Cuando la gloria de Dios se va

Los juicios caen

Cuando esto ocurre, entonces Dios decide retirar su gloria. Después del capítulo 8 de Ezequiel está el capítulo 9. Mire lo que dice:

“Clamó en mis oídos con gran voz, diciendo: Los verdugos de la ciudad han llegado, y cada uno trae en su mano su instrumento para destruir. Y he aquí que seis varones venían del camino de la puerta de arriba que mira hacia el norte, y cada uno traía en su mano su instrumento para destruir. Y entre ellos había un varón vestido de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano; y entrados, se pararon junto al altar de bronce.

Y la gloria del Dios de Israel se elevó de encima del querubín, sobre el cual había estado, al umbral de la casa; y llamó Jehová al varón vestido de lino, que tenía a su cintura el tintero de escribano, y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella. Y a los otros dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad a viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario“.

“Comenzad a matar por mi santuario…” ¡Cuánto le habrá dolido al Señor decir esa frase!: “El santuario, el lugar santo donde yo habito, ¡empiecen por ahí, maten desde allí!”.

“Comenzaron, pues, desde los varones ancianos que estaban delante del templo. Y les dijo: Contaminad la casa, y llenad los atrios de muertos; salid. Y salieron, y mataron en la ciudad”.

Noten ustedes la fuerza que tiene este capítulo 9 de Ezequiel. Ese varón que iba con el tintero de escribano iba marcando. Él sabía a quiénes debía marcar: iba marcando a todos aquellos que no habían participado de los pecados, a todos aquellos que gemían y clamaban, que buscaban a Dios por las abominaciones que se hacían en medio de Jerusalén. Esos que estaban con la señal, ésos no podían ser tocados. Ellos constituían el remanente.

Y en el verso 8 Ezequiel dice: “Aconteció que cuando ellos iban matando y quedé yo solo, me postré sobre mi rostro, y clamé y dije: ¡Ah, Señor Jehová! ¿destruirás a todo el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén?

“Y me dijo: La maldad de la casa de Israel y de Judá es grande sobremanera, pues la tierra está llena de sangre, y la ciudad está llena de perversidad; porque han dicho: Ha abandonado Jehová la tierra, y Jehová no ve. Así, pues, haré yo; mi ojo no perdonará, ni tendré misericordia; haré recaer el camino de ellos sobre sus propias cabezas”.

Los juicios de Dios van a caer sobre esta humanidad, y no sobre la humanidad incrédula, que ya tiene su castigo preparado, sino también sobre la cristiandad apóstata, sobre los cristianos acomodados al mundo, los cristianos que alguna vez oyeron hablar del Señor, levantaron su mano, recibieron la salvación y pensaron que eso era todo, que ahora ellos podían hacer su propia vida, y se han entregado a los placeres y a la concupiscencia. Ellos no están marcados. Son marcados solamente los que gimen, los que claman al ver el pecado que los rodea.

En estos días, en nuestro país, han entrado señales de que la perversión viene. Una mujer se pasea desnuda por la calle. “Arte”, dicen. Los canales de televisión han dedicado sus espacios a hablar de eso. ¿No hay nada más importante que hablar en Chile? Una hora en televisión, treinta minutos… ¿Cuánto costaría para tener un programa en que se predique el evangelio? ¡No podríamos pagar eso! ¡Pero hay horas y horas dedicadas al pecado y a la exacerbación de la maldad y a la justificación de lo injustificable!

Un país vecino que está caído en la ruina nos está compartiendo su inmundicia. Creo que la ruina de los pueblos no viene sólo porque los gobernantes no saben gobernar o porque hay corrupción a nivel de políticos. Creo que la ruina de los pueblos también viene por la conducta de toda la nación. Hay conductas perversas, abominables. Dios tenga misericordia de los hijos de Dios que están en esa nación hermana.

El Señor nos haga a nosotros verdadera sal de la tierra, que podamos interceder, orar, gemir, como aquí se dice, para que estas abominaciones no caigan sobre nosotros en nuestros días, para que el Señor cuide de los hombres de este país, de las mujeres, para que nos evite caer en pecados abominables.

La gloria de Dios abandona el templo

El capítulo 10 de Ezequiel muestra cómo el Señor se va. Tal vez el arca todavía estaba allí. Tal vez todavía estaba allí el propiciatorio, todavía estaban adentro del arca los objetos sagrados; sin embargo, el Señor se va.

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