El recordatorio del alma

La palabra “contender” tiene la idea de pelear. El carácter de Dios no está sujeto a cambios producto de desacuerdo con alguien. Si bien es cierto que la ira forma parte de sus atributos divinos, por causa del pecado del hombre, él no es caprichoso ni temperamental.

El corazón de Dios está desprovisto de contradicción. En todo caso, su corazón está lleno de misericordias por el hombre, el más grande objeto de su amor. En esto vemos que nuestro Dios es paciente y esa paciencia la que Pedro describió para salvación, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento. La simpatía de Dios es aquello donde su corazón se conmueve por sus hijos.

2. Vista en su trato hacia nosotros (vers. 10).

Que solemnidad hay en este versículo. Qué sería de nosotros si Dios nos tratara de la misma manera que nosotros actuamos. Qué sería de nuestras vidas si Dios tuviera que pagarnos conforme a la multitud de nuestras rebeliones como lo dijo David en su confesión del Salmo 51. La verdad de este pasaje es que nuestros pecados merecen muchísimo más castigo, pero Dios ha provisto una redención en amor.

En los sacrificios que señalan hacia la muerte de Jesús, Dios muestra su misericordia sin violar su justicia. Dos oraciones distinguen a este texto: “No ha hecho con nosotros…” y “ni nos ha pagado…”. Estas dos consideraciones de parte de nuestro Dios ponen de manifiesto que la esencia del carácter de Dios es el amor.

Su tratamiento hacia nosotros está desprovisto de venganza. Es en esta paciencia de Dios donde las palabras del profeta Jeremías encuentran su existencia: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer. 31:3). Estas palabras fueron dirigidas a su pueblo y encuentran eco en todo hijo de Dios. Alabado sea Él.

IV. EL ALMA DEBE RECORDAR LA COMPASIÓN DE DIOS

1. Lo hace como un Padre para nosotros (vers. 13).

El salmista sigue en este arrebato de inspiración y reconocimiento a Dios y ahora lo compara como el padre que “se compadece de sus hijos”. Ninguna figura es tan tierna y tan representativa del cuidado y el amor divino como lo es ver a Dios actuando como “Padre nuestro”.

Y cierto que a veces sentimos a Dios como ausente de nuestras necesidades y nos hacemos preguntas como estas: “Dios mío, ¿has visto ese informe del médico? ¿No te importa? ¿Has visto el problema en el que está mi matrimonio?

¿No te importa? ¿Has visto el poco dinero que tenemos en el banco y todas las cuentas que tenemos que pagar? ¿No te importa? ¿Has visto cómo mis hijos están luchando en la escuela?, ¿No te importa? ¿Has visto el temor que oprime mi mente y del cual no puedo deshacerme? ¿No te importa? ¡Sí le importa! Él, como como “padre” se compadece de nosotros.

Y, ¿cuándo se compadece Dios de ellos? Cuando están débiles de conocimiento y les enseña; cuando son perversos y los soporta; cuando están enfermos y los consuela; cuando están caídos y los levanta… Dios siempre se compadece de ellos. Jamás nos abandona.

2. Lo hace por nuestra condición humana (vers. 14).

Una pregunta que surge en todo esto es ¿por qué Dios se compadece de nosotros? ¿Por qué no se compadeció de los ángeles que pecaron contra él y se rebelaron? Este texto nos da la respuesta. Nadie más conoce la naturaleza de la que estamos compuestos como la conoce Dios.

Él nos hizo del polvo de la tierra. Por eso se acuerda y sabe que somos “polvo”. Esto habla de fragilidad con la que están hechos nuestros cuerpos y nuestras almas. Estas limitaciones son un reflejo de cuán poco podemos hacer y cuán poco podemos soportar; en todo eso se manifiesta su compasión.

Y el salmista para seguir hablando de esa condición débil, frágil y hasta pasajera, dice cosas como estas: El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más verss. 15, 16. ¡Qué corta e incierta es la vida del hombre!

La comparación del hombre como la flor del campo es por su fragilidad, y su transitoriedad. Nada es más frágil y temporal que la flor del campo. Así que es en este caso que la compasión de Dios se hace presente. Nadie más conoce nuestra fragilidad como Dios. Él sabe que nuestros temores son parte de nuestra fragilidad. De allí su compasión.

CONCLUSIÓN:

Hay un amor de parte de Dios que fluye a través de todo este hermoso capítulo. No hay ni una sombra de dudas acerca de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, visto a través de las venas de este salmo.

Considero que si tan solo supiéramos que “él es quien perdona todas tus iniquidades, él que sana todas tus dolencias; él que rescata del hoyo tu vida, él que te corona de favores y misericordias; él que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila…”, amaríamos más a Dios.

Y si supiéramos cuan frágiles somos, cuan propensos somos a desviarnos, buscaríamos consagrarnos más a él. Y, sobre todo, el saber que así como Dios actúa con nosotros, deberíamos hacer lo mismo con nuestros hermanos. Esto no debe olvidar nuestra alma. Y que al seguir en esta nota de alabanza invitemos a los ángeles a unirse a nuestro coro reconocimiento (verss. 22-24).

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.

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