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El Viaje sin Retorno

Texto Biblico: Hechos 21:1-16

INTRODUCCIÓN:

En el mensaje anterior  no pudimos exponer los versículos de Hechos 20:25, 35-38, los cuales tienen una gran dosis de emoción, al punto que pronto nos identificamos con esos hermanos en su lloro, tristeza y la impotencia de no ver más al hombre que tocó tan hondamente sus corazones. ¿Recuerda usted la despedida de algún ser amado a quien tiene tantos años sin verlo, y en algunos  casos  a quien más nunca  volvió a ver? ¿Sabía usted que en la vida podemos hacer un viaje sin  retorno que son el resultado de difíciles decisiones?

Para algunos pudo ser la  salida de su  país al cual nunca pudieron regresar. Hombres y mujeres que decidieron echar raíces en otra tierra, en busca de una vida mejor o por alguna persecución  política. Algunas de esas despedidas fueron dolorosas. El saber que ya no se pudo estar en la casa que nos vio nacer y el no poder disfrutar de las costumbres, amigos, comidas, o simplemente del hogar feliz donde me crie, hizo que el corazón recibiera un gran impacto al momento de decir un hasta luego, por no decir un hasta pronto.

En el caso de Pablo,  los hermanos le llevaron hasta el barco donde muchos quizás con  sus ojos rojos y sus rostros tristes le despidieron para no verle jamás. Aquellos abrazos y besos se confundirían en mucha emotividad, pues la única manera de verse otra vez sería en el cielo, lo cual seguramente pasó. Así que mientras aquellos amados llevaron a Pablo al barco, algunos otros han llevado a los suyos a algún vehículo o algún avión de donde se dio la despedida.

La despedida de Pablo planteó lo que sería un viaje sin retorno. Sus objetivos se habían cumplido en las regiones visitadas; ahora su meta era llegar a Jerusalén y de allí seguiría rumbo a Roma, donde se haría su parada final. Aquí es bueno destacar que Cristo también  hizo su último viaje a la ciudad de Jerusalén, desde de donde también  se despidió de sus discípulos,  quienes al igual con Pablo  lamentaron  su “regreso a Casa”. Hablemos, pues, del viaje sin retorno de la vida. Consideremos cuáles son sus enseñanzas para todos.

I. EN ESTE  VIAJE SIN RETORNO NOS VAMOS MOVIENDO  DE PUERTO EN PUERTO HASTA EL DESTINO FINAL

1. Considere las rutas que atravesamos v. 1-3.

Las palabras “después de separarnos de ellos”, literalmente significan: “Siendo arrancados de ellos”, lo cual revela la dificultad y la pena de la despedida. Si algo sabía Pablo era de andar en barcos, como tantos ministros  hoy día saben de aviones.

Claro está que la diferencia es muy grande. Si bien es cierto que los barcos modernos tienen todas las comodidades, muchas de ellas mejores que los aviones (léase cruceros y yates), los que usaba Pablo eran casi todos de cargas, seguramente con gran incomodidad, además de lo lento y las implicaciones del tiempo con las que tenían que lidiar. No eran de motores, por lo tanto dependían mucho del viento. Lucas no ahorra palabras para darnos detalles de los lugares que llevaría a Pablo a su destino final en Jerusalén. Lugares y experiencias que ya no viviría más. Así tenemos que cada puerto de ida y de llegada son las diferentes rutas que nos asigna la vida, mientras viajamos a lo que será el  puerto final. Es obvio que cada travesía estará llena de peligros. Habrá vientos que se levantarán para golpear la débil embarcación, pero usted tendrá que hacer la travesía al final de todo. La vida cristiana es un viaje de “puerto en puerto”.

2. Considere la gente que encontramos v. 5.

En los tiempos de Pablo no había teléfonos, tampoco radio,  ni internet. ¿Cómo se daban las comunicaciones, sobre todo las que tenían que ver con la llegada de Pablo a cada sitio?  Bueno, en ese tiempo había algo mejor que las más modernas y sofisticadas comunicaciones. El Espíritu Santo le hablaba, le revela y le indicaba todo. Para Pablo y sus seguidores, él era su guía y  mapa; así que no era muy complicado saber que aun llegando a lugares desconocidos, Pablo podía encontrarse con sus hermanos. Y es que nada llenaba de mayor gozo a Pablo que el  ver a sus hermanos en la fe. Ellos eran su “gloria y gozo”, como lo dijo en una de sus cartas (1 Tes. 2:20). Observe que para él cualquier lugar era apropiado con tal de reunirse con sus amados (v. 5). Y aunque el tiempo era corto (v. 4), no fue desperdiciado para el encuentro con quienes no volvería a ver jamás. En nuestro viaje al puerto final habrá oportunidades únicas también para encontrarnos con nuestros amados. Tiempos que no regresaran para ministrar y para expresarles nuestros más sinceros y profundos afectos (v. 6). Hay encuentros que no los volveremos a tener otra vez, de allí el abrazo oportuno.

II. EN ESTE  VIAJE SIN RETORNO TENDREMOS QUE AGRADAR A DIOS ANTES QUE A LOS HOMBRES

1. Están los que intencionalmente te aconsejan a no seguir v. 4, 10-12.

Una de las cosas más difíciles de encarar en la vida cristiana es cuando un buen hermano en la fe te da un consejo distinto a lo que estás pensando hacer. Es difícil discernir cuando hay una muy buena intención detrás de alguna advertencia para seguir adelante. Considere la gente que estaba aconsejando a Pablo a no ir a Jerusalén. Primero vemos a los discípulos en el encuentro de Tiro (v. 4). Ellos, quienes tenían al Espíritu Santo, le indicaban del peligro que corría su vida si seguía adelante.  Luego aparece un profeta llamado Agabo quien puso el asunto más real, pues a través del mismo cinto de Pablo se ató para ilustrar que así atarían al apóstol.

La preocupación era tan colectiva que el mismo Lucas con sus compañeros se unieron para rogarle que no subiera. Y esto llegó a su máxima expresión cuando el mismo Pablo reconocía que el Espíritu Santo le daba testimonio de lo que le esperaba (Hch. 20:23). Sin embargo, nada de esto le persuadió para seguir adelante, sabiendo que estaba haciendo la voluntad de Dios. ¿Se había equivocado el Espíritu cuando de forma simultánea se le pedía a Pablo no subir a Jerusalén?  En esta parte vale la pena recordar las palabras de Jesús que quien salva la vida la perderá y el que pierda  la vida por causa de él la hallará (Mt. 16:25). Este es el reto para los que solo quieren agradar a Dios y su palabra.

2. Están los que guardan silencio dejando a Dios obrar v. 8, 9.

En este viaje sin retorno que Pablo emprendió a Jerusalén se encontró con un hombre que sin duda alguna quiso conocer y hasta entrevistarlo. Nos referimos a Felipe, uno de los siete que fueron escogidos para servir a las mesas. Ya era notorio su testimonio como evangelista en Samaria y con el Etiope de Candase.  Pero a todo este testimonio se agrega el hogar que había formado, pues nos dice el texto que tenía cuatro hijas doncellas, todas profetizas. ¿Qué bendición es poder tener hijos que amen y sirvan al Señor como los de este diácono? Así que solo podemos imaginarnos el encuentro entre un “diacono fuera de serie” y un apóstol con una decisión inquebrantable. Lo que hace interesante esta historia es que mientras en la propia casa de Felipe hay un profeta, y el resto de los hermanos rogándole a Pablo que no suba a Jerusalén, allí tenemos a un hombre experimentado en el trabajo de la evangelización y con sus hijas profetizas que no le dicen nada. ¿Qué nos mostraba eso? Cuando alguien es dirigido por el Espíritu Santo y toma decisiones, lo mejor es dejar que siga adelante. Si la persona falla, el control final lo tiene el Señor.

III. EN ESTE VIAJE SIN RETORNO TENEMOS QUE PAGAR EL PRECIO DE UNA DECISIÓN  CORRECTA

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