Razones para estar agradecidos

2. Por lo que hace en nuestras vidas.

Por un lado, la palabra de Cristo tiene la misión de enseñarnos. Ella nos enseña acerca de Dios, su origen, su obra y su amor. Nos enseña de todo lo que hizo el pecado y cómo arrastró a la humanidad hasta el día de hoy.

Pero, sobre todo, nos enseña del plan de salvación a través de Cristo, profetizado en ella hasta el día de su aparición y su segunda venida.

Así que esperamos que esa palabra nos llene, no solo de conocimiento, sino que ella misma nos permita vivir sabiamente. Y en esto de vivir sabiamente, la palabra nos exhorta respecto aquello que estamos viviendo o haciendo mal, hasta que seamos hacedores de ella. Debemos estar agradecidos porque la palabra nos reprende en nuestro andar cotidiano.

Nos revela nuestra condición espiritual para ir de un proceso continuo de madurez. Y el resultado de su enseñanza y su exhortación, así como su abundancia en nosotros, es que ella pone en nuestros corazones una alabanza que la expresamos a través de nuestros labios con salmos, himnos y cánticos espirituales.

¿Cuáles son las canciones que usted más canta? Y es aquí donde podemos parafrasear el dicho: Dime cuánta abundancia de la palabra hay en tu boca y te diré la canción que cantas.

III. ESTAMOS AGRADECIDOS POR LO QUE HACEMOS PARA EL SEÑOR

1. El nombre glorioso para el que trabajamos.

Pablo no puso por casualidad en este texto el “nombre de Cristo”. Cuando busco las razones para estar agradecido a Dios, el nombre de Cristo se constituye en el centro de lo que soy y de lo que hago.

La Biblia dice que ese nombre es glorioso porque desde la antigüedad los profetas hablaron de lo que significaba el Mesías prometido.

Por más de cuatrocientos años se esperó la llegada de aquel Mesías, y al final vino, no como otros lo esperaban, pero vino como un bebé. Vino como Emanuel, eso es, Dios con nosotros. Vino del cielo dejando su trono de gloria y se humilló así mismo al hacerse hombre. Las profecías se cumplieron todas cuando él llegó.

A ese nombre de Cristo se le agregó el de Jesús para hacer realidad que él salvaría a su pueblo del pecado. Por cierto, no dice que el Mesías vendría para salvar a Israel de los romanos, sino de sus pecados. Y es que no hay peor dominio que el del pecado y Jesús vino para ponernos en libertad de esta esclavitud.

Pero lo grande de este nombre fue, que después de que él murió, Dios le dio un nuevo nombre para que en ese nombre se doble toda rodilla. Nada supera su nombre ahora, porque “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Trabajar para ese nombre es garantía de victoria.

2. Hacer todo pensando en su nombre (vers. 17)

No sé de dónde vino la idea de dividir al hombre en una vida secular y una vida espiritual. Este concepto ha creado una dicotomía en el creyente, pues él piensa que una cosa es el domingo y otra cosa muy distinta es el lunes en su trabajo.

Que mientras estoy en la comunión de los santos me envuelvo en una aureola de santidad, vista en mis palabras o en mis actos, pero cuando llego a mi vida “secular” en la semana mi comportamiento es otro.

Note lo que dice el texto. “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho…”. No hay, pues, una separación entre mi trabajo, estudios y mi vida espiritual. En todo caso, todo es sagrado. Esto plantea que el reto que las palabras que digo deben ser para la gloria de Dios, y que todo lo hago también debe ser como para el Señor y no para los hombres.

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