Fiebre espiritual | Predicas Cristianas
Introducción
La semana pasada hablamos acerca del temor. Vimos como Jacobo no tuvo temor de ir a Egipto aunque para el era una tierra desconocida.
También hablamos acerca de la importancia de hacer la voluntad de Dios. Hablamos que todos tenemos un llamado a llevar la palabra de Dios a toda criatura, y que no podemos temerle a nada. Dijimos que tenemos que atrevernos a entrar en esas tierras desconocidas con la confianza de que Él estará con nosotros.
Pero estoy seguro que muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta: ¿como le debemos servir? Este es el tema que exploraremos en el día de hoy. Es una pregunta muy importante ya que todos estamos llamados a servirle para engrandecer el Reino de Dios en la tierra. Busquemos en la palabra de Dios.
Mateo 8:14-17 – Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. 15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. 16 Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; 17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
La fiebre espiritual
Para tener un mejor entendimiento del mensaje de Dios para nosotros en el día de hoy, tendremos que fijarnos muy bien en lo que estaba sucediendo aquí. La suegra de Pedro estaba bien enferma, ella tenia una fiebre bien alta. Lo más seguro o mejor dicho lo más común en ese entonces era que ella tenia malaria.
Esta es una enfermedad que da fiebre muy alta y incapacita a las personas. Es una enfermedad que no tiene cura y que puede ser mortal. Además, es una enfermedad que la persona se mejora, pero siempre vuelve, es un sufrimiento constante. Seguramente ella llevaba varios días en cama sufriendo con esta enfermedad.
Si nos ponemos ha analizar estos versículos vemos que es muy similar a lo que nos pasa a nosotros. En muchas ocasiones, sufrimos de una fiebre espiritual que nos consume lentamente. Una fiebre que nos debilita y nos impide levantarnos para servir a Dios con pasión. Es una condición peligrosa, porque si no la tratamos, puede llevarnos a un estado de apatía y frialdad en nuestra fe.
No estoy hablando de que tenemos malaria física, pero en muchos instantes tenemos malaria espiritual. Sufrimos de una enfermedad que si no tenemos mucho cuidado de ella, se puede repetir, y en muchas ocasiones empeoramos en vez de mejorar. Esa fiebre espiritual nos deja postrados, incapaces de avanzar en nuestro caminar con Cristo. Nos roba el gozo de la salvación y nos hace vulnerables a los ataques del enemigo. ¿Cuántas veces hemos sentido que nuestra pasión por Dios ha disminuido, que la oración se ha convertido en una carga, y que el servicio ya no nos llena? Esa es la fiebre que debemos erradicar. Les estoy hablando de la enfermedad del espíritu, del pecado.
Lo que le estaba sucediendo a ella no es muy diferente a lo que nos sucede a muchos de nosotros. Cuando nosotros llegamos a Jesús, o mejor dicho, cuando Jesús llega a nuestras vidas, nosotros nos encontramos incapacitados. Estamos atormentados con problemas y situaciones en nuestros hogares, familia, amistades, trabajos y finanzas.
Nuestro espíritu enfermo, lleno de tristeza, dolor, y pecado. Hemos tratado todo tipo de solución, pero nada ha dado resultado. Muchos tratan de resolver sus problemas con drogas o alcohol, otros con adulterio o pornografía, en si hay muchas maneras que el mundo trata para resolver las situaciones, pero todas estas cosas siempre fallan.
Como seguir y servir a Jesús
La suegra de Pedro nos da un ejemplo fantástico de cómo seguir y servir a Jesús. Como señala el teólogo Charles Spurgeon, conocido como el “Príncipe de los Predicadores” del siglo XIX: “Here is the healing that I need for my sin-sick soul, and I see how it comes to me through the sufferings of the Lord Jesus Christ. Blessed be his name, I am healed!” (Charles Spurgeon, sermón “Number Two-thousand; or, Healing by the Stripes of Jesus”) Traducción: “Aquí está la sanidad que necesito para mi alma enferma por el pecado, y veo cómo me llega a través de los sufrimientos del Señor Jesucristo. ¡Bendito sea su nombre, estoy sanado!”
Así como Cristo trajo sanidad espiritual a nuestras vidas, también restauró físicamente a la suegra de Pedro con un solo toque. Su poder no solo transforma el alma, sino que también muestra su autoridad sobre toda enfermedad y aflicción.
Así como la fiebre física debilitaba a la suegra de Pedro, la fiebre espiritual nos impide levantarnos para servir con todo nuestro corazón. Pero cuando Jesús toca nuestras vidas, esa fiebre desaparece. Él nos restaura y nos llena de un nuevo fuego, de una nueva pasión para su obra.¿Les suena conocido esto? ¿Se acuerdan de cuando Jesús llego a nuestras vidas? Nuestros espíritus estaban enfermo, teníamos una fiebre que nos incapacitaba, pero entonces Él llego. Fíjense bien que dije “Él llego.” Nosotros no le escogimos a Él, Él nos escogió a nosotros.
Juan 15:16 – No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.
Él llego cuando más lo necesitábamos, cuando más angustiados y lleno de dolor estábamos. Nos encontró en medio de nuestra fiebre espiritual, cuando nuestro espíritu estaba debilitado y sin fuerzas para luchar. No podíamos levantarnos por nuestra propia cuenta, pero su toque restaurador nos devolvió la vida. Ahora, ¿qué haremos con esa sanidad que hemos recibido?
Él llego y toco nuestras manos y nuestro espíritu fue sanado de inmediato. Pero en muchas ocasiones se nos olvida el milagro que Él hizo en nuestras vidas y el que esta haciendo. La palabra nos dice que la suegra de Pedro se levanto y empezó a servirles. Este es el ejemplo que todos debemos seguir. Él llega ha nosotros, nos sana, y tenemos que empezar a servirles de inmediato. No hay tiempo que perder, no existen excusas para no hacerlo. Ella respondió al toque de Jesús y empezó a servirle inmediatamente.
Dios nos ayuda en todas las situaciones, pero hemos dicho: ¿que puedo hacer para afirmar mi gratitud? Él quiere que le sirvas, que compartas el mensaje de salvación. Cuando Él llega a nuestras vidas los demonios huyen. Nuestro espíritu es sanado.
Él tiene el poder sobre todo demonio, sobre toda enfermedad. La palabra nos dice: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; 17 para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.” ¿Se pueden imaginar esto?
El frente de la casa lleno de personas enfermas y endemoniadas buscando ser sanados. El mundo esta lleno de personas iguales a estos. El mundo esta lleno de personas enfermos espiritualmente y físicamente. Hay una epidemia de fiebre espiritual en el mundo actual. Vemos corazones fríos, personas atrapadas en la rutina, creyentes que han perdido su primer amor. La fiebre del pecado, de la indiferencia y del temor está debilitando a muchos. ¿Quién les dirá que hay un Médico que puede sanarlos?
La palabra nos dice que Jesús echo fuera los demonios y sano los enfermos (Mateo 4:24; 8:16; 9:35; Marcos 1:34; 6:13; Lucas 4:40-41; 6:18-19; 9:1-2). ¿Se pueden imaginar que hubiese sido de estas personas si no hubieran sabido que Él estaba en esa casa?
Por supuesto no hubiesen recibido la sanidad. Igual es con nosotros, Jesús esta aquí, Jesús esta aquí entre nosotros, Jesús esta siempre con nosotros, pero si no lo anunciamos, si no le servimos, pues entonces ¿como lo encontraran los enfermos?, ¿como lo encontraran los que sufren de esa fiebre espiritual?
Para concluir.
Cristo es el único capaz de hacer los milagros en nuestras vidas. Solo Él puede erradicar por completo la fiebre espiritual que nos paraliza. Solo en Su presencia encontramos la verdadera sanidad para nuestras almas. Pero debemos ser vigilantes, porque si nos descuidamos, la fiebre puede regresar.
Cuando Él nos toca somos sanados, cuando Él nos toca los demonios huyen. Pero tenemos que estar dispuestos a servirle.
Si queremos ser sanados, tenemos que mantenernos firmes en nuestra fe, cumplir con la misión que Él nos ha dejado. Jesús no vino al mundo a salvarnos, sanarnos, y restaurarnos para que nosotros seamos haraganes.
Todos los que somos objetos de su salvación tenemos que inmediatamente empezar a servirle. Con solo dar el testimonio de lo que Él ha hecho con nuestras vidas empezamos a engrandecer el Reino de Dios. No podemos permitir que esa fiebre de la cual sufríamos vuelva. No podemos permitir que esa fiebre espiritual nos debilite nuevamente. Debemos fortalecer nuestra fe con oración, con ayuno, con la Palabra de Dios. No podemos darle espacio a la tibieza ni al letargo espiritual. Fuimos sanados para servir con pasión.
No podemos permitir que nuestro espíritu se enferme con las mentiras del diablo. Fuimos sanados, fuimos restaurados, fuimos escogidos. Es hora de empezar a servir.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.