Ocupados en Buenas Obras

Responde dulcemente a los insultos. Calla cuando sus palabras pueden inflamar el ardor de la ira. Perdona los pecados de otros. Sufre el agravio, y ruega perdón a Dios por quien lo cometieron.

Claro, esto no significa que en ocasiones no deba confrontar el pecado o el error de otros con cierta dureza. Sin embargo, aun cuando lo hace así, demuestra claramente que lo hace por amor, y desea el bien de tal persona.

“Fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27:6).

b. Buenas obras a todos los hombres

Ahora, un dato importante es que Pablo le dice Timoteo que esto debe hacerse con todos los hombres. ¡Sí, cómo escuchó! ¡A todos los hombres!

Todos tenemos a esa persona o grupos de personas con las cuales nos resulta imposible cumplir este mandato. Un gobernante, o un jefe, o alguna otra autoridad. Un amigo de la infancia, un hermano sanguíneo, o un hermano en la fe.

Sin embargo, así como el amor de Dios no hace acepción de personas, así tampoco debe hacerlo nuestro amor. Dios nos amó y entregó a su Hijo, cuando éramos sus enemigos. Por tanto, nosotros también debemos ocuparnos de hacer bien a todos los hombres.

III. Lo que éramos antes (vers. 3)

a. Origen de las malas obras.

El apóstol Pablo explica en este versículo el origen de todos estos malos deseos. Pablo dice que hacíamos todo esto porque éramos:

  • Esclavos de concupiscencias y deleites diversos.
  • Y envidiosos.

En ese sentido, la difamación y la contienda surgen de todos estos pecados. Hablamos mal porque somos maliciosos o envidiosos. Peleamos con otros porque somos rebeldes o insensatos. Tenemos arrebatos de ira y gritamos porque las concupiscencias nos dominan fácilmente.

Y es que tiene mucho sentido. ¿Por qué hablamos mal de otros? Sencillo, o tenemos envidia de lo que esas personas tienen, o buscamos hacerles mal. Somos conflictivos, porque no tenemos la suficiente sabiduría para ver cuánto nos perjudican las contiendas.

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