1. “Levántate… y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas” v. 10.
Cuando Pablo se encontró con Jesús, él sabía que estaba tratando con alguien infinitamente más grande, más puro, más santo y más poderoso que él. Y es que el encuentro con Jesús tiene una manera de ayudarnos a ver lo pequeños que somos y lo grande que es él. Sin embargo, la grandeza de Jesús es visto no tan sólo en el poder para cambiar las cosas, sino en su manera cariñosa como trata con cada uno de nosotros. Por supuesto que la luz que impactó nuestra vida pudo derrotarnos con su fuerza, pero en lugar de eso, Jesús utiliza su poder para amarnos y levantarnos. Cuando Pablo preguntó: “¿Qué haré, Señor?” v. 10, simplemente estaba entregando su independencia, quedando a expensas de otros. Por seguro que esta pregunta no la había hecho antes, pues su autosuficiencia le bastaba para hacer todo por sí mismo. Sin embargo, fue esta experiencia lo que le marcó tanto que después tuvo que decir:“ Os aseguro, hermanos, por la gloria que de vosotros tengo en nuestro Señor Jesucristo, que cada día muero.” (1 Cor. 15:31). ¿Sabía usted que cuando conocimos al Señor también perdimos nuestra independencia y morimos para que nuestro carácter sea modelado por el de Cristo? No se trata entonces de lo que yo debo seguir haciendo, sino preguntar: “¿Qué haré, Señor?”. No puedo seguir siendo ni haciendo lo mismo.
2. Cuando quedar ciego es una bendición v. 11.
Antes de este encuentro Pablo veía todo. Hasta aquí su vida se había acostumbrado a su visión natural. ¿Se imagina la visión que tenia de los seguidores del “tal Jesús”? Pero la luz de Cristo le puso ciego para que primero se viera internamente, y después de recobrar la vista, tener una visión espiritual del mundo como la tenían los creyentes a quien había perseguido. Cuando el Señor nos sale al encuentro, su luz admirable reemplazará nuestra voluntad por la suya, la justicia de él por la nuestra, el amor propio por el suyo, la insensibilidad ante los demás por la pasión por el perdido. Cuando la luz de Cristo nos enceguece quedamos dependiendo de otros. Pablo tuvo que ser introducido e instruido en Damasco por otros v. 12, 13. Aquel que arrastraba y atropellaba ahora es conducido de la mano. Este es un cuadro que nos muestra la humildad en su más grande expresión. Así que debemos anhelar que la gloria de su presencia nos salga al encuentro, nos tumbe y a su vez nos ciegue la visión carnal, para que nos levantemos con un carácter nuevo y transformado.
V. EL CARÁCTER AL SER TRANSFORMADO QUEDA EQUIPADO PARA PRESENTAR EL MEJOR SERVICIO AL SEÑOR
1. “El Dios de nuestros padres te ha escogido…” v. 14.
¡Qué tremenda afirmación! Note quién fue el que escogió a Pablo. El Dios de las promesas. El Dios de sus antepasados. Fue él, al igual que a Abraham, que escogió Dios para la sublime tarea. Usted podrá ser escogido por el dueño de una prestigio compañía para ser su obrero; o por el artista de turno para que suba a su escenario; o por el presidente de la república para ser uno de los sus invitados a su mesa. Pero nada tendrá comparación con el hecho de ser escogido por Dios. Ese llamado tiene que transformarnos, humillarnos y quebrantarnos de tal manera que quedemos equipados para su servicio. A tres cosas estaba llamando Dios a Pablo: conocer su voluntad, ver al justo y oír la voz de su boca. Todo esto es una transformación. Pablo hacia su propia voluntad, tenía una visión distorsionada de Dios, pues no lo veía como un Dios de amor universal, y no oía la voz de Dios, sino la de su tradición. Después va a decir: “Afin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil. 3:10). ¿Es esta su experiencia? ¿Lo ha escogido Dios para su servicio? ¿Siente placer en servirle?
2. “ Porque serás testigo suyo a todos los hombres…” v. 15.
Pablo ha llegado a Jerusalén para contar lo que ha visto y oído. Hasta ahora todo lo que le profetizó el Señor al momento de su conversión se ha cumplido. Su carácter transformado ha hecho posible que miles hayan llegado a conocer a Cristo por medio de su trabajo y testimonio. Nada resulta más extraordinario que poder dar testimonio de lo que éramos antes de conocer a Cristo y lo que somos ahora. Pablo pasó de odiar a muerte a los creyentes, hasta amarlos, cuidarlos y protegerlos (Hch. 20:18-21). Esto es lo que hace una vida trasformada. Hay un cambio del carácter que se traduce en una vida de servicio y testimonio a otros. ¿Cómo le conocen a usted ahora? ¿Pueden juzgar los hombres que usted tiene un nuevo carácter? ¿Corresponden sus palabras con sus hechos?
CONCLUSIÓN:
Hace muchos años atrás, nació un niño en Rusia que se veía a sí mismo tan feo que estaba seguro que no habría felicidad para él en la vida. Lamentaba el hecho de poseer una nariz grande, labios gruesos, pequeños ojos grises y grandes manos y pies. Su fealdad lo había afectado tanto que le pidió a Dios que hiciese un milagro y lo transformase e un hombre apuesto. Hizo la promesa que si Dios le concedía eso, él le daría todo lo que poseía ahora y lo que iría a poseer en el futuro.
Ese muchacho ruso era León Tolstói, uno de los escritores más famosos del mundo del siglo veinte, renombrado por su gloriosa La Guerra y la Paz. Tolstói admite en una de sus libros que con el correr de los años descubrió que la belleza de la apariencia física que una vez persiguió, no era la única belleza de la vida. En su lugar, Tolstói comenzó a considerar que la belleza de un carácter fuerte era considerada a los ojos de Dios como el bien más apreciado.
Pablo relató su testimonio antes de conocer a Cristo. En su historia él admite haber tenido un mal carácter que se reflejaba en el odio a los cristianos. Pero cuando fue rodeado con aquella inmensa luz del cielo, tuvo una caída, levantándose después con el más bello carácter, hasta demandar ser imitaba como lo hacía de Cristo. Cristo hará que pasemos de un carácter feo al más bello.