La historia de Cristóbal Colón que sirve de base para el mensaje de la ocasión, no terminó bien. El almirante de los mares fue maltratado. Al final se convirtió en un pobre gobernador de las nuevas tierras y los colonos venían regularmente para reclamarle.
La rebelión se convirtió en parte de su vida. La situación para él fue tan crítica que el rey de España tuvo que enviar a un hombre llamado Bobadilla para hacerse cargo de lo que estaba pasando. Él fue el hombre que se encargó de encadenarlo y llevarlo así de regreso al país de donde salió para conquistar. Por suerte la reina tuvo compasión de él y le quitó las cadenas.
Se dice que Colón mantuvo esas cadenas en su casa por el resto de su vida, y al final pidió que al morir las cadenas fueran enterradas con él. Este fue el triste final para el hombre que conquistó nuestro continente y a quien le debemos el llamado “descubrimiento de América”.
La ambición tiene este alto precio. Su historia al final nos enseña que nuestro viaje a otro mundo, aunque esté lleno de incertidumbres, el único propósito debiera ser buscar la prosperidad bajo la dirección divina. Pero no es solo una prosperidad material, sino la del alma. Esa es la que al final buscamos.
IV. SALIR DE LA PATRIA NOS CONDUCE A UNA BENDICIÓN MAYOR
1. La nueva patria – Tu pueblo será mi pueblo (Rut 1:16)
Se ha dicho con justicia que la disposición de Rut de seguir a Nohemí es la historia con las expresiones de consagración más hermosas que hay en toda la literatura mundial, al decidir entrelazar su futuro con el de su suegra, a sabiendas que a lo mejor no se casaría otra vez. Nohemí insistió tres veces (verss. 11-12, 15) para que Rut regresara a su tierra.
Pero Rut decidió ser parte del pueblo de Nohemí. De esta manera confesó su lealtad a Israel (tu pueblo) y al Dios de Israel (tu Dios). La decisión de Rut de ser parte de un nuevo pueblo es uno de esos conmovedores ejemplos a los que se enfrenta todo el que sale de su patria.
Por un lado, está rompiendo con el pasado donde sembró sus raíces que tuvo que ver con su cultura, costumbre y vivencias.
Pero, por otro lado, al escoger “el otro pueblo”, acepta su nuevo idioma, cultura, costumbres y sobre todo el respetar sus leyes. Rut decidió dejar la tierra idólatra de sus ancestros para conocer la existencia de un solo Dios.
Quien sale a otro país debe tener la determinación de Rut. Una de las cosas que se ha comprobado es que muchos inmigrantes, al igual que Rut, han conocido al Dios de Nohemí. Para Rut la bendición fue mayor porque allí encontró al “amor de su vida”. Ese “amor de su vida”, quién sería el bisabuelo de David, de quien vendría después Cristo.
CONCLUSIÓN:
Los que hemos viajado a un “nuevo mundo” sabemos que esta no es nuestra patria final. Los antiguos héroes de la fe, de acuerdo con el testimonio de Hebreos 11, no tuvieron un hogar fijo porque esperaban la ciudad “cuyo arquitecto y constructor es Dios”.
Así que los que buscamos la Patria mayor, donde pasaremos la eternidad, estamos persuadidos que ese es el hogar para nuestra residencia eterna.
Momentos antes de morir Jesús consoló a sus discípulos con la más incomparable promesa, cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros… para que donde yo esté vosotros también estéis”.
Tal promesa nos emplaza a vivir en este mundo como “peregrinos y extranjeros ” con rumbo al hogar eterno. Pero para lograr eso, el mismo Jesús dijo: “Nadie viene al Padre sino es por mí“.
¿Tiene usted seguridad de ese hogar eterno? Aquel ya no será el “Hogar de mis Recuerdos”, sino el hogar de mi salvación.
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