Cuando la gloria de Dios se va

Sin embargo, los días habían pasado, los tiempos habían cambiado. Israel comenzó a alejarse de Dios, se empezó a llenar de pecados, de idolatría. Y aquí, cuando se produce esta batalla contra los filisteos, ellos dijeron: “Traigamos el arca. Si el arca está con nosotros en el campo de batalla, los enemigos tendrán que huir. Es una victoria asegurada para nosotros”. Lo hicieron así. Sin embargo, no ocurrió como ellos esperaban.

Aunque cuando llegó el arca hubo una gran algarabía, tanto, que la tierra tembló, y los filisteos se desconcertaron, los filisteos derrotaron a los israelitas, tomaron el arca y se la llevaron.

Esa era la peor noticia que podía darse a un israelita, y esa fue la noticia que provocó la muerte de Elí, y el parto apresurado de esa mujer que dio a luz. No les preocupaba tanto la muerte de Ofni y Finees, ni a Elí ni a la mujer. El mayor impacto lo produjo la pérdida del arca. ¡Quitada es la gloria de Israel!

¿Qué puede hacer el pueblo de Dios cuando la presencia de Dios le es quitada?

Si Dios está en el centro, si él es el motivo por el cual ese pueblo existe; si ese Dios es el que lo guía, el que lo conduce, el que lo defiende, el que lo asiste, ¿qué es de ese pueblo sin su Dios?

Por causa de su pecado, de su apostasía, Israel perdió el arca. Sin embargo, nosotros al leer los capítulos siguientes encontramos que Dios mismo, en su gracia, en su misericordia, él defendió su propio testimonio, y él atacó a los filisteos con tumores cancerosos, con una intranquilidad muy grande en su corazón, de tal manera que ellos se vieron obligados a devolver el arca.

Ninguna mano humana pudo recuperarla: Dios mismo la hizo retornar. Eran los días en que Dios todavía tenía misericordia de su pueblo y él mismo sale en defensa de su testimonio. Él considera que aún el pueblo de Israel todavía es digno de tener su testimonio y su gloria en medio de ellos.

Otra época, pero la misma pérdida

Sin embargo, avanzamos más en las Escrituras, y llegamos hasta el libro de Ezequiel. Les invito para que vayamos a Ezequiel capítulo 10. Aquí encontramos al pueblo de Israel en otra época, en otra circunstancia histórica. Y aquí tenemos que el pueblo de Dios de nuevo ha perdido la gloria, ha perdido la presencia de Dios.

El título que aparece en este versión de la Biblia (la Reina-Valera) dice: “La gloria de Dios abandona el templo”.

¿Qué puede ocurrir, qué puede haber ocurrido para que la gloria de Dios abandonase el templo, el lugar de su habitación, ese lugar santo donde él había hecho morada, en ese templo ubicado en medio de Jerusalén, la ciudad santa? ¿Qué habrá ocurrido para que la gloria de Dios abandonara el templo?

Después de este capítulo 10 nosotros encontramos sólo desolación y destrucción. Vinieron los babilonios, Nabucodonosor y sus ejércitos, y luego que la gloria de Dios abandonó el templo, el templo fue destruido y quemado. Llegó a ser una ruina, el templo y la ciudad entera. Aquella que en otro tiempo había sido alabada por todas las naciones, la ciudad admirada llegó a ser un lugar de oprobio y de vergüenza.

Las causas de la pérdida

Las causas de esto las encontramos en el capítulo 8. Ezequiel recibió, estando cautivo en Babilonia, en el sexto año de estar allí… Dice que estaba en su casa, con los ancianos de Judá, también cautivos, y entonces el Señor lo tomó y lo llevó en visión a Jerusalén para mostrarle cuál era la razón, la causa de por qué Dios había decidido retirar su gloria, de ese lugar; por qué causa Dios había decidido traer juicio sobre Jerusalén y sobre Israel -sobre Judá, específicamente-. Dice que tomó a Ezequiel y lo trajo, como dice en el versículo 3, a Jerusalén, “a la entrada de la puerta de adentro que mira hacia el norte, donde estaba la habitación de la imagen del celo, la que provoca a celos”.

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