable”. “Mi amado es mío” significa que no puedo tener un amado que esté por encima de  Cristo. ¿Hay algo en mi vida que supere mi amor por Cristo?

c. La confianza de esta confesión.

¿Qué es lo que produce esta confesión en mi vida? Véalo de esta manera. A lo mejor usted no posee el mejor carácter que le haga ser agraciado delante de los demás, pero “mi amado es mío”. Pueda ser que no tenga los mejores dones y talentos como otros para ser exhibidos, pero usted recuerda que “mi amado es mío”.

Tal vez no soy la clase de creyente que debiera ser, pues tengo una tendencia a fallarle siempre, pero “mi amado es mío”. A lo mejor me siento el más pequeño de todos los hermanos, con muy pocos conocimientos académicos o teológicos, y hasta no ser bien conocido por otros, pero “mi amado es mío”.

A lo mejor en esta vida no tengo ninguna porción de alguna herencia, pero al saber que “mi amado es mío” descubro que con él lo tengo todo. El salmista decía: “¿A quién tengo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra” (Salmos 73:5).

Entonces, si ese amado es mío, puedo confiarle todos mis pesares, mis temores, mis dudas, mis penas, mis debilidades, mis angustias y hasta mis fracasos. Pero también, si ese amado es mío, debo amarlo, adorarlo, reconocerlo e ir a su encuentro siempre. Y, sobre todo, ese amado es mío para confesarlo delante de los hombres.

II. EL HIJO DE DIOS SE DELEITA EN SABER QUE EL ES DE SU AMADO

a. Somos suyos por derecho de elección.

La confesión “mi amado es mío, y yo soy suya” pareciera ser un binomio. Es como si el uno no podría existir sin el otro. Es una frase llena de la más grande dulzura. Bien podíamos decir que las dos partes se necesitan la una de la otra. Es la oración que debiera darse en una auténtica relación de pareja que se aman mutuamente.

Pero la verdad es que en algunos casos la mujer dice: “Mi amado es mío”, pero podrá decir “¿y yo soy suya”? Cuando llevamos esto al campo espiritual podemos decir: “Jesucristo es mío”. Pero ¿soy yo de Jesucristo? Quiero decir, ¿le pertenezco realmente?

Cristo es mío, pero debo asegurarme de que yo soy de él.

Nosotros somos suyos porque primero nos predestinó, luego nos creó, después nos salvó en Cristo y ahora prepara un lugar para estar con él. Somos suyos porque nos compró a precio de sangre y porque nos llamó por su pura gracia. La pertenencia a Cristo no se hizo porque él haya encontrado algo bueno en nosotros y por eso nos salvara.

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