Cuando la gloria de Dios se va

Un ídolo en la entrada

Aquí encontramos la primera razón de la molestia del Señor, de la ira, de su desagrado: a la entrada misma, por el norte, había un ídolo. ¡Un ídolo a la propia entrada del templo en Jerusalén! Una imagen, y que, naturalmente, provocaba a celos al Señor.

¿No les había dicho él en la Ley, en Éxodo 20 que no se debían ni crear imágenes de cosa alguna bajo el cielo, ni menos inclinarse ante ellas y adorarlas? Era el mandamiento tal vez más importante porque era la mayor ofensa que se podía hacer hacia el Dios invisible, crear un ídolo y ponerlo en el propio lugar donde Dios había querido habitar.

El verso 4 dice: “Y he aquí, allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo había visto en el campo”. Todavía está la gloria aquí. A pesar de que está esa imagen, todavía la paciencia de Dios ha esperado hasta este momento.

Continuamos leyendo en el verso 5, y dice: “Y me dijo: Hijo de hombre, alza ahora tus ojos hacia el lado del norte. Y alcé mis ojos hacia el norte, y he aquí al norte, junto a la puerta del altar, aquella imagen del celo en la entrada. Me dijo entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario?”

Le pregunta el Señor a Ezequiel: “¿No ves lo que ellos han hecho? Han construido esa abominación para alejarme de mi santuario”. No es Dios que se quiere ir. Es que ellos le están alejando, es que ellos le están provocando a celos, le están ofendiendo en lo más íntimo.

El pecado de los ancianos

Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores. Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared un agujero. Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta. Me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que éstos hacen allí. Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor. Y delante de ellos estaban setenta varones de los ancianos de la casa de Israel, y Jaazanías hijo de Safán en medio de ellos, cada uno con su incensario en su mano; y subía una nube espesa de incienso. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿has visto las cosas que los ancianos de la casa de Israel hacen en tinieblas, cada uno en sus cámaras pintadas de imágenes? Porque dicen ellos: No nos ve Jehová; Jehová ha abandonado la tierra“.

He aquí la segunda causa de por qué Dios había decidido alejarse de su santuario y quitar de allí su gloria. Setenta ancianos… Los ancianos representaban la autoridad en Israel, eran los hombres respetables, los más sabios. Ellos, en un número de setenta, estaban contemplando esa pared llena de imágenes de ídolos, de figuras de repti-les y bestias abominables.

A Ezequiel le sorprende mucho que entre esos setenta estuviera uno llamado Jaazanías hijo de Safán. Safán, treinta años antes, aproximadamente, había sido uno de los que había participado del hallazgo del libro de la Ley.

Cuando se produjo ese hallazgo en la casa de Dios, le llevaron el libro al rey Josías, y Josías, al leer el libro, se humilla, se arrepiente, y se produce una restauración del culto y de la  gloria de Dios en Israel. Ese había sido Safán.

Y ahora está su propio hijo aquí, Jaazanías, dirigiendo esa visión idolátrica de esos ídolos pintados en las paredes. ¿Se puede entender cómo, después de treinta años apenas, de que Israel había vivido todo un avivamiento de la fe, una recuperación de la Palabra, ahora estaban en esta apostasía?

Parece difícil de aceptar y de creer. Ellos estaban en tinieblas, en lo oscuro, cada uno en sus cámaras secretas pintadas de imágenes. Noten ustedes lo que ellos decían: “No nos ve Jehová, Jehová ha abandonado la tierra”.

Cuando el pueblo de Dios llega a esa condición de decir: “No nos ve Jehová, Jehová se ha ido, no está; podemos hacer lo que nosotros queramos, estamos aquí escondidos en esta cámara, nadie nos ve, Jehová tampoco nos ve”…

Cuando se ha llegado a ese estado de inconsciencia de la presencia de Dios, cuando se niega que él pueda contemplarlo todo y juzgarlo todo, se pierde el temor. “Dios está lejos, nosotros estamos acá. Nadie nos observa.” Esta es una de las señales de la apostasía.

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