Esperanza en la Incapacidad

3. Las buenas acciones pueden ser meritorias, pero no capacitan al hombre para vencer el pecado

El que nos quitemos la comida para dársela a los niños hambrientos del tercer mundo no remueve el pecado de nuestras vidas. No negamos ni cuestionamos que toda acción humanitaria tiene un valor extraordinario, pero no libra al hombre de su pecado. Las buenas acciones no salvan a nadie.

La biblia dice con toda claridad que las obras de los hombres, por muy buenas y meritorias que sean, no lo salvan del pecado y de la condenación eterna. La salvación no es una recompensa a las buenas obras, es un regalo que Dios viene de Dios.

Dios es el que otorga la salvación en Jesucristo. La biblia dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9).

Y en su carta a Tito Pablo dice que Dios nuestro Salvador nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo.” (Tito 3:5 NTV). Esta verdad bíblica derriba todo intento humano de querer impresionar a Dios para ganarse su favor.

No estoy minimizando el valor que las buenas obras tienen para Dios y los hombres, porque soy de los que creen que las buenas obras son el reflejo del poder de Dios en la vida de aquellos que han sido transformados por el poder del Espíritu Santo.

Jesucristo les dijo a sus discípulos: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:16).

No podemos derrotar a satanás y vencer el pecado con buenas obras aunque sean plausibles. Pablo al final de su reflexión exclama: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Su propia respuesta fue: ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! La única respuesta al pecado es Jesucristo

4. Las altas normas religiosas no capacitan al hombre para vencer el pecado

En cuanto a este aspecto sobre lo que vengo hablándoles, el apóstol Pablo le pregunta a los cristianos de Colosas “¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos [normas] tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.” (Colosenses 2:20-23).

Si ya somos de Cristo no necesitamos añadirle a la salvación reglas humanas, el sacrificio de Cristo es suficiente. Esas reglas son puramente humanas… Podrán parecer buenas…, para obedecerlas hay que ser devotos de veras, porque son humillantes y duras para el cuerpo, pero de nada sirven en lo que a dominar los malos pensamientos y deseos se refiere. (NTBAD).

Muchísimas veces estas reglas y tradiciones elaboradas por los hombres, imponen al creyente más carga de lo que Dios exige y demanda en su Palabra. Como la religión en los tiempos de Jesús que le daban más importancia y valor a lo externo que a lo interno. [Se lavaban las manos, pero el corazón lo tenían lleno de odio. Blanqueaban las tumbas, pero su interior estaba lleno de huesos de muertos].

Cristo censura esta actitud legalista cuando le dice a los escribas y fariseos: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!” (Mateo 23:24). Es que especialmente la secta de los fariseos fijaba su atención en cuestiones triviales [insignificantes] de la vida religiosa, mientras pasaban por alto cosas de enorme importancia para la vida espiritual del creyente. Por fuera, limpios en lo ceremonial; por dentro, corruptos en sus corazones.

Viniendo de una religión legalista como el judaísmo, Pablo está convencido que la ley descubre el pecado pero no capacita al creyente para que lo venza, exclama al final de su reflexión ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Pero él mismo se responde: ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! La única respuesta al pecado es Jesucristo.

CONCLUSIONES

Pablo reconoce que la ley del pecado se impone de tal manera en el hombre, que lo ata a algo superior a sus fuerzas, a su voluntad y a sus deseos, y que muchas veces lo lleva a hacer lo que no quiere hacer. Quiere hacer el bien, sin embargo hace lo contrario.

Ante esta lucha real que libra todo cristiano, Pablo exclama: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Pero el mismo se responde: ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! La respuesta de Pablo es bien concisa: Jesucristo es la respuesta.

En la incapacidad que tiene el hombre de vencer el pecado hay esperanza, esa esperanza es JESUCRISTO. No es declarar un conjuro, es JESUCRISTO. No es un programa sino una persona: JESUCRISTO.

No pongas tu esperanza en un programa de cinco pasos fáciles para alcanzar liberación. La repetición de oraciones que alguien escribió. La lectura de un libro. Un tele-evangelista. El único que nos puede librar del poder del pecado es Jesucristo. El único que da vida y valor al hombre es Jesucristo. ¿Quién puede librarnos del pecado? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro! [1]

[1] Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José́, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

©  David N. Zamora. Todos los derechos reservados.

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