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Dios te ama de todas maneras

Predicas Cristianas

Prédica de Hoy: Dios te ama de todas maneras

Predicas Cristianas Texto Bíblico: Juan 8:3

Introducción

Estaba Jesús enseñando en el templo, cuando los escribas y los fariseos llegaron con una miserable mujer sorprendida en el acto mismo del adulterio. La sorprendieron in fraganti. Dice la historia que sin ningún tipo de reparos estos hombres hicieron un espectáculo público. “Pusieron a la mujer en medio de toda la gente.” (Juan 8:3b TLA).

No sé si ustedes están de acuerdo conmigo, pero este fue un acto carente de toda ética y decencia humana de parte de estos hombres. No mostraron ni el más mínimo sentido común. Si en verdad ellos buscaban una solución al problema, un veredicto justo, mejor hubieran consultado a Jesús de forma privada. No era necesario que esta mujer fuera doblemente humillada. Pero están los que disfrutan humillar a los demás.

Y sin ningún reparo le dijeron al Señor: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”. (Juan 8:4-5).

Efectivamente la ley de Moisés condenaba a pena de muerte [por lapidación], a los hombres y a las mujeres que fueran sorprendidos en el mismo acto de adulterio [infidelidad matrimonial] (Levítico 20:10; Deuteronomio 22:22).

Pero intencionalmente los escribas y fariseos alteraron y acomodaron el mandamiento de la ley para sus propios propósitos. No buscaban justicia, sino una causa para acusar a Jesús. Algo que lo comprometiera para después usarlo en su contra.

Ellos debieron llevar esta mujer al Sanedrín, que era el tribunal competente para juzgar estos casos, sin embargo, la trajeron a Jesús a la vista de todos, para poner públicamente en aprietos al Maestro. El apóstol Juan comenta en su relato, que Ellos decían esto para ponerle una trampa, y así poder acusarlo. (Juan 8:6 RVC).

Los escribas y fariseos creyeron que habían metido en una encerrona a Jesús. Si decía que apedrearan a la mujer, hubiera perdido su reputación de hombre compasivo y perdonador; y lo acusarían con los romanos de incitarlos a matar a una mujer adúltera, cuando la ley romana no incluía el adulterio como causa de pena capital.

Y si no condenaba a la mujer pecadora, entonces los judíos lo acusarían de condonar y fomentar el adulterio, quebrantando la ley de Moisés. Así tendrían una causa para declarar a Jesús como blasfemo por no aceptar y obedecer la ley sagrada.

Sin embargo, la trampa se convirtió en un bumerán para ellos, porque como decimos, Jesús puso la papa caliente en sus manos. El Señor les dio la responsabilidad a ellos de ejecutar la sentencia contra la mujer pecadora cuando les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” (Juan 8:7).

El Señor no rebajó las demandas de la ley sagrada; más bien los invitó a “tirar la primera piedra”. Así que no lo podían acusar de no apoyar la ley. Pero las condiciones que puso impidieron que alguno de ellos apedreara a la mujer. Los confrontó con su propio pecado, demostrándoles que ellos no eran testigos cualificados para ejecutar la sentencia contra aquella mujer, aun cuando la hubieran sorprendido in fraganti [en el mismo momento en que cometía el delito].[1]

“Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.” (Juan 8:7, 9).

Jesús le dijo a la mujer, si los que te acusaban se fueron y no te condenaron, Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8:11).

Es un error pensar que Jesús perdonó con ligereza el pecado de aquella mujer, como si el pecado no tuviera importancia. Más bien el Señor le estaba diciendo a aquella mujer: “Yo pudiera apedrearte; pero no voy a dictar una sentencia definitiva ahora; ve, y demuestra que puedes salir de esa vida de pecado. Has pecado; vete, y no lo vuelvas hacer más.” Es evidente que lo que el Señor le ofrece a esta mujer es la salvación y una salida de su vida de pecado, como un día lo hizo con nosotros.

De este incidente aprendemos cuatro grandes verdades. A esta mujer la ley levítica la condenaba, pero la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Cristo, la alcanzaban.

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