Pero ¡esto también significa que algunos de ellos se convertirán a ser como nosotros! ¿Por qué no quiso el dueño del terreno que se arrancara la mala hierba de una vez? Porque al arrancar la mala hierba, también se podría perder parte del trigo. De igual forma, Dios sabe que, si hiciera la separación de una vez entre sus hijos y los del mundo, habría muchos que no se llegarían a convertir a El. Por esto El ha decidido esperar hasta el final para hacer la separación.
¡Hay un propósito en estar sembrados aquí entre la mala hierba! Es para que pueda haber más trigo. Sí, es difícil mantener nuestra fe y nuestra integridad mientras convivimos con gente que piensa de una forma muy diferente de nosotros, pero Dios tiene un propósito en ello. Un día, viviremos en un mundo donde nadie miente, donde nadie es cruel o lujurioso. Mientras tanto, nos toca vivir ahora como ciudadanos de ese reino, para ver quién se nos pega y nos acompaña a ese lugar.
Leamos ahora otra parábola del reino, en los versos 31-32:
13:31 Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; 13:32 el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas.
Jesús compara el reino de Dios con una semilla de mostaza, que es muy pequeña. Era la semilla más pequeña que se sembraba comúnmente en Palestina. Sin embargo, al crecer, se hacía la más grande de las hortalizas.
La planta de mostaza, en el jardín de una casa de los días de Jesús, pasaba de ser la semilla más pequeña a ser la planta más grande del jardín de vegetales – una planta que realmente era árbol, una planta que daba albergue a las aves y sombra a las personas.
¿En qué sentido es así el reino de Dios? En que empieza pequeño, pero se hace muy grande. Jesús empezó a establecer su reino con un grupo de doce discípulos. Sus comienzos no eran notables. No hacían titulares. En los centros de poder, nadie le prestaba atención.
Sin embargo, la fe que El estableció hace tanto tiempo hoy es profesada por dos mil millones de personas alrededor del mundo. Seguramente no todos ellos son verdaderos seguidores de Cristo, pero nadie puede negar que lo que empezó tan pequeño hoy se ha hecho mucho más grande. Ahora mucha gente de muchas naciones y clases ha encontrado albergue en sus ramas.
Alrededor del mundo, el reino sigue creciendo. Sin embargo, también se establece de forma pequeña. Lo que es de Dios muchas veces no empieza como algo grande, con mucha fanfarria. Muchas veces empieza de manera pequeña, y va creciendo de manera orgánica sin hacer mucho alarde, hasta que de repente ya es grande.
No desprecies lo pequeño – ni la Iglesia pequeña, ni el ministerio pequeño, ni el esfuerzo pequeño. Si Dios hace crecer un árbol de una semilla de mostaza, también puede hacer crecer cosas grandes de pequeños esfuerzos. Así es que va creciendo la obra de Dios, hasta que todo se acabe. Cuando llegue el final, entonces sí será con trompetas y un anuncio que se oirá alrededor del mundo.
Leamos dos historias más, en los versos 44-46:
13:44 Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. 13:45 También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, 13:46 que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.
Estas dos historias tienen en común a una persona que encuentra algo de gran valor, y gozosamente da todo lo que tiene a cambio de conseguir aquel objeto tan valioso. Con estas historias, Jesús nos dice que pertenecer al reino de Dios vale cualquier precio. No hay precio demasiado alto.
¿Tenemos que comprar la entrada al reino de Dios? No, Jesús ya nos compró la entrada. Sin embargo, para poder entrar, habrá un precio que pagar. Nos puede costar. El precio puede incluir el rechazo de nuestros familiares, puede incluir entregar el derecho sobre nuestra propia vida, puede incluir el sufrimiento.
Sin embargo, dice Jesús, vale la pena. Si hemos descubierto en Jesús al Rey, vale cualquier sacrificio entrar en su reino. Yo te pregunto: al entrar en este año nuevo, ¿qué es lo más importante para ti? ¿Estás dispuesto a pagar el precio para entrar al reino de Dios? ¿Quieres unirte a lo que El está haciendo?
Te va a costar. Quizás los efectos no sean visibles de inmediato. Quizás Dios te llame a ser parte de algo que, al momento, no parece ser tan grande. Sin embargo, los beneficios de pertenecer a este reino están fuera de este mundo. ¿Seguirás tratando siempre de realizar tus propios planes? ¿O te unirás a los planes del Señor?