La reconciliación

Hay enemistades que el precio de su paz puede darse en una confesión y perdón de una ofensa, en un acuerdo con ciertos garantes o con una simple firma que sella las causas que llevaron a tal condición de enemistad.  Pero no fue esto lo que pasó con la enemistad que se dio entre Dios y lo creado.

El Padre hizo la paz con sus enemistados, matando a su propio Hijo. Quién puede entender y explicar semejante acto. Por esta razón Dios no acepta otro sacrificio ni otro mediador por la paz entre el Creador y la criatura. Así Dios cambió la hostilidad y enemistad irreconciliable por el amor, amistad y obediencia sólo a Él.

II. LA RECUPERACIÓN QUE HIZO LA RECONCILIACIÓN

a. Reconciliación de todas las cosas (vers. 20d)

Ya hemos visto la importancia y significancia del versículo previo que nos habla del gozo del Padre, el cual relaciona íntimamente con el presente texto. Como el tema es de la reconciliación de todas las cosas, Dios pudo seguir enemistado con su creación por la condición en la que cayó, producto del pecado mismo, pero en lugar de eso asume con gozo la posición de traer a una correcta relación todo aquello que un día le pesó haberlo creado.

Ahora el apóstol nos introduce en la esfera donde opera la reconciliación. Primero nos habla de las cosas que están en la tierra. Bueno, que todos sepamos, la tierra antes que Adán pecara era un paraíso. La amistad que había entre ella y Dios es vista en la forma cómo él armonizaba en el huerto del Edén.

Pero una de las cosas que hizo el pecado fue arrojar al hombre de ese lugar, quedando la tierra maldita y gimiendo con dolores de parto por su redención (Romanos 8). El texto también habla de “las cosas que están arriba”. ¿A qué se refiere esto?

Algunos creen que el pecado produjo un enojo hasta en los santos ángeles de Dios, parecido al que tienen contra los ángeles que ahora son demonios, de manera que la reconciliación hecha por Cristo trajo la paz celestial.

b. Reconciliación con el hombre caído (vers. 21)

Observe la transición que Pablo hace en los beneficiarios de la “sangre reconciliadora de Cristo” cuando llega el hombre, la corona de la creación. El misterio más grande de la reconciliación ha sido que si bien es cierto que el Señor reconcilió todas las cosas que están en el cielo, y que eso no incluye a los ángeles que pecaron contra Dios, si abarca al hombre como aquel por quien el pecado pasó a toda la humanidad.

¿Por qué Dios ha tenido tanta deferencia para el hombre si éste ha vivido enemistado siempre con él? Bueno, eso es parte del gran misterio de nuestra salvación. Tres cosas describen a ese hombre por quien Cristo murió en la cruz: extraño, enemigo y hacedor de malas obras.

Esto nos muestra que no hay nada, absolutamente nada bueno en nosotros, a menos que Cristo nos salve y nos reconcilie con su sangre. Pablo en la carta a los Romanos 5 nos da una idea más amplia sobre lo que aquí menciona. Nos dice que cuando éramos débiles Cristo murió por nosotros (vers. 6), pero la cumbre de es que a pesar de esta condición de rebelión, Dios muestra su amor para con nosotros “en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (vers. 8). No hay razón más poderosa que esta.

III.  EL PROPÓSITO DE LA RECONCILIACIÓN

a. Para presentarnos delante de Dios sin mancha (vers. 22)

La creación y el hombre están manchados a consecuencia del pecado. Y tan cierto es esto que muchos años atrás, en la acusación que Elifaz   contra Job, nos da una revelación sorprendente al decirnos que “ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos” (Job 15:15).

Por tal razón, y cuando se hable de la condición del hombre vista bajo las manchas que le ha dejado el pecado, al momento que se reconcilia con él por medio de su “cuerpo de carne” (el que fue entregado en la cruz), su demanda es para que viva santo y sin mancha delante de él. ¿Por qué Pablo nos dice esto?

Porque nuestra santificación terrenal es un anticipo de lo que será la celestial. Observe esto. Cuando Dios descubrió que aquel querubín tan hermosamente hecho pecó contra él por querer ser igual a él, aquel a quien Ezequiel describe como “perfecto en todos sus caminos…” (Ezequiel 28:15), fue arrojado del cielo en el mismo momento porque en ese santo lugar no se admite pecado.

Y esto ha sido el propósito de la muerte de Cristo y con esto su reconciliación: presentarnos sin mancha delante de un Dios tres veces santo. Para esta vida y la que viene, la santidad es la mayor demanda. De allí la muerte de Jesucristo.