b. Bienaventurados los que habitan en tu casa… (vers. 4)
Era un hecho que el salmista no habitaba en la casa del Señor. Bien sabía él que ese era un privilegio de los sacerdotes, de los levitas, de los porteros y de todos los que ministraban en la casa de Dios. La presente bienaventuranza no tiene que ver con aquellos que visitan la casa.
O sea, la idea no es de los que están un rato y se van. Porque el tabernáculo para el salmista, más que algo donde se entra y se sale, era un lugar de permanencia. Si Dios decidió venir y estar con su pueblo, no puedo venir a la casa de Dios visitarla y luego irme.
Por supuesto que en todos nosotros impera la idea del “ir y venir” al templo porque es nuestro lugar de reunión. Lo que el salmista nos muestra es la importancia que tiene en mi vida una adoración constante. Hay en esta declaración un elemento profético.
No todos podían llegar hasta el tabernáculo y ofrecer una adoración continua, pues era un privilegio de unos pocos. Pero llegaría el día cuando Dios ya no necesitaría del tabernáculo porque escogería nuestro corazón con morada para adorarle siempre. Cuando Cristo murió el velo del templo se abrió para esa adoración.
III. PORQUE NADA ES MÁS SANADOR QUE SUS MORADAS
a. Hay un valle de lagrimas en el camino a casa (vers. 6)
Hemos dicho que este es un salmo de los peregrinos que venían adorar a Dios en Jerusalén. La manera cómo el salmista relata su trayectoria nos revela que muchos de ellos venían con cargas en sus corazones.
El llamado “Valle de Baca”, que, si bien al parecer no hay un lugar geográfico con ese nombre, se conoce también como el “valle de lágrimas”. Los peregrinos tenían que atravesar por caminos en el desierto, muchos de ellos áridos y hostiles para llegar a la casa de Dios. Y esto es una realidad de todos los peregrinos que vamos a la ciudad celestial.
En nuestro andar cotidiano hay una mezcla de gozo y llanto. Hay pruebas que sacuden el alma. Dolores y aflicciones que nos roban la paz, sin embardo, el deseo por la casa del Señor por venir a un encuentro con el Dios vivo hace que nuestro “valle de lágrimas” se convierta en una fuente.
Que, frente a la aridez del alma, la esperanza cobra vida cuando llegue la lluvia para llenar los estanques y saciar la sed de Dios. Hay un poder sanador en la casa del Señor. No importa cuan agotado llegues a ese lugar, “en su presencia hay plenitud de gozo”.
b. Hay una fuerza creciente en el camino a casa (vers. 7)
En nuestra imaginación uno puede ver al salmista en un profundo anhelo por llegar a la casa del Señor. En la medida que avanza se va siendo más fuerte su caminar, su respirar y su anhelo de llegar. La expresión “irán de poder en poder” describe al caminante venciendo todos los obstáculos hasta llegar a Sion.
Recuerda esto las caravanas de viajeros que iban renovando sus fuerzas a medida que se acercan al fin del viaje, la casa del Señor. Serán renovados en su energía y al llegar al lugar, y tener su encuentro con Dios, él mismo les examinará y los colmará de bendiciones.
Su cansancio, sus fatigas, sus pruebas, sus carencias quedarán satisfechas cuando logren llegar hasta la ciudad del gran Rey. Mis hermanos, si nosotros tenemos un sentimiento parecido por la casa del Señor, no será sorpresa que nuestra larga espera por estar otra vez juntos, por traerle a nuestro Dios nuestros sacrificios de alabanza, seremos renovados y llenos otra vez de las bendiciones de aquel que aseveró que en tu presencia “hay… delicias para siempre”. Y esta promesa de su bendición es posible porque nuestro Dios nos oye (vers. 9), pero también porque él llega a ser nuestro escudo en nuestro conflicto (vers. 9).