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Hombres y mujeres que marcan la diferencia

Predicas Cristianas

Predica Cristiana de Hoy: Hombres y mujeres que marcan la diferencia

Prédica de Hoy Lectura Bíblica: Proverbios 22:11

“Las amistades hay que evaluarlas cuidadosamente. Si alguien me insta e incluso, genera condiciones propicias para que usted y yo obremos maldad, no lo podemos considerar una amistad apropiada y verdadera.”

Predica Cristiana – Introducción

Si algo le hacía brillar los ojos con la misma avidez de un gato en plena faena de casa en una noche oscura, era ver correr sangre. Algo que le atraía poderosamente y le llevaba a sentirse dueño de la vida, como un dios.

Felipe se ufanaba junto con sus amigos, reunidos en la misma esquina de barrio de siempre, desde las seis de la tarde hasta que el frío lo obligaba a irse a casa. “Lo obligue a estar de rodillas.

Me suplicaba, que su esposa, que sus hijos, que no los dejara huérfanos. Y yo, nada. Te mueres. Y el disparo. Y verlo caer. No lo imaginan. Y mañana, compren el periódico para que lo vean”, relataba, enfatizando los pormenores.

¿De una cárcel? Decía que era el refugio de los cobardes. “El día que me toque a mí, me muero. Primero bajo tres metros de tierra antes que encerrado en una jaula”, decía con ese temor que nunca ocultó al encierro.

Las armas lo apasionaban. Cambiaba de modelo y de marca, como de celular. Cada peso que se agenciaba cometiendo crímenes y atracos lo destinaba a las drogas. Un círculo vicioso que jamás terminaba.

Una espiral sin fondo. Un agujero en el infinito. Levantarse de mañana, cometer sus pillerías, drogarse y preso de la euforia, proclamar entre sus conocidos las acciones delincuenciales para luego dormir, en esa sucesión interminable de imágenes de pesadilla.

Lo capturaron un sábado, cuando caía la tarde y se aprestaba a pasar una noche de parranda, acompañado de una joven que había conocido en un restaurante. Antes de salir de su habitación practicó varios pases de baile, especialmente de merengue, el que más le gustaba.

Dos agentes lo retuvieron. No tuvo tiempo de decir nada. Cayó al suelo. Vociferaba, y en menos de lo que podía imaginar, estaba en una celda, estrecha, húmeda, con inscripciones, números de teléfono y nombres por todo lado.

Ese penal sería su casa por más de siete años, de los veinticinco a los que le condenaron por sus innumerables crímenes. El cambio, sin embargo, llegó seis meses después de estar encerrado.

Le visitó una mujer que le habló de Jesucristo y terminó haciendo la oración de fe, más por el desespero y el ánimo de que ella se fuera, que por el deseo sincero de cambiar de vida.

Pero esas sencillas palabras, marcaron una transformación en su vida. No podía consumir cocaína como antes, no le hacía efecto y se negó, pese a la insistencia de dos compañeros de celda, a seguir vendiendo alucinógenos. Una fuerza que no podía explicar, se lo impedía.

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