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El Último Puerto

Hechos 28:11-31

INTRODUCCIÓN:

No sabemos si para los tiempos de Pablo ya existía el refrán: “Todos los caminos conducen a Roma”. Pero como quiera que haya sido, llegar a Roma era el objetivo final del apóstol. Así que los puertos que tocaron previamente, incluyendo el del naufragio, no eran sino las paradas necesarias para llegar al “último puerto”. ¿Por qué Pablo no había ido a Roma antes? Porque él era un hombre gobernado por usa “ambición santa” y se había determinado primero llenar con el evangelio todo lugar que pisare su pie. Es por eso que en la carta que dirige a ellos, antes de visitarles, les dice: “Que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo”.

El testimonio de su trabajo a partir de su conversión ha quedado registrado en Romanos 15:17-21. El impedimento, pues, para que Pablo visitara a Roma se ve reflejado en estas palabras, “pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a vosotros, cuando vaya a España, iré a vosotros…” (V. 22-24). Ahora bien, ¿qué planteaba este viaje a Roma? Que su llegada a este “último puerto” sería el principio del fin de sus días en la tierra.

Aunque no se sabe con exactitud si él visitó a España, según el deseo de su corazón, la llegada a Roma marcaría el ocaso de su vida, pues aunque allí estuvo hasta dos años preso, no se nos dirá más nada, sino que después la tradición hablaría de su muerte como alguien que fue decapitado por manos del mismo Nerón. De este modo hemos acompañado a Pablo en este largo recorrido. La experiencia ha sido simplemente extraordinaria. Pero hay un “último puerto” en todo este viaje. ¿Qué verdades finales encontramos ahora? ¿Qué nos aguarda en esta última parada que debe ser comentado?

I. NOS AGUARDA LA FORTALEZA DE ÁNIMO QUE PRODUCE VER A LOS HERMANOS EN UNA PRUEBA

1. “…nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días” v. 14.

Después de tres meses en la isla de Malta, lo cual cubrió el tiempo del invierno, toda aquella tripulación debidamente abastecida decide emprender el viaje en una nueva nave alejandrina que tenía por insignias las deidades griegas de “Cástor y Pólux”, dioses de los marineros.

Lucas nos sigue dando detalles únicos de este viaje final, nombrando los días y los puertos que iban tocando hasta encontrarse con los primeros hermanos. La noticia de la llegada de Pablo se extendió rápidamente. Los amigos que ya dispensaba en este lugar vinieron a darle la bienvenida (Ro. 16:1-25). Un grupo le dio la bienvenida en la Plaza de Apio (v. 15), mientras que otros se la dieron en las Tres Tabernas (v. 15). Qué experiencia produciría ese encuentro. El antiguo deseo que tuvo Pablo de verles (Ro. 15:23), ahora se ha cumplido. La presencia y hospitalidad de los hermanos no puede ser comparada con la hostilidad de los que rechazan el evangelio. Nada supera la hospitalidad cristiana. En un camino de pruebas, un encuentro lleno de amor fraternal, propio de los hijos de Dios, es simplemente reconfortante. El creyente es una persona de corazón y puertas abiertas.

2. “… al verlos, Pablo… cobró aliento” v. 15.

¿Quién llevó el evangelio a Roma por primera vez? No se sabe. Pero lo que sí es cierto es que parte de la gente que vino al Pentecostés tuvo que traer la semilla de la palabra a la ciudad. También pudo ser uno de los tantos soldados romanos alcanzados por el mismo Pablo, quienes regresarían a Roma convertidos y allí iniciaron alguna iglesia. Como quiera que haya sido, cuando Pablo llegó ya había hermanos que compartían el mismo amor y creían en el mismo Cristo. La manera llena de gozo y entusiasmo con la que le recibieron a Pablo, le levantó el espíritu, tanto así que “dio gracias a Dios y cobró ánimo”. Hacía mucho tiempo que Pablo no se encontraba con ningún hermano en la fe. Las caras que más veían eran las de presos, reyes, soldados y marineros. Todos ellos eran hombres sin temor a Dios.

Ahora sabe que está en presencia de su gente, con quienes puede hablar de la misma historia, alentarse con la misma palabra, disfrutar del mismo compañerismo, etc. Con este recibimiento, la llegada de Pablo a Roma se ve como una “entrada triunfal”. Si bien es cierto que él llegó en cadenas, ahora es recibido como un guerrero vencedor. Cuando alguien está preso, lo que más anhela es una palabra de ánimo y fortaleza. El creyente debe ser un portador de aliento.

II. NOS AGUARDA LA NECESIDAD DE CUMPLIR CON LA TAREA COMO UN DEBER INELUDIBLE

1. “…porque por la esperanza de Israel estoy sujeto…” v. 20.

Pablo llegó preso a Roma por causa del evangelio. Pero quedó comprobado que él llegaba en esa condición, no porque era culpable (Hch. 25:25). En todo caso, su culpabilidad era afirmar que todo lo que se dijo de Jesús, sobre todo en lo que respecta la resurrección, se cumplió y es eso lo que ahora predica. Creo que no existe otra religión en el mundo como el cristianismo que nos revele tan fuertemente la esperanza que hay en nosotros. La predicación del evangelio trae en sí misma el tema más importante que todo ser humano debería oír: la esperanza de la vida eterna.

Pablo llegó a Roma preso por defender esta predicación. Los judíos nacieron como un pueblo de la esperanza. Cuando Cristo vino confirmó esa promesa dada a Israel, diciendo que la “salvación viene de los judíos” (Jn. 4:22). Esta declaración puso de manifiesto que Israel era poseedor de la más grande esperanza, porque “no hay otro nombre dado a los hombres, debajo del cielo en el que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). Este es el deber ineludible que debemos cumplir.

2. “Predicando el reino de Dios…” v. 31.

Después que Pablo fue entregado al “prefecto militar” (v. 16), y se le permitió vivir en una residencia aparte de los demás presos (v. 30), convocó a su gente para hablarles de lo que él sabía hacer. Lucas nos da detalles reveladores de aquel tiempo cuando Pablo les habló acerca del reino de Dios (v. 23, 31). Su pasión y amor por su gente era tan grande que invertía días completos explicándoles a través de la ley y de los profetas acerca de Jesucristo. El resultado de su persuasión es registrado con estas palabras: “Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían” v. 24.

La predicación del reino de Dios tendrá esta característica. Algunos reciben la palabra con entusiasmo y otros se endurecen; algunos reciben la luz del evangelio, y otros cierran sus ojos contra el mensaje. Al final Pablo tuvo que describir lo que ya el Señor había dicho de los que rechazan el evangelio (v. 26-29). Pero aunque algunos rechazan la palabra, habrán otros que la estarán esperando (v. 28). No nos detengamos ante nuestro deber ineludible. En la ruta hacia el “último puerto”, sigamos anunciando a Cristo.

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