El fruto con sabor a mí

b. Para que seamos personas domadas (Números 12:3).

El ejemplo de esta virtud se puede ver en la función de domar a un animal salvaje como el caballo o el mulo. Estos animales que en un momento de sus vidas fueron salvajes pero que ahora son obedientes a sus amos. Que antes nada les controlaba, menos que alguien se subiera a ellos, pero que ahora son mansos llevados por doquiera, algunas veces hasta sin cabestro.

El creyente que experimenta esta virtud en su vida ha logrado una docilidad sobre su carácter. Se nos dice que la palabra para mansedumbre “praus” es aquella que tras su docilidad está la fuerza del acero, porque una de las características del hombre manso es el que logra estar bajo control.

Por cierto, que esta virtud no debe confundirse con alguien que es pusilánime o que es fácilmente movido por sus sentimientos. Es, en efecto, una fuerza bajo control. Un buen ejemplo de esto es Moisés, de quien se dice que era el hombre más manso sobre la tierra, que reflejaba ese carácter suave en muchos relatos de su historia, pero que a su vez tomaba decisiones firmes y se podía encender de ira con rapidez cuando había algo que no le gustaba, incluso hasta reclamarle a Dios. El hombre manso ha sabido domar su carácter la semejanza de su Maestro.

c. Para aprender así de Cristo (Mateo 11:29).

Hay muchos modelos de hombres mansos en la Biblia, pero nadie supera a Cristo. Ninguno ha podido decir que es manso o humilde, porque ya eso se entendería como una presunción. Sin embargo, Cristo lo dijo y lo vivió.

Es interesante que él no dijo: aprended de mi que soy un buen maestro, y lo era, o un buen líder y lo era; él simplemente dijo: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.

Esto fue una de las cosas que golpeó la esperanza de los judíos que esperaban a un Mesías soberbio, orgulloso y guerrero. Un Mesías montado en un asno en lugar de un caballo era una contradicción de términos.

Interesante que cuando Aristóteles definió la palabra “mansedumbre”, diciendo que es “la capacidad de soportar reproches y desaires con moderación, no embarcarse en venganza rápidamente, y no ser fácil provocado a la ira, estar libre de amargura, tener tranquilidad y estabilidad en el espíritu”, estaba definiendo exactamente a Cristo y su carácter. Él fue, en efecto, el hombre más manso de todos.

III. LA TEMPLANZA ES LA VIRTUD QUE CONTROLA MI CARÁCTER

a. La virtud que suprime los deseos carnales (1 Corintios 9:27).

Este capítulo cinco como ningún otro en la Biblia aborda el tema de los deseos de la carne. Si bien es cierto que todas las anteriores virtudes hacen su trabajo en mi carácter, de tal manera que pueda reflejar a Cristo en mí, la templanza o dominio propio es la que determina si los deseos carnales me dominarán o yo los dominaré a ellos.

Esto significa que, desde el punto de vista de la obra de cada virtud del fruto del Espíritu, esta es la que tiene el mayor trabajo. El sentido de esta palabra en el original griego era el de “uno que se sostiene a sí mismo”. También se define como “la virtud de quien domina sus deseos y pasiones, especialmente sus apetitos sensuales “.

Esta virtud pudiéramos decir que es la “espada del Espíritu” en la vida del creyente. Es la que enfrenta el terrible ataque de los deseos que brotan repentinamente y cuyo interés es producir en el hijo de Dios una caída, sediento a la tentación del mundo, la carne, el pecado o del mismo Satanás.

El dominio propio es lo que nos hará hombres y mujeres sólidos en la fe. Será esta la virtud que, por no ceder a los caprichos de la carne, tendrá como resultados los galardones celestiales que son los premios que se otorgan a los triunfadores de la fe.

b. Es la virtud que nos hace ganar todas las batallas (Proverbios 25:28).

Me pregunto por qué esta virtud fue puesta al final de todas. Por qué no se puso el amor de último, como para sellar todo lo anterior dicho. Porque sin el autocontrol lo demás no es posible. Porque de nada sirve que el Espíritu Santo derrame las otras ocho virtudes, si al final no puede controlar todo mi ser.

El dominio propio es la llave con la que abro mi corazón y le digo al Espíritu Santo: toma control de todo lo que tengo y todo lo que soy. Los deseos de la carne tienen como finalidad poner un descontrol en mi mente, en mi corazón y al final hacer que mi voluntad se rinda ante esos malos deseos.

El dominio propio es la parte mía, es la que Dios espera que haga. Esta es la virtud que Dios esperó que la ejerciera Eva y Adán cuando estaban en el paraíso. Satanás supo cómo quebrantar esa virtud en nuestros padres presentando una oferta mejor y más gratificante. Desde entonces la sigue usando.

El dominio propio es el muro de contención que el Espíritu Santo ha puesto en mi vida para ser protegido de los certeros y devastadores ataques del enemigo. Esta virtud es la que nos hará victoriosos o derrotados cristianos. La felicidad del creyente depende de esta virtud, ni más ni menos.

CONCLUSIÓN:

En resumen, la tercera tríada de gracias producidas por el Espíritu en el

la vida del cristiano es  la fidelidad, aquella virtud que le muestra a su propopio carácter que no cambia su promesa de lealtad así mismo y con repercusión hacia Dios y a los demás. La mansedumbre es la virtud que nos hace ser amables por naturaleza.

Es la bella gentileza con la que tratamos a otros. Y por último tenemos la templanza. Esto es lo que conocemos como el dominio propio, el autocontrol. Es aquella capacidad de no ceder, de dominar los deseos y pasiones. Estas tres virtudes son el simiento donde se apoyan el resto de las seis anteriores. Esto es el contraste de las obras de la carne.

El que practica la fe, la mansedumbre y la templanza no tendrá en su vida enemistades, pleitos, celos e ira. Estos feos pecados del carácter son la ausencia de estas virtudes. Por lo tanto, quien vive el fruto del Espíritu “anda por el Espíritu”.  Y quien esto vive  sabe que “contra tales cosas no hay ley”.

Qué leyes pueden haber contra estas nueve virtudes. Las leyes son contra los deseos de la carta. En consecuencia: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Y “si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Amén.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Bautista Ambiente de Gracia, Fairfax, VA

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