Dí la palabra – El poder de la palabra de Jesús | Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Lucas 7:1-10
Serie: Certidumbre en Tiempos de Incertidumbre – Libro de Lucas
INTRODUCCIÓN
Jesús ha terminado su Sermón del Monte, lo más grande que alguien haya predicado, y nos haya dejado. ¿Qué pasó después de predicar este sermón? Según Mateo 7:28 y 29 se nos dice que “la gente se admiraba de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”. ¿Y acaso no debiera ser esta también nuestra reacción al seguir oyendo el contenido inigualable de un sermón como ese? Entonces, sigamos asombrados de ese sermón por su enseñanza y sus principios para nuestro bienestar espiritual.
Ahora bien, ¿qué pasó después de aquel momento? Que Jesús va a escuchar la más grande demostración de fe nunca oída, proveniente del hombre menos indicado porque aquel soldado era gentil. Así pues, no fue un judío quien la expresó, sino un menospreciado por ellos. Lucas nos da algunos detalles acerca de este hombre. Era alguien de cierta posición en la nación romana, siendo comandante de cien o más tropas.
Pero, contrario a otros romanos, este era muy querido por los judíos porque había sido muy generoso, al haberles construido una sinagoga allí en Capernaúm. Dos cosas son dignas de destacar aquí.
La primera es la notable preocupación y cuidado que este hombre poderoso y rico tenía por un esclavo, y la segunda fue el concepto de autoridad que vio en Jesús, añadida a la fe en ÉL para sanar a su siervo. Como este hombre era tenía autoridad sobre los demás, él vio lo mismo Jesús, por eso le va a decir “solo di la palabra”. ¿Qué hay detrás de esta declaración tan llena de fe que asombró al mismo Jesús?
I. L VALOR QUE TIENE LA DIGNIDAD HUMANA
a Un siervo amado y querido (vers. 2a)
La historia de los esclavos no siempre es similar a la encontrada en este capítulo de Lucas. La verdad es que la realidad era muy diferente. La información que tenemos de los escritores romanos de esa época nos revela la manera en que eran tratados estos seres humanos; en algunos casos, peor que las bestias. El filósofo griego Aristóteles dijo que no podía haber amistad ni justicia hacia las cosas inanimadas, ni siquiera hacia un caballo, un buey o un esclavo, porque se consideraba que amo y esclavo no tenían nada en común.
“Un esclavo”, dijo, “es una herramienta viviente, así como una herramienta es un esclavo inanimado” (Ética, 1161b). Mientras que el experto en derecho romano Gayo escribió que era universalmente aceptado que el amo poseía el poder de vida y muerte sobre su esclavo (Institución, 1:52). Otro escritor romano, Varrón, sostenía que la única diferencia entre un esclavo, una bestia y un carro era que el esclavo hablaba (Sobre los terratenientes, 1:17.1).
Entonces, ¿cómo entender que un centurión tuviera este tipo de amor por su esclavo? Porque cada persona es digna de ser amada por todos, porque es digna ante el Señor. Un esclavo es un ser creado por Dios y merece dignidad.
b. Un siervo enfermo y a punto de morir (vers. 2b)
Mientras que Mateo dice: “Mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado” (Mateo 8:6), lo cual revela otros detalles de la enfermedad del siervo, Lucas, en su condición de médico, dice: “que estaba enfermo y a punto de morir”. Entonces, ¿qué enfermedad tenía aquel esclavo? No lo sabemos.
No se nos dice, pero lo que haya sido, la enfermedad era la causante de haberle provocado una parálisis y un gran tormento. Generalmente, parálisis significa que no tienes sensibilidad, y este siervo estaba paralizado y con dolor. Es interesante todo lo dicho hasta aquí, porque ¿quién se tomaría la molestia de pensar y obrar a favor de un simple esclavo? Al parecer, este centurión sufría al ver a su siervo en tal angustia y agonía.
En los hombres menos pensados vemos el valor por la dignidad humana. Y es la condición de este hombre la que dio origen a una historia fascinante en el ministerio de Jesús. ¿No es extraordinario que después de la predicación del más desafiante sermón jamás oído, sea la vida de un simple esclavo lo que ocupará la atención de Jesús? Todos los hombres son importantes para el Señor, y Jesús irá hasta donde haya un necesitado
II. LA CLASE DE FE QUE PUEDE ASOMBRAR A JESÚS
a. Aquí tenemos una fe que viene por el oír a Jesús (vers. 3)
Cuando analizamos esta historia, hay detalles que pronto vienen a nuestra mente para pensar y admirar la fe de este hombre. Por un lado, nunca sabríamos de ese centurión si no fuera por el aprecio a su siervo. A lo mejor nunca leeríamos su historia en el registro de esta Palabra, aunque ciertamente amaba a la nación judía y les construyó una sinagoga, sino fuera por lo que nos dice este texto cuando él oyó de Jesús.
Tampoco escucharíamos esta historia, aunque él manifestó ser un prosélito de la fe judía, sino fuera por lo de su esclavo. Entonces, ¿de qué manera podemos saber de este hombre cuando leemos la Biblia y este encuentro con Jesús? Pues que este hombre se nos revela como un auténtico creyente en Jesús como el Mesías y como el Hijo de Dios.
b. Un hombre con una fe en crecimiento (vers. 3)
Como quiera que haya sido, este centurión había oído hablar de Jesús, y las historias de sanación con el poder para obrar milagros seguramente ya eran notorias para este soldado romano. Notemos varias cosas de lo que hace una fe creciente en la vida de un creyente.
Por un lado, tenemos el carácter de este hombre. Él no exige, no demanda, no impone, aunque era un hombre de autoridad. Su fe pasó por la cortesía de enviar dos comitivas para entrevistarse con Jesús; la primera fue la de los judíos (vers. 3), y la otra fue la de unos “amigos”, pero esta vez con otro mensaje (vers. 6). Las palabras “no te molestes, pues no soy digno que entres en mi lecho” revelan la grandeza de humildad de este hombre.
c. Un hombre con una fe asombrosa (vers. 9)
Hubo dos ocasiones donde Jesús fue asombrado por la fe de un hombre y una mujer, y ambos eran gentiles: la de este centurión, y la mujer sirofenicia (Marcos 7:24-30). ¿Qué fue lo que asombró a Jesús respecto a la fe de este hombre? La interpretación que hizo de su propia posición de autoridad al considerarse muy humilde para exigirle a Jesús. Él comprendía lo que era el poder y cómo funcionaba (vers. 8).
Entendía algo acerca de Cristo que nadie más entendía. Fíjese que el centurión no preguntó como los osados judíos “¿con qué autoridad haces esto?”, sino que dijo: “di la palabra, y mi siervo sanará”. ¿Significa esto que podemos darle órdenes a Jesús? ¡No! Esto no es como las modernas oraciones de ordenar y declarar. La fe del centurión fue audaz y valiente. El centurión creyó que no era necesario que Jesús viniera, porque él sabía cuánto poder había en sus palabras.
Él sabía del poder de Jesús para liberar demonios allí en Capernaúm, porque allí había sucedido eso (Lucas 4:31-37). Cuando Jesús manifestó la fe del centurión, diciendo que no había visto algo parecido en Israel, reveló lo que es tener una fe profunda en Dios. ¿Asombra nuestra fe en Dios capaz de despertar este elogio?
d. Un hombre con una fe sanadora (vers. 7b)
Lo que asombra a Jesús del centurión es su fe sanadora. Mateo nos ha dicho que este siervo sufría de una parálisis y estaba gravemente atormentado (Mateo 8:6). Fue su fe la que lo movió a buscar a Jesús, porque él sabía del poder sanador de Jesús, ya conocido en Capernaún. La impresión que dejó en Jesús, y también para la posteridad, es que bastaba una sola palabra de Jesús pronunciada desde la distancia para que su siervo se sanara.
He aquí la gloriosa humillación de un hombre poderoso, pero a la vez la altura de una fe que hasta ahora no tiene otro igual. Cuando este hombre le dice a Jesús que no era digno de que Jesús viniera a su casa, sino que dijera la palabra y su siervo se sanaría, nos ha dejado la más completa definición de la fe. La fe del creyente no puede ser algo estático, como una creencia sin certeza o convicción.
El centurión se adelantó a la definición de la fe de Hebreos 11:11, cuando creyó que todas las cosas son posibles para el Señor, y que Él puede y quiere hacer conforme a nuestra fe, hasta alcanzar aquellas cosas que parecen imposibles, como la sanidad del siervo. La pregunta es: ¿será nuestra fe capaz de decir “di la palabra” y ver cómo se hace realidad?
III. LA PRONTA RESPUESTA DE JESÚS A LA NECESIDAD
a. La disposición de Jesús para atender la necesidad (vers. 6)
Por el relato de Mateo también sabemos de la disposición de Jesús para atender esta necesidad, cuando dijo: “Yo iré y le sanaré” (Mateo 8:7). Cuánta seguridad y confianza nos da la constante disposición de Jesús para atender la necesidad de quienes requieren de su ayuda. Jesús siempre tendrá tiempo para atender tu necesidad, por eso no es raro oírle decir: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24). Por otro lado, Jesús no es como los fariseos que seleccionan a quien atender o a quien servir.
Note algo en esta historia. El hombre enfermo es un esclavo gentil, y el hombre que busca la sanidad es otro gentil, pero a ambos Jesús está listo para atender. Para un judío, y especialmente un rabino, le era prohibido entrar en la casa de un gentil, pero peor aún, entrar en la casa de un soldado romano. Eso era un terreno prohibido. Sin embargo, a Jesús eso no le importa, porque Él había venido para “buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
Cada persona es de valor para Dios, y esta es la prueba más grande que tenemos en la Biblia. Él es, en efecto, el Buen Pastor que deja las noventa y nueve, y va tras aquella que está perdida.
a. “Ve, y como creíste, te sea hecho” (Mateo 8:13b)
Este texto nos asegura la importancia que Cristo le da a la fe. Cristo oyó la fe del centurión cuando dijo: “pero di la palabra, y mi siervo será sano”. Pero también Cristo vio el corazón de aquel soldado romano. La verdad es que el Señor no irá más allá del tamaño de nuestra fe. Pedro caminó en el mar por fe cuando se mantuvo viendo a Jesús, pero al ver las fuertes olas, le falló su fe, y comenzó a hundirse.
En este centurión vemos lo contrario en su fe, tanto que Jesús le va a decir: “Ve, y como creíste, te sea hecho”. El centurión le prohibió a Jesús venir a su casa, pero no como lo hicieron los habitantes gadarenos, quienes después de haber visto el milagro de sanidad en el hombre endemoniado, prefirieron echar a Jesús de su lugar por la pérdida de los cerdos, y con ello perder la bendición de tener a Jesús entre ellos.
Pero ahora vean la diferencia con esta prohibición. Aquí hay un hombre sin haber ido a un seminario hablando de Jesús como Dios. Él supo que Jesús, antes de ser la Palabra encarnada, fue la Palabra que dio origen a todo. Este hombre supo que la palabra dicha por Jesús era suficiente, aunque no estuviera presente. Jesús no está físicamente con nosotros tampoco, pero tenemos su Palabra, y ella sigue siendo poderosa para sanar, cambiar y restaurar las vidas.
Así termina esta historia: “Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (vers. 10). No podía ser de otra manera. El Señor dio su Palabra.
CONCLUSIÓN:
De acuerdo con esta historia, Jesús sólo dijo la palabra. Amados, ¿de qué depende usted hoy día como creyente? ¿Le es suficiente la Palabra del Señor? Jesús no tiene que estar en su habitación para verlo, escucharlo y después creer. ¿Sabes de las palabras de Jesús intercediendo como tu abogado ante el Padre, defendiéndose cuando pecas? ¿Cómo puedes estar seguro de que irás al cielo a vivir con Jesús para siempre?
Porque Él dijo: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). Porque Jesús dijo: Voy a preparar lugar para vosotros, y vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis ( Juan 14:2 ). Para nadie es un secreto que vivimos una época de gran incertidumbre total.
A algunos parece que se les ha estropeado el GPS de la vida y no saben a dónde ir. La pregunta es: ¿dónde buscarán la verdad? ¿Qué consejo seguirán? ¿Qué palabras seguirán?
En esta historia con este final feliz tenemos a un hombre sin mucho valor, valorizado; a un hombre en quien menos se esperaba, con una fe asombrosa; y al Dios de los cielos, encarnado en Cristo, usando su Palabra para restaurar y dar vida. ¿Qué tipo de fe es la nuestra? ¿Cuál fue la última vez que mi fe asombró al Señor?
© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Bautista Ambiente de Gracia, Fairfax, VA