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La resurrección que abrió todas las puertas

Predicas Cristianas

Prédica de Hoy: La resurrección que abrió todas las puertas

Predica Cristiana Texto Bíblico: Juan 20:19-23

INTRODUCCIÓN:

Jesús ha muerto. Las siete oraciones que pronunció desde su último púlpito, la cruz, fueron oídas hacen más de dos mil años y se siguen oyendo hasta ahora. Su última oración: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”, y con ello su muerte, pudo ser para el diablo, el pecado y el mundo, su gran victoria.

Y si bien es cierto que hubo acontecimientos sobre naturales, como el terremoto y el velo del templo roto, hasta el punto de que muchos reconocieron que verdaderamente él era Hijo de Dios, lo cierto fue que para sus enemigos Jesús se había acabado y así todo aquel movimiento que inició con sus discípulos.

El cuento que se oyó entre los soldados fue que el cuerpo de Cristo fue robado por los discípulos.  Ahora todos hablan de una historia pasada. Los caminantes de Emaús solo hablan de aquel que hizo tantas cosas y que fue considerado como un gran profeta.

Los discípulos, además de haber huido, están encerrados y acorralados. Un gran temor les ha invadido. Su líder, Maestro y Señor ha muerto. Ahora se encerraron como si esto impidiera que los malvados romanos vinieran y derrumbaran la puerta y hasta la casa para buscarlos.

El asunto es que para todos los que habían seguido a Cristo todo se había acabado.  Pero es aquí donde el plan glorioso del Padre eterno entra en acción. Desde el momento que Jesús entregó su espíritu comenzó a mostrarse el gran poder del Padre. La resurrección fue un acto exclusivo de Dios.

Su Hijo fue encerrado en una tumba y la primera puerta que él abrió fue la de su tumba. Desde entonces no hay una puerta que quede cerrada después del poder de la resurrección.

Hubo un viernes terrible, pero luego llegó el domingo glorioso. Sí, el primer día de la semana comenzó la más grande noticia que jamás se había contado: Jesucristo vive y ya no habrá más puertas cerradas. Veamos los hechos de  la resurrección de Jesús.

I. CONSIDEREMOS EL HECHO DE LAS PUERTAS CERRADAS

a. Jesús no tocó la puerta (vers. 19ª)

Ni siquiera tuvo que abrir la puerta. Él simplemente estaba allí. Y él no era un fantasma. Mire el versículo 20: “Les mostró sus manos y su costado“. En otro lugar dijo: “Tócame y mira. Porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).

Él tiene un cuerpo físico, pero no exactamente como el nuestro: igual, pero diferente. Simplemente estaba allí, a pesar de las puertas cerradas. “No hay nadie más como Jesús en todo el universo”. ¿Qué significó esto?

Por un lado, que Jesús puede ir a donde nadie más puede ir. Él puede ir a donde ningún consejero puede ir. Él puede ir a donde ningún médico pueda ir. Él puede ir a donde ningún pastor puede ir. Él puede alcanzarte en cualquier lugar y en cualquier momento.

No hay un lugar donde estés, y no hay corazones tan duros que Jesús no pueda penetrar. El poder de la resurrección le permite a Jesús hacer lo que nadie más puede hacer. Él está vivo, y él es el único Dios-Hombre que puede entrar a una puerta sin abrirla. Deja al Señor entrar.

b. Adentro hay un temor colectivo (vers. 19b)

¿Cuál era la razón? Pues que su líder había sido crucificado por ser una amenaza para César. Así que su miedo es comprensible. ¿Usted no hubiera hecho lo mismo?  ¿A qué le tenían temor los discípulos? Bueno, tienen miedo de morir; que los crucifiquen como a Jesús.

El temor por no hacer lo que se esperaba de ellos.  Jesús los había preparado, pero ahora están presos de una gran incertidumbre. Tenían temor que la incipiente iglesia que comenzaba con ellos no prosperara, que el gran movimiento que inició el Señor hasta allí llegara. Y en ese miedo Jesús llegó. Y ¿cuáles son nuestros temores de hoy?

Muchas veces hemos cerrado nuestra propia puerta por temor a que nuestros hijos naufraguen de su fe y perezcan sin ser salvos. Algunos tienen miedo a morir porque sienten que su fe es muy débil.

Algunos, como en este tiempo, tienen un gran temor porque esta pandemia se prolongue y traiga un desequilibrio económico y emocional en la familia. Pero es allí cuando vemos a nuestro Señor tomando acción.  Jesús se adelante y como sabe que el miedo paraliza, se acerca para inundar de fe a los atribulados discípulos. Jesús ha resucitado para quitar nuestro temor.

c. Jesús debe llegar al centro (vers. 19c)

Esta escena es maravillosa. Jesús quería que lo vieran y lo conocieran y creyeran en él y lo amaran. No siempre Jesús entra sin pedir permiso en nuestras vidas. Por lo general él es un caballero. Apocalipsis 3:20 nos muestra a un hombre tocando la puerta para entrar.

Se ha dicho que la única puerta con una sola cerradura es la del corazón y el quien puede abrirla es la persona misma. Pero hay momentos como estos que Jesús no tiene que tocar la puerta, primero para demostrar que él ha resucitado y que él se hace presente para animar a los que están profundamente llenos de temor.

Mis hermanos esto es lo que hace Jesús. Él viene al centro de nuestras vidas, de nuestras reuniones, de nuestros negocios y de nuestras necesidades. Nadie más se acercará de esta manera para ayudarnos.

Cualquiera que tocara la puerta en aquella noche (algunos piensan que era la media noche) era considerado como un sospechoso.  Bueno mi oración también es que el Señor te ayude en tu miedo. Ponlo en el centro de tus temores y se irán de ti.

II. CONSIDEREMOS EL HECHO DEL GOZO DE VERLE OTRA VEZ

Nada trae más tristeza al corazón cuando la esperanza de tener algo que ha sido tan nuestro se pierde, se va, se muere.  Ninguna cosa es más desalentadora que la muerte prematura de alguien a quien se ha amada tanto. Nada produce más dolor y congoja que el saber que hemos perdido aquello que nos daba mayor seguridad.

Esta fue la experiencia de los discípulos. Pero vea como aquel cuadro sombrío y lleno de miedo cambia y el salón oscuro donde estaban los acorralados se enciende de luz y hay un estallido de un gozo indescriptible.  ¿La razón?  Cristo vive.

El texto dice que después que los discípulos comprobaron que era él, por cuanto les había mostrado sus cicatrices (considérese cuan grandes serían, pero sobre todo como la prueba irrefutable que había resucitado), ellos se regocijaron. ¿Quién se puede imaginar esta alegría? ¿Quién puede producir esta escena? Era el Señor, ¡vivo! ¡Qué cambio comparado con su temor y desánimo iniciales! 

Al principio Jesús no fue motivo de gozo para sus enemigos, en especial para los que le crucificaron, pero cuando los discípulos le volvieron a ver resucitado, sus corazones no podían sostener semejante gozo.  Oh, mis hermanos, mientras más veamos a Cristo, más nos regocijaremos.

III. CONSIDEREMOS EL HECHO DE LOS REGALOS DE JESÚS

a. El Jesús resucitado viene a traer paz (vers. 21)

Dos veces dijo: “La paz sea contigo“: En la noche de ese día, el primer día de la semana, con las puertas cerradas donde estaban los discípulos por temor a los judíos, Jesús vino y se paró entre ellos y les dijo: “Paz a vosotros” (Shalom).

Cuando hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Entonces los discípulos se alegraron cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “La paz sea con ustedes“. Con esta declaración de Jesús descubrimos que ninguno de nosotros es capaz de iniciar la paz con Dios, sino que él siempre es quien viene y nos da la paz.

El orden aquí es realmente importante. La paz que Jesús da es antes y debajo de cualquiera de nuestras acciones. No iniciamos la paz con Jesús por nuestras acciones. Él inicia la paz con nosotros. El apóstol Pablo, quien escribió 13 de esas 21 cartas del Nuevo Testamento, lo explica así: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación…” (Efesios 2:14).

b. El Jesús resucitado vino a darnos el Espíritu (vers. 22)

Así que permítanme señalar cierre del poder y el propósito que Jesús da. Ambos se mencionan en los versículos 21–22. Y cuando hubo dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo“. Jesús iba a derramar el Espíritu Santo cuando ascendió al cielo (Hechos 2:33).

Eso sucede unas siete semanas después de su resurrección. Leemos sobre esto en el primer capítulo de Hechos. “Pero recibirás poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre ti” (Hechos 1:8). La obra del Espíritu Santo que Jesús da nos capacita para hacer lo que nosotros simplemente no podemos hacer por nuestra cuenta. 

Él nos da poder. Él respiró sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo'”. No dijo: Recíbalo en este mismo momento. En efecto, dijo: Date cuenta de que mi aliento, mi vida, mi palabra estarán en el Espíritu Santo

Hemos visto esto antes en Juan 14. Jesús dijo: “No te dejaré como huérfanos; Vendré a ustedes” (Juan 14:18). El Jesús resucitado y vivo ha venido a nosotros. Nos ha enviado el Espíritu Santo.  Después de la resurrección el gran regalo de Jesús ha sido darnos el Espíritu Santo.

IV. CONSIDEREMOS EL HECHO DE LA COMISIÓN DEL PADRE

Qué palabras tan dulces escucharon los discípulos. “Como me envió el Padre”; eso es, de la misma manera que él me envió al mundo así también yo los envío a todos ustedes.  Así que después de recibir la paz de Cristo y la promesa que tenía que ver con la llegada del Espíritu Santo, Jesucristo les entregó el encargo más grande, para la empresa más grande que se haya conocido: la evangelización del mundo. 

Observe como este texto es todo un anticipo de Hechos 1:8. Antes que Cristo ascendiera al cielo se aseguró en darle a sus discípulos su gran comisión, pero tal comisión solo sería cumplida con el poder del Espíritu Santo.

De modo que no podemos predicar ni alcanzar a otros para Cristo a menos que estemos investidos del poder del Espíritu Santo.  Jesús no tenía otros representantes sino ellos. Ellos serían sus embajadores, sus testigos, sus apóstoles (enviados) para seguir con la obra comenzada.

Muchos ignoramos que la Gran Comisión fue dada después que Jesús resucitó. Nos entusiasma el hecho glorioso que el domingo, el primer día de la semana, Jesús se levantó para vivir para siempre. Pero se nos olvida que el gran propósito de su resurrección fuera que nosotros siguiéramos la obra que él había dejado.  ¿He entendido por qué Jesús resucitó?

CONCLUSIÓN

El apóstol Pablo afirmó que si Cristo no resucitó “vana es nuestra fe”. Por lo tanto, la razón de nuestra fe y esperanza se debe al hecho mismo de la resurrección.   Hace más de dos mil años que esto pasó y lo que sostiene nuestra fe es el milagro de la tumba vacía.

Los discípulos estaban encerrados por miedo a morir como su Maestro. Pero cuando sus temores los mantenían presos en una casa, Jesús se presentó ante ellos. Y ellos le escucharon, le vieron, fueron comisionados, y se regocijaron con un gozo que transformó sus vidas, pues desde aquel entonces fueron llenos de valor y del poder del Espíritu Santo.

Mis amados Jesucristo ha resucitado. Ahora somos poseedores del mismo gozo. ¡Cristo está aquí!  Él espera que estés dispuesto a recibirle. Como hizo con sus discípulos la noche de aquel primer domingo, él puede hablarte y disipar tus temores, desarrollar tu fe y revelarte un futuro victorioso y glorioso después de la muerte.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.

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4 comentarios en «La resurrección que abrió todas las puertas»

  1. Dios bendiga al pastor Julio, son de gran bendición a nuestra vida sus prédicas, lo saludamos desde Villahermosa Tabasco México!

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    • Gracias mi hermano Rafael, el proposito de estos sermones es edificar al cuerpo de Cristo y llevar a los perdidos a los pies de Cristo, si eso lo logramos este trabajo habra dado su fruto.

      Dios te bendiga

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  2. Gracias pastor Ruiz, que edificantes y consoladoras palabras para mi vida espiritual,y por supuesto para compartir.
    Él Señor lo siga bendiciendo grandemente.

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