Lo que le duele a Dios

Había ahora algo nuevo en la casa de Dios. Un ministerio corrompido aliado con el paganismo. El pueblo de Dios anhelaba la prosperidad y la buena vida; y Tobias estaba listo y dispuesto a enseñarles la senda materialista de la idolatría. “El sacerdote Eliasib, siendo jefe de la cámara de la casa de nuestro Dios, había emparentado con Tobias” (Nehemías 13:14)

Nehemías entendía el mal que abundaba patrocinado por un sacerdote blando en sus ataques contra el pecado.

Pedí permiso al rey para volver a Jerusalén; y entonces supe del mal que había hecho Eliasib por consideración a Tobias, haciendo para él una cámara en los atrios de la casa de Dios. Y me dolió en gran manera; y arroje todos los muebles de la casa de Tobias fuera de la cámara, y dije que limpiasen las cámaras, e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios” (Nehemías 13:6-9)

¡Nehemías no actuaba por impulso ni tradición legalista! Veía con los ojos de Dios, sintiendo como Dios sentía y entendía el mal de la mezcla, de la transigencia y del crecimiento canceroso de pecado en la casa de Dios.

Si más pastores entendieran el mal de la mezcla de la música, la invasión de la diversión, la codicia por el materialismo que existe ahora en las iglesias, como Nehemías se dolerían por eso y lo sacarían de la iglesia otra vez.

Yo creo que la iglesia debería de estar pidiéndole a Dios: ¡Dios danos un grupo de predicadores y feligreses que se aflijan por el pecado y la mezcla de paganismo y cristianismo, y que tomen una posición firme contra ella!

Los pastores deben de pedir: ¡Dios danos miembros en nuestras iglesias con suficiente discernimiento para comprender la profundidad y el horror de las transigencias y pecaminosidad que invaden la casa del Señor!

Pablo se entristecía porque el pueblo de Dios se descarriaba. El advirtió: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; Que solo piensan en lo terrenal” (Filipenses 3:18-19)

La palabra griega para “llorando” significa aquí “el suspiro en voz alta y penetrante salido de un corazón quebrantado”. El ver a los creyentes volverse a las cosas terrenales, rechazando el reproche de la cruz, quebrantaba el corazón del apóstol Pablo a tal punto que se estremecía con la tristeza de Dios.

No era una desesperación silenciosa ni un suspiro de resignación por el descarriado, sino un grito alto, penetrante y conmovedor de un hombre al entrar en la tristeza de Dios por sus hijos descarriados.

Samuel fue un joven llamado al “Ministerio de la tristeza”.

No la suya, ni la de la humanidad, sino la tristeza profunda de Dios. Dios estaba muy afligido por la caída de su pueblo, y no había quien se condoliera. Dios estaba a punto de quitar su gloria de su casa de Silo, y los que ministraban en su altar no lo sabían. ¡Que triste es ser tan sordo, ciego y mudo precisamente a la hora del juicio!

Israel estaba corrompido; el sacerdocio era adultero y el ministerio organizado y establecido estaba completamente ciego. Eli representaba el sistema religioso en decadencia con todos los intereses egoístas, ablandado por la vida fácil con solo una muestra de aborrecimiento del pecado. Eli se había vuelto gordo y perezoso con respecto a lo profundo de Dios, dedicado solo a la liturgia o teoría.

Sus hijos Ofni y Finees representaban el ministerio presente de la tradición. Esos dos sacerdotes jóvenes nunca tuvieron un encuentro personal con Dios. No sabían lo que era “oír del cielo”. Ni tampoco el deseo ardiente de encontrar a Dios y conocer la gloria y la presencia del Señor; no sabían nada de la tristeza de Dios. Esta clase de personas no ayunan, ni oran.

Buscan las mejores posiciones ministeriales, con los mayores beneficios y las mejores oportunidades de promoción. Nunca se les ha quebrantado el corazón por la humanidad perdida; saben poco del sufrimiento; ¡No tienen la frescura de Dios!

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