Eran las típicas reuniones orientales donde la alegría y el respeto formaban parte de la cotidianidad. Esto se dice porque a tales fiestas eran invitadas las tres hermanas. Las culturas orientales tomaban muy en cuenta el respeto que merecían las hijas.
Los hijos varones no expondrían a sus hermanas en situaciones donde ellas expusieran su reputación. Entre todos ellos había respecto. Y ese respeto se construía sobre las bases de un auténtico amor filial. Nada le hace más bien a la relación entre hermanos que el respeto mutuo. Y aquí volvemos a lo mismo.
El carácter de nuestros hijos se cincela con la dirección de un padre responsable. La armonía a la que llegaron los hijos de Job no surgió sola. El amor era real entre ellos, visto en la conducción paterna. Los hijos buscan ese tipo de padre hoy. Esto les dará una gran seguridad.
III. UN PADRE COMPROMETIDO EN LA VIDA ESPIRITUAL DE LOS HIJOS
1. Lo primero que hace un padre es buscar santificar a sus hijos (vers. 5ª)
Un padre no puede estar feliz mientras sabe que sus hijos pudieran estar siendo alcanzados por el pecado. Y esto es lo más fácil que ocurra. Hay un “bombardeo” continuo contra la mente y la ciudadela del alma de nuestros hijos. Su propósito es destruir sus valores y la pureza de sus más nobles sentimientos.
La amenaza que pretende ensuciar la vida de nuestros hijos es muy grande, de allí la necesidad de padres que se levanten como sacerdotes para buscar la santificación en ellos. Job tuvo la percepción que después que sus hijos tenían “sus banquetes en sus casas” (vers. 4), deberían ser santificados.
La expresión: “Quizá hayan pecado mis hijos…”, era una manera de hacerles examinar sus conciencias e invitarles a limpiarse de todo lo malo. Los hijos que se preservan en una vida de santidad conservan las memorias de un padre consagrado al Señor. “Santificarlos” es una forma de “ponerlos aparte, lejos del pecado”. Tenemos una tarea santificadora con nuestros hijos.
2. Lo otro que hace un padre es mantener el altar familiar (vers. 5b)
Job, haciendo las veces de un auténtico sacerdote, ofrecía sacrificios por sus hijos. Él sabía que tales sacrificios tenían la función perdonadora y restauradora. Ese acto de adoración tenía como finalidad preservar a sus hijos de toda influencia del pecado y del mundo.
Los hijos de Job, al ser invitados por él a su altar, apreciarían sus enseñanzas más que los bienes materiales de su propia hacienda. Ninguna cosa podrá producir una huella más indeleble en los hijos que las oportunidades cuando ellos fueron invitados por sus padres al altar familiar.
Las canciones, oraciones, lectura y testimonios hechos en tal lugar jamás podrán olvidarse, aun cuando se llegue a la edad de un adulto. Un padre comprometido sabe cuán importante es que los hijos aprendan el conocimiento de la palabra.
Una y otra vez la Biblia habla de la necesidad de instruir al niño en su camino. Y no habrá mejor manera de instruirlos que poner en su temprana vida la palabra de Dios. La verdad es que no tenemos mejores hijos porque ellos no tuvieron padres preocupados por haber llenado sus vidas, desde su niñez, con la riqueza de las enseñanzas bíblicas.
Tenemos que reconocer que el altar familiar no siempre ha estado encendido. Lamentablemente hay padres que han dejado que otros altares se hayan levantado en sus hogares, dejando que la Biblia se constituya en un huésped invisible y en un oyente silencioso. Urge que los padres asuman el reto de Job. Hay que renovar el altar de la adoración.