El Señor te busca

Luis Alberto Coria

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El Señor te busca | Predicas Cristianas

Tema: El Señor Te Busca Cada Día! Descubre Cómo Encontrarlo y Transformar Tu Vida

Introducción

El Señor te busca cada día para hacerte conocer el camino de la salvación. Él pone todo su esfuerzo para llegar a ti; de igual manera, es tu responsabilidad no escatimar esfuerzos para cumplir con los propósitos de Dios en tu vida y perseverar en la búsqueda de la santidad.

Veamos la Palabra de Dios en Lucas 19:1-10:

“Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy la salvación ha llegado a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Vemos la obra de Dios en Zaqueo, quien era un jefe de los cobradores de impuestos en Jericó. Era un hombre aborrecido por todos, pues su vida transcurría robando y dañando a los demás. Su existencia se movía en medio del pecado, pero aún allí, Jesús vino a salvar al primero de los pecadores.

Zaqueo, como Lot, había elegido su profesión o su ubicación buscando su propia conveniencia, sin importar las consecuencias de esa decisión. Así fue que se hizo rico, acumulando una fortuna proveniente del pecado y de lo que robaba con los impuestos.

Llegó a Jesús con motivaciones equivocadas, pues se presentó solo por curiosidad: “Para ver quién era Jesús”. Sin embargo, vemos cómo debemos poner nuestra parte para que Él pueda obrar. Zaqueo era pequeño de estatura y, como no podía verlo a causa de la multitud, debió hacer un gran esfuerzo, subiendo a un árbol como un niño para verle.

Dios cambiará nuestras vidas, moldeándonos como el alfarero moldea la arcilla. Pero para llegar a las manos de ese alfarero, debemos esforzarnos en buscarle por cualquier medio, tal vez con actitud de niño, como Zaqueo, pues aun en medio del pecado perdura algo de inocencia, algo de la gracia de Dios con que fuimos formados.

En la medida en que Cristo ve nuestra acción de búsqueda, Él se apresura a acercarse a nosotros con su bendición, bondad e infinito amor.

I. El esfuerzo de Dios por nuestra santificación

La semana pasada entendimos que, aunque lleguemos al camino del Señor con motivaciones equivocadas, Dios solo desea salvar nuestra alma para vida eterna y cambiar nuestro estilo de vida.

Hoy reflexionaremos sobre el sin igual esfuerzo de Dios para que cada uno de nosotros seamos dignos hijos del Altísimo, andando en su camino como Él manda: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Si aún no hemos emprendido el camino de la santificación, podemos decir que hemos sido perdonados, pero aún no hemos sido perfeccionados.

Lo primordial para Dios es la santificación, y todo lo demás se ubica en segundo plano. Dios, por supuesto, orientará a los jóvenes respecto a la carrera universitaria a seguir y a los adultos respecto al oficio o negocio a emprender, pero lo que más le interesa es la clase de persona que seremos. El carácter va por delante de la profesión, y la madurez va por delante del ministerio.

¿Ya tomamos la decisión de permitirle a Dios que sea Dios en nuestra vida? ¿Es nuestro mayor anhelo, aquel que está por sobre todas las cosas, convertirnos en la persona que Él quería cuando permitió nuestra concepción? Sabemos que el camino es difícil y lleno de pruebas, tal como el Señor lo advirtió en 1 Pedro 4:12-14. Sin embargo, el fuego es necesario para quemar las impurezas y consolidar el vaso nuevo en que el alfarero nos ha transformado conforme a su propia imagen. Bien vale la pena todo sacrificio, pues hay un cielo por ganar y un infierno del cual alejarnos.

Aunque somos débiles física y espiritualmente, Jesús quiere mostrarnos la forma de vida mediante la cual le podemos honrar. Aunque crezcamos influenciados por nuestro entorno, somos nosotros quienes tenemos el papel más importante. Muchos nos servirán de ayuda, y otros serán piedra de tropiezo, pero nadie puede impedir que seamos la persona que Dios nos llamó a ser.

No somos simples montones de arcilla moldeados por padres o maestros. Así como el amor y el cuidado influyen en la belleza de una flor, el amor de Dios hace brillar nuestra imagen. Él nos ha llamado a participar del desarrollo que ya preparó para nosotros, guiados por los líderes espirituales que ayudan a descubrir los dones, talentos y ministerios que depositó en cada uno:

“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:10).

Debemos crecer, pues la Biblia nos exhorta a crecer en nuestra fe (2 Corintios 10:15), en la gracia y conocimiento del Señor (2 Pedro 3:18) y en amor (Efesios 3:18).

II. El proceso de santificación

Al convertirnos verdaderamente al Señor y someternos a Él, entramos en un proceso de perfeccionamiento, limpiándonos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando nuestra santidad en el temor de Dios (2 Corintios 7:1; Gálatas 3:3). Este proceso nos renueva y transforma nuestra mente, afectando todo nuestro ser y logrando un crecimiento caracterizado por la plenitud de vida y personalidad de Cristo.

“Mas ahora habéis sido liberado del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22).

Entre la salvación inicial y la vida eterna, se encuentra el crecimiento en la santidad. Jesucristo, nuestro Rey, nos observa y personalmente se ofrece para guiarnos. Para ello, necesitamos tener plena conciencia de nuestro pecado, pues, de no ser así, corremos el riesgo de ver los pecados de los demás en lugar de los nuestros:

“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga en el ojo tuyo?” (Mateo 7:3).

Negamos la santidad de Dios y rechazamos su sabiduría cada vez que confiamos en nuestras propias fuerzas y conocimientos intelectuales. Los mandamientos de Dios, aunque parezcan restrictivos, son protectores. Nos guardan del dios de este mundo, Satanás, y de una vida egocéntrica que nos lleva a la muerte espiritual. Solo en la voluntad plena de Dios se pueden satisfacer los anhelos más profundos del corazón.

Cuando se siembra en nosotros la semilla del evangelio, tenemos el privilegio de cultivarla, haciendo crecer las raíces de santificación y regando la planta con nuestra dedicación y servicio al Señor. Sin embargo, es Dios quien da el crecimiento:

“Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia” (2 Corintios 9:10).

Desde el momento en que se siembra la semilla, nuestra santificación es principalmente obra de Dios. Él es la fuente divina que necesitamos para vencer el poder del pecado presente en nuestra vida. Sin embargo, la Palabra de Dios nos enseña que también debemos asumir nuestra responsabilidad en este proceso continuo, que afecta nuestro pensamiento, emociones y voluntad.

III. Nuestra responsabilidad en la santificación

Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad, pues Él mismo ha depositado su naturaleza divina en nosotros. Por ello, debemos esforzarnos en añadir a nuestra fe las cualidades de la virtud. Si cumplimos con nuestra tarea, llevaremos una vida eficaz y maravillosa.

Es importante entender que la corrección es parte del amor. El Padre que ama a sus hijos los disciplina, y Dios nos disciplina para que podamos compartir su santidad. Nuestra propia santidad procede del hecho de compartir la suya, pues el hombre, separado de Cristo, no tiene en sí mismo ninguna fuente de santidad.

Dios es el agente primario de nuestra santificación porque nos da un nuevo corazón para convertirnos en sus hijos y volvernos a Él. Al tomar nuestra vida un giro de 180 grados en su dirección, nos convertimos en agentes y partícipes necesarios de nuestra propia santificación. En el corazón es donde se unen la mente, las emociones y la voluntad para desplazar la vida egocéntrica, dando inicio a una vida centrada en Cristo.

Esta vida nos lleva a priorizar el amor de Dios y proyectarlo hacia los demás mediante toda clase de buenas obras. Si permanecemos en este camino, nuestra imagen reflejará cada vez más la de Cristo.

Conclusión

“¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos” (Lucas 19:42).

Jerusalén no conoció el tiempo de su visitación. Cuán feliz podría haber sido la ciudad amada por Jesús si hubiera entendido quién y para qué entraba Él por sus puertas. Jerusalén no escapó a la desolación porque los judíos no entendieron el día de su salvación.

¿Cuántas veces Jesús te ha visitado para cambiar tu vida? Hay un tiempo de visitación que debemos reconocer. Debemos estar atentos a escuchar la voz de alerta, esa voz que resuena cuando el mensaje de la Palabra penetra con fuerza en nosotros y la gracia de Dios golpea a nuestra puerta.

Tal vez por mucho tiempo has escuchado el llamado, pero has descuidado la visitación de Jesús. Aún allí, si abres tus ojos y reflexionas, no serás rechazado. Rechazar la oportunidad que Jesús nos brinda es una gran locura. Cuando llegan a nosotros cosas que son para nuestra paz, debemos recibirlas en nuestro corazón.

Si no las recibimos en el tiempo aceptable (2 Corintios 6:2), estamos en peligro de perecer por nuestra desatención, corriendo el riesgo de prestarnos al juego de Satanás y apartarnos del camino establecido por Dios.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, pues cree que ve cuando en realidad no ve. Rechazar la gracia de Dios entristece al Señor Jesús, y de igual forma deberíamos llorar y orar por aquellos que se pierden cada día, cerrando sus oídos al llamado de Dios y sumergiéndose más y más en el pecado.

© Luis Alberto Coria. Todos los derechos reservados.

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Luis Alberto Coria
Autor

Luis Alberto Coria

Pastor jubilado de la iglesia Nueva Jerusalén en provincia de Córdoba República Argentina.

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