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Esperanza en la Incapacidad

Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Texto Bíblico:¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!” Romanos 7:24–25

Introducción

Cuando leemos el capítulo siete de la carta de Pablo a los romanos, no podemos evitar exclamar: ¡ese soy yo! Porque, ¿quién no se identifica con esta descripción que hace Pablo de la lucha que se libra en contra del el pecado? Es una batalla diaria y constante, sin tregua ni descanso. Pero no estamos solos.

Nuestro espíritu anhela todo aquello que es bueno y puro, santo y agradable, beneficioso al alma. Nuestro espíritu anhela todo lo que viene de Dios. Pero nuestra naturaleza caída está gobernada por una ley que en ocasiones, parece indomable. Ley que el apóstol Pablo llama la “ley del pecado”.

Sentimos esas tentadoras insinuaciones que nos seducen al pecado, que nos invitan a caminar por el camino que aborrecemos y que estamos conscientes de que no reporta nada positivo para la vida, la familia y la iglesia. Nadie escapa a las tentaciones de la carne, el mundo y satanás.

La pregunta de Pablo, ¿quién nos librará de este cuerpo de muerte? Más que una pregunta teológica, es la exclamación de una persona que se siente agobiada por la constante lucha con los apetitos de la “carne”. En este contexto tanto cuerpo de muerte como carne, se refieren a la naturaleza caída del hombre. El deseo de pecar viene de nuestra naturaleza pecaminosa, que se opone a Dios, que se resiste a someterse a la voluntad de Dios.

Y ante esa lucha contra la ley del pecado Pablo exclama ¡Miserable de mí! Otras versiones dicen: ¡Soy un desdichado! ¡Soy un pobre miserable! Esta es la expresión del que reconoce su propio pecado y lo quiere vencer, pero se siente incapaz de hacerlo con sus propias fuerzas. Lucha contra el alcohol, la droga, la pornografía, el adulterio, los juegos, etc., y no puede.

Hoy quiero ocupar unos minutos para hablarles de la incapacidad que tiene el hombre para librarse del poder del pecado, pero que tiene la esperanza de en Cristo si es posible.

1. El conocimiento de lo bueno no capacita al hombre para vencer el pecado

Si el saber que una cosa es buena fuera suficiente para hacerla, la vida sería muchísimo más fácil. Pero el conocimiento solo, no hace cambiar a nadie.

  • Cuánta gente sabe que fumar daña la salud y la economía familiar, sin embargo alrededor de 45.3 millones de adultos estadounidenses siguen fumando.
  • Cuánta gente sabe que el alcoholismo destruye la vida del hombre y la familia, sin embargo la gente sigue bebiendo alcohol a pesar de que más de 75 mil personas mueren al año víctimas del alcoholismo, (es la tercera causa de muerte en los EUA).
  • Cuánta gente sabe que la droga anula y arruina la personalidad, sin embargo más de 20 millones de estadounidenses de 12 años hacia arriba, usan droga o abusan de algún medicamento psicoterapéutico (opioides).
  • Cuántos padres saben que el divorcio destruye el nido familiar, sin embargo en los EUA el 50 % de los matrimonios terminan divorciándose, sin importar las consecuencias negativas que produce principalmente en los hijos.
  • Cuántos personas hablan de la biblia, conocen sus historias y hasta sus doctrinas, pero de ahí no pasan, solo tienen un conocimiento intelectual acerca de Dios y su palabra, pero no tienen una experiencia personal con Dios. Sus vidas no cambian.

Para enfrentar el pecado y los antiguos deseos pecaminosos que luchan contra el cristiano, el conocimiento no es la respuesta. Por eso Pablo dice Cuando quiero hacer el bien, no lo hago; y cuando trato de no hacer lo malo, lo hago de todos modos.”  (Romanos 7:19 NTBAD). Es que el sólo conocimiento de lo bueno no capacita al hombre para vencer el pecado.

Pero al final de su reflexión Pablo exclama: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Él mismo se responde: ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! La única respuesta al pecado es Jesucristo.

2. Tener un diagnóstico del problema es bueno, pero no capacita al hombre para vencer el pecado

Reconocer que existe una crisis es bueno. Diríamos que es el primer paso para solucionar la crisis o darle solución a un conflicto, pero por sí solo no resuelve el problema. El médico podrá diagnosticar una enfermedad maligna con precisión, pero el diagnóstico sólo no sana la enfermedad. Se necesita un tratamiento médico posterior al diagnóstico para aliviar o resolver la enfermedad diagnosticada.

El apóstol Pablo sabía muy bien lo que estaba mal. Se sentía impotente. No sabía cómo remediarlo. Confiesa que aunque está consciente de la crisis con la cual está luchando, no sabe cómo resolverla. “Lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago… no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:15, 20). Es la manera más espectacular de describir la lucha que todo creyente libra internamente, entre los deseos y apetitos de su naturaleza caída y su espíritu que anhela agradar a Dios en todas las áreas de la vida.

Jesús reconoció el grave pecado de adulterio de la mujer que le trajeron para apedrearla. El Señor no sólo reconoció el problema de aquella mujer, sino que le da una segunda oportunidad y le ofrece una solución: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” (Juan 8:11).

La religión del tiempo de Jesús sólo podía señalar el error y condenar a la muerte a aquella mujer, pero Jesús no oculta el pecado de la mujer, la perdona y le muestra el camino de la restauración.

Pablo al final de su reflexión exclama: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Él mismo se responde: ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! La única respuesta al pecado es Jesucristo.

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