La mentalidad de un triunfador

III. CONOCE BIEN EL VALOR DE LA PREMIACIÓN

1. Hay coronas que se marchitan prontamente (vers. 25)

Volviendo otra vez a las figuras paulinas en esta competencia olímpica, la corona por la que tanto luchaban los deportistas de ese tiempo era de olivo o una guirnalda de hoja de pino. Tales coronas pronto se marchitarían.

La verdad es que era bien difícil que los ganadores pudieran conservar esas coronas como lo hacen hoy los que ganan sus trofeos, que en su mayoría están estampados en oro. Esta es la verdad del mundo. Los premios que los hombres obtienen en sus vidas perecen con el tiempo, se deterioran.

Los premios terrenales serán siempre temporales. Esa es la figura de aquellas coronas griegas. Jesucristo había hablado de aquellos que trabajan solo por la comida que perece (Juan 6:27), y lo dijo en el contexto de los que le buscaban para que les siguiera dando el pan material con el que había recientemente.

La idea de lo que perece pronto es lo que más abunda. Es muy raro encontrarse con personas que están construyendo sus vidas a largo plazo. No son muchos los que buscan trabajar por la comida que “a vida eterna permanece”. En esto prevale el concepto de “ganar el mundo y perder el alma”. En la competencia de esta vida los premios tienen el sello de lo perecedero, ¿cuál debemos buscar?

2. Hay una corona que permanece incorruptible (vers. 25b)

La palabra “corona” que Pablo usa para ambos casos, es la misma. Por lo tanto, la corona con la que seremos al final premiados no será como la que usa un rey, que equivale a “diadema”, sino que será también una “guirnalda”, pero con la diferencia que la nuestra jamás se marchitará porque será entregada por el amado Cristo y su naturaleza será para aguantar toda la eternidad.

¿Cuántas coronas al final se nos prometen? Por un lado, tenemos esta corona que es incorruptible de gloria (1 Pedro 5:4). Esto es contrario a lo que es perecedero en el mundo. Tenemos la corona de gozo (1 Tesalonicenses 2:19), la que estará ausente de todo sufrimiento.

La corona de justicia (2 Timoteo 4:8), dada por el juez justo, no según nuestra justicia, sino la suya. Y, sobre todo, se nos ha asegurado la “corona de la vida” (Apocalipsis 2:10). Con esta corona serán premiado todos aquellos que padecieron por causa del evangelio, en especial aquellos que hasta dieron su vida por su amado Cristo.

Al final, tanto en la carrera como en la lucha, el cristiano sabe que será galardonado por aquel que lo tomó por su discípulo. Un día todos los cristianos compareceremos ante el “tribunal de Cristo” y allí serán pesadas nuestras obras. Si ellas se queman como la hojarasca, no serán premiadas, pero si son como el oro y la plata, serán recompensadas.

CONCLUSIÓN:

Pablo nos ha hablado de cómo es la mentalidad de un triunfador cristiano. Valiéndose de la figura del atleta olímpico nos ha mostrado el campo donde competimos, la disciplina para lograr el triunfo y al final, la corona incorruptible que le espera al triunfador.

¿Tiene usted una mentalidad de un triunfador o de un perdedor? Hay dos textos bíblicos con los que me gustaría cerrar que resumen lo que he querido decir en este mensaje. El autor de el libro a los Hebreos nos ha dicho: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10:39).

La mentalidad de un triunfador cristiano no está determinada por el fracaso, porque al final él no depende de sus fuerzas o sus logros personales. Él se mantiene en la carrera de la vida, sin retroceder y perderse, porque sabe que su fe que ha puesto en su Señor le preservará su alma hasta el final de su competencia.

Por otro lado, el apóstol Juan nos ha dicho: “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo” (2 Juan 8). El Señor no solo nos ha dado su salvación como un regalo, sino que al final de la jornada seremos llamados al pódium (tribunal de Cristo) donde se otorgará la corona incorruptible. Manténgase en la carrera y en la lucha hermano.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.

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