“…Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad…” (verss. 33)
Frente a frente; Jesús y la mujer; está plenamente convencida de aquel que estaba frente a ella; convencida de que ese hombre no era cualquiera; no era un milagrero, un médico charlatán como aquellos que le habían causado mucho sufrimiento; sino alguien digno de reconocimiento; su actitud de postrarse delante de Él no solo fue agradecimiento; sino un acto de adoración y alabanza.
Años de sufrimiento se vieron bellamente terminados a los pies de su libertador y sanador.
Su sufrimiento la había conducido a dejar su auto conmiseración y lanzarse a encontrar una solución definitiva; no mágica; sino real y absoluta; pero una vez obtenida era pertinente confesarlo, admitirlo y reconociendo quien era el autor de aquella extraordinaria sanidad. Que bellas palabras de Cristo a la mujer para despedirla “…Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad…” (vers. 34)
Desafío
Que triste esperanza nos da el Director del Instituto de Capacitación para la vida; “sufre, ese debe ser tu destino y debes vivirlo con resignación”.
El sufrimiento es un compañero que nos acompaña a lo largo de nuestra vida; pero este no debe ser para siempre ni lo único en nuestra vida; sino que Dios lo usa para acercarnos a Él.
Esta mujer tiene el mérito de no dejarse vencer por las adversidades y de no refugiarse en su sufrimiento para recibir compasión; sino que este sufrir la movió a creer adecuadamente; a atreverse a creer a toda costa en lo imposible y además a confesar a todas las naciones de todos los tiempos lo que el Señor había realizado en su vida.
Hagamos nosotros lo mismo en nuestro sufrimiento movámonos a confiar en Jesús para libertad, atrevámonos a creer en lo imposible y a confesarlo a todas las naciones; pues así fue como nació la fue en la mujer de nuestra historia de hoy.
© Gerardo González Cruz. Todos los derechos reservados.
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