El Banquete de la Misericordia

 Mefiboset después de vivir en la opulencia, con una niñez propia de un heredero de la corona, lleno de todos los cuidados y atenciones, ahora vive escondido. Quien vive escondido, vive atemorizado. Hay temores que hacen vivir a muchas personas en un estado de vergüenza. Quizás han sido marcados por alguna experiencia en su niñez; a lo mejor producto de algún abuso por alguien muy cercano a su vida, y viven escondidos en su propio mundo, aunque estén a la vista de todos. Pero la verdad que surge acá es esta: No se puede vivir siempre escondido. ¿Quiénes andan en esta condición? Los que viven rodeados de otros, pero presos en sus dudas; los que creen que todo les sale mal o piensan que nadie les ama. Mefiboset vivió esa condición. Sus temores no podían ser más notorios. Bien sabía él del odio que despertó su abuelo y que, por cuanto el reino se le había dado a David, él tenía todo el derecho de limpiar la casa de Saúl. Pero ahora está listo para vivir la etapa más importante y feliz de su vida. Y es que cuando se acaban los temores, la real vida comienza a manifestarse. La gracia divina ahuyenta los temores. El gozo debe ser la nota distintiva de un hombre libre.

2. La palabra del rey cambia las cosas (v. 7).

Un día el temor de Mefiboset llegó al extremo. Lo que no quería que pasara, ahora es una realidad. Los soldados de David han llegado a su casa. Ahora el hombre lisiado teme que le pueden cortar la cabeza. Imagínese el cuadro. Este hombre no puede correr. Los soldados de David son muy valientes, y él que se define como “un perro muerto” (v. 8), no podía huir. Su fin había llegado. No solo había vivido en un estado de miseria, sino que ahora morirá bajo el filo de alguna espada. Pero él no estaba preparado para lo que vendría. Fue tomado por los soldados. Se dio cuenta que no lo maltrataron. A lo mejor lo pusieron en algún carruaje y lo introdujeron delante del rey. Pero cuando llegó delante de él, su temor alcanzó lo máximo. Así que se postró ante su presencia como era digno de un rey, y cuando estaba allí, esperando algún golpe final, el rey le dice: “No temas…”. Esto significa gracia. Esto fue lo mismo que Jesús le dijo a aquella mujer: “Ni yo te condeno”. El Rey de nuestras vidas tampoco nos condena. Al estar en su presencia también nos dice: “No temas”.

IV. EL BANQUETE DE LA MISERICORDIA ES EL LUGAR DONDE HAY UNA FUENTE DE PROVISION CONTINUA

1. Hay una tierra que te pertenece (v.7).

Cuando Mefiboset conoció a David lo primero que hizo fue recuperar sus tierras. Las tierras de su abuelo y de su padre le pertenecían por herencia, pero él vivía alquilado en casa de un tal Maquir (v. 4), sin pensar que era dueño de tamaña riqueza. Pero el asunto no quedó allí. David ordenó no solo la recuperación de las tierras, y por cuanto el no podía labrarla, se le ordenó al siervo Siba, quien contaba con quince hijos y todo sus siervos (v. 10), para que se encargaran de suministrarle alimentos por el resto de su vida. Esto es algo extraordinario. Cuando alguien conoce a Cristo recupera la tierra que le pertenece. Previo al encuentro con el Rey, el creyente vive en “Lo- Debar”, donde no hay pastos ni frutos, viviendo en tierra lejana y en casa extraña. Una de las cosas que hace Satanás es privar al individuo de la vida abundante que Cristo vino a dar. Para ello el decide “hurtar, matar y destruir” los bienes que nos pertenecen. Cuando venimos ante el Rey recuperamos todo lo que se nos había perdido. Por tal razón el hijo de Dios no tiene por qué vivir en la miseria.

2. “El hijo de tu señor comerá siempre en mi mesa” v. 10.

El llamado a comer al banquete del rey es distintivo en este capítulo. Se repite cuatro veces como para destacar que este es el corazón del mensaje (v. 7, 10, 11, 13). Y cuando Mefiboset estuve delante del rey hizo una pregunta con la que reconoció ser inmerecedor de la misericordia del rey. Tal era su condición que se preguntó: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?”(v. 8). Y un “pero muerto” fue invitado a comer para siempre en la mesa del rey. ¿No es esto extraordinario? Nosotros vivíamos como “perro muerto”, pero un día conocimos a Cristo y fuimos invitados a su banquete. ¿Podremos imaginarnos lo que será sentarnos en la misma mesa con Pablo, Pedro y Juan? ¿Se imagina estando allí pedirle a Santiago que nos pase un pedazo de pan? ¿Se imagina estar allí hablando con Martin Lutero, Juan Buyan, Casiodoro de Reina? ¿Compartiendo con Abraham, Jacob, Moisés y los profetas? ¡Ah, y también con Mefiboset! “El banquete de la misericordia” será una fiesta permanente y el Rey de reyes será quien la sirva. ¡Aleluya!

CONCLUSIÓN:

La presente historia es una auténtica ilustración de la vida delante de Dios. Es un cuadro conmovedor de la gracia divina. Es, en efecto “el banquete de la misericordia” donde todos somos invitados. Nosotros también estamos “lisiados” por el pecado e incapaces de salvarnos por nosotros mismos.

David, con su misericordia, ilustra a Dios Padre y Jonatán al Señor Jesucristo. De la misma manera que Mefiboset fue elevado a un lugar en la mesa del rey, por amor a Jonatán, así también nosotros se nos eleva a la categoría de hijos por amor a Jesucristo. El único banquete donde se puede sentar un pecador despreciado y carente de significado es la mesa del Señor. Fue él quien dijo: “El que a mí viene, no le echo fuera”. Dios sigue en la búsqueda de alguien para hacer misericordia. Si te sientes como Mefiboset, tú puedes cambiar hoy. Lo único que tienes que hacer es acudir ante la presencia del Rey. Ven como estás.

(571) 251- 6590

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