Alabar a Dios | Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Lectura Biblica: Salmo 136:1-4
Introducción
Vivimos en una época donde es más fácil quejarse que agradecer. Muchos miran alrededor y solo ven motivos para desánimo. Pero en medio de ese ruido, la voz de Dios resuena clara a través del Salmo 136.
“Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia. Alabad al Dios de los dioses, porque para siempre es su misericordia. Alabad al Señor de los señores, porque para siempre es su misericordia. Al único que hace grandes maravillas, porque para siempre es su misericordia.”
Este pasaje no es solo una invitación. Es un llamado directo a alabar al Señor no por lo que esperamos recibir, sino por lo que Él es. Su bondad no se limita a las temporadas favorables, ni su misericordia depende de si lo merecemos. Él es Dios siempre, y eso basta para adorarle.
¿Por qué este salmo repite tantas veces que Su misericordia es eterna? ¿Qué busca enseñar al pueblo de Dios esa afirmación constante?
Hoy vamos a reflexionar sobre eso. Veremos por qué alabar a Dios no es solo correcto, sino necesario. Exploraremos qué significa Su misericordia eterna, y qué nos revela este canto sagrado que el pueblo de Israel conocía como el Gran Hallel.
Pero antes de avanzar, te invito a hacerte esta pregunta: ¿Nuestra alabanza nace de la fe, o solo brota cuando todo va bien?
I. La necesidad de alabar a Dios
Desde el inicio del mundo, alabar a Dios ha sido una respuesta natural para aquellos que han conocido Su poder y amor. La Biblia nos muestra que los hombres y mujeres de fe alababan, incluso cuando sus caminos eran difíciles. No lo hacían porque todo les iba bien, sino porque sabían en quién habían creído.
El salmo que estamos estudiando empieza con estas palabras:
“Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.” (vers. 1)
Estas dos razones –Su bondad y Su misericordia eterna– no solo sostienen este salmo, sino que también deben sostener nuestra alabanza diaria.
a. Alabar a Dios como respuesta natural a Su grandeza
Desde el primer libro de la Biblia hasta el último, encontramos ejemplos de hombres y mujeres que adoraron a Dios en distintas circunstancias. Abraham, Moisés, Ana, David, Pablo… todos supieron alabar en medio del dolor, porque su alabanza no dependía del momento, sino de la persona de Dios.
David lo expresó con fuerza en el Salmo 34:
“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca.” (vers. 1)
Ese “todo tiempo” incluye el llanto, la pérdida, la espera, la incertidumbre. Alabar no es negar el dolor, sino afirmar que Dios está por encima de él.
El apóstol Pablo también entendía esta verdad. Por eso escribió:
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5:16-18)
Dios no espera que seamos agradecidos solo cuando la vida sonríe. Él quiere que aprendamos a confiar en medio de la tormenta, porque la alabanza en la prueba revela una fe madura.
b. Alabar a Dios como reconocimiento de Su soberanía
Cuando el salmista dice que Dios es “el Dios de los dioses” y “el Señor de los señores”, está haciendo una afirmación poderosa. No es una frase bonita. Es una verdad absoluta. No hay nadie como nuestro Dios. Nadie se compara a Él.
Esto quedó claro en el cántico de Moisés tras cruzar el Mar Rojo:
“¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?” (Éxodo 15:11)
Cuando tú y yo alabamos a Dios, no estamos solo reconociendo que Él es bueno. Estamos proclamando que está por encima de todo poder, toda crisis y toda autoridad en la tierra.
Los cielos no descansan en esta verdad. En el libro de Apocalipsis, vemos a los redimidos y a los ángeles adorando sin cesar. ¿Y qué proclaman?
“Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4:11)
Si el cielo está lleno de alabanza, ¿cómo podríamos nosotros permanecer en silencio?
c. La alabanza transforma nuestro enfoque
La vida presenta desafíos. Eso es parte del camino. Pero cuando nos enfocamos solo en los problemas, perdemos de vista al Dios que sigue reinando.
La alabanza nos reubica y cambia nuestra mirada. Nos lleva de la desesperanza a la esperanza. Por eso Pablo escribió a los filipenses:
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios… guardará vuestros corazones.” (Filipenses 4:6-7)
La acción de gracias va de la mano con la paz de Dios. Cuando adoramos, nuestra alma se alinea con Su voluntad. En lugar de caer en temor, recordamos que Él sigue en control.
Piénsalo por un momento. Cuando el rey Josafat enfrentó un enemigo poderoso, no recurrió a estrategias militares. En vez de eso, colocó cantores al frente de su ejército. Mientras ellos cantaban, Dios peleaba por ellos:
“Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir las emboscadas que ellos mismos se habían preparado…” (2 Crónicas 20:21-22)
La alabanza a Dios no es solo un cántico, es una herramienta espiritual. Una forma de declarar que confiamos en Dios, incluso cuando todo parece estar en contra.
Y si hoy podemos alabar, es porque Su misericordia no nos ha dejado.
II. La misericordia de Dios: fuente de nuestra alabanza
El salmo 136 repite una frase en cada uno de sus versículos: “porque para siempre es su misericordia.”
A simple vista, esta repetición puede parecer innecesaria. Pero en realidad, es el corazón del mensaje. Cada palabra de este salmo descansa sobre una verdad fundamental: Dios actúa movido por Su misericordia, no por obligación ni por mérito humano. Esa misericordia es la razón por la cual podemos alabar hoy.
Pero, ¿qué entendemos por misericordia? ¿Es solo una emoción pasajera, un sentimiento de compasión? La Escritura nos lleva mucho más allá.
a. La misericordia de Dios: un amor fiel e inquebrantable
Cuando leemos la palabra “misericordia” en este salmo, el original hebreo usa el término “ḥesed” (חחֶסֶד) . Esta palabra no se traduce con facilidad, porque encierra múltiples significados: fidelidad, amor leal, compromiso, gracia inmerecida.
No es un impulso momentáneo. Es una decisión divina de mantenerse fiel, incluso cuando nosotros fallamos. Es el amor que perdura, aun cuando no lo merecemos.
El profeta Jeremías lo entendió en carne propia. Mientras contemplaba la ciudad destruida, en medio del dolor, escribió con esperanza:
“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lamentaciones 3:22-23)
Aun en medio de la ruina, Jeremías sabía que el amor de Dios no se había acabado. Esa es la base de nuestra esperanza: que Dios no cambia, y que Su misericordia no tiene fecha de vencimiento.
El rey David, con toda su experiencia de vida —sus victorias y fracasos—, también testificó:
“No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen.” (Salmos 103:10-11)
Aquí encontramos una verdad gloriosa. La justicia humana exige pago inmediato. Pero el corazón de Dios es movido por compasión. Él perdona, restaura y sostiene a quienes se humillan ante Él.
Por eso alabar a Dios no es una obligación vacía. Es una respuesta natural al amor inmerecido que recibimos cada día.
b. La misericordia de Dios manifestada en la historia
Desde los primeros capítulos del Antiguo Testamento, vemos la misericordia divina actuando en momentos clave. Dios no dejó de amar a Adán tras su caída. No abandonó a Israel después del becerro de oro. Y no descartó a Jonás cuando huyó de Su llamado.
Jonás, en su necedad, quiso huir de la voluntad de Dios. Fue tragado por un gran pez. Pero aun en lo profundo del mar, Dios no se olvidó de él. Lo rescató y le dio una nueva oportunidad.
David también conoció esa misericordia. Después de su pecado con Betsabé, pudo haberse perdido para siempre. Pero clamó, y Dios le respondió con perdón y restauración. ¿Por qué? Porque la misericordia de Dios es mayor que cualquier fracaso humano.
La expresión más gloriosa de esa misericordia, sin embargo, la encontramos en la cruz del Calvario.
En Lucas 23:42-43, vemos al ladrón crucificado junto a Jesús. No era un hombre religioso. No tenía obras para presentar. Pero levantó su voz y dijo:
“Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.” Y Jesús le respondió: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.”
Ese momento resume la esencia del evangelio. No se trata de lo que podemos hacer, sino de lo que Cristo ya hizo. Ese hombre no tuvo tiempo de rehacer su vida, pero sí tuvo fe. Y la misericordia de Dios lo alcanzó en su hora más oscura.
Así es nuestro Dios. Su misericordia no se agota. No hay pasado demasiado sucio, ni error demasiado grave, que lo aleje de nosotros si nos volvemos a Él con sinceridad.
c. Cómo debemos responder a esa misericordia
Si entendemos cuán grande es la misericordia de Dios, no podemos seguir viviendo como si nada. Alguien que ha sido alcanzado por Su gracia debe responder de una forma concreta: con alabanza, con gratitud y con entrega.
El apóstol Pablo lo expresó de manera clara:
“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy.” (1 Corintios 15:10)
Nada de lo que somos o tenemos proviene de nosotros mismos. Todo es un regalo de Dios. Por eso, no hay lugar para la arrogancia ni para la indiferencia. Nuestra vida debe reflejar un corazón agradecido.
También debemos mostrar esa misma misericordia con los demás. Jesús lo dijo en el Sermón del Monte:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mateo 5:7)
Hemos sido perdonados, restaurados, redimidos. Entonces, ¿cómo no vamos a perdonar? ¿Cómo no vamos a amar?
Y por último, si Su misericordia nos sostiene, entonces debemos vivir para Él. Pablo nos exhorta así:
“Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1)
No basta con cantar en el templo. La verdadera alabanza se manifiesta en la manera en que vivimos. Una vida rendida a Dios, una vida de obediencia, es la forma más profunda de adoración.
Cuando comprendemos cuán rica es Su misericordia, no podemos hacer otra cosa que vivir para glorificarle.
III. El Gran Hallel y su significado espiritual
El salmo que estamos estudiando no es solo una hermosa declaración de gratitud. Es parte de una tradición profunda dentro del pueblo de Israel. Se le conoce como el Gran Hallel, que en hebreo significa “la gran alabanza”. Pero, ¿qué lo hace tan especial? ¿Por qué ocupa un lugar tan destacado en la adoración del pueblo de Dios?
a. ¿Qué es el Gran Hallel y por qué es importante?
Los salmos del Hallel —palabra que significa “alabanza”— eran cantados por los israelitas durante las principales fiestas religiosas: la Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos. Pero dentro de esa colección, el Salmo 136 era único. Se destacaba por su ritmo repetitivo y por esa frase que se repite como un eco eterno: “porque para siempre es su misericordia.”
Este salmo no era simplemente parte de una tradición litúrgica. Era un acto de memoria colectiva. Cada línea recordaba un momento donde Dios mostró Su fidelidad. Era como si el pueblo dijera: “No olvidemos de dónde nos ha sacado el Señor. No olvidemos quién es Él.”
Durante la celebración de la Pascua, por ejemplo, mientras las familias comían el cordero pascual, recitaban este salmo como parte de su adoración. Era un cántico de redención. Un testimonio cantado de cómo Dios los liberó de Egipto. No por mérito propio, sino por Su misericordia.
Y esa tradición no se quedó en el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento también hace referencia a este momento de adoración. En Mateo 26:30, leemos que, después de la última cena, Jesús y Sus discípulos cantaron un himno antes de salir al Monte de los Olivos. La tradición judía afirma que ese himno era precisamente el Hallel.
Esto nos revela algo conmovedor. Antes de ir a la cruz, Jesús —sabiendo el sufrimiento que le esperaba— eligió alabar. Eligió cantar sobre la misericordia eterna de Dios. Él no solo predicaba sobre la fe, la vivía.
Eso nos enseña que la alabanza no es una emoción superficial, sino un acto profundo de confianza. Si el Hijo de Dios alabó en la víspera de Su crucifixión, ¿cómo podríamos nosotros no levantar nuestras voces en medio de nuestras pruebas?
b. La conexión entre el Gran Hallel y la gratitud cristiana
Para Israel, este salmo era una brújula espiritual. Les recordaba quién era su Dios y cómo había intervenido una y otra vez a su favor. Desde la creación del mundo hasta la apertura del Mar Rojo, todo lo que Dios hizo fue guiado por Su misericordia.
Para nosotros, hoy, el Salmo 136 también tiene un mensaje. Porque nosotros también hemos sido liberados. No de Faraón, sino del poder del pecado.
Pablo escribió en Colosenses 1:13-14:
“El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.”
Nuestro cántico de gratitud no nace solo de la historia de Israel. Nace de la cruz. Nace del precio pagado por nuestra redención. Y si Dios fue fiel con Su pueblo en el pasado, ¿acaso no seguirá siéndolo con nosotros hoy?
El problema es que muchas veces olvidamos. Nos enfocamos en lo que no tenemos. Miramos nuestras luchas y nos llenamos de quejas. Pero el salmo nos llama a otro enfoque. Nos invita a recordar.
Por eso, la gratitud verdadera no depende de las circunstancias, sino del carácter de Dios. Así lo declaró Pablo en 1 Tesalonicenses 5:18:
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.”
No dice “en algunas cosas” ni “cuando todo esté bien”. Dice “en todo”. Porque al dar gracias, estamos reconociendo que Dios sigue obrando, incluso cuando no lo vemos.
c. La misericordia de Dios y nuestra esperanza futura
Cuando decimos que la misericordia de Dios es eterna, no estamos hablando solo del pasado. Estamos hablando también del futuro.
El Salmo 136 no es únicamente una mirada atrás. Es una mirada hacia adelante. Es un recordatorio de que el Dios que nos sostuvo ayer, también nos sostendrá mañana. Y esa esperanza no es solo para esta vida.
El apóstol Juan tuvo una visión gloriosa del futuro en Apocalipsis 7:9-10. Vio una multitud de redimidos, de todas las naciones, vestidos de blanco, con palmas en las manos, y cantando:
“¡La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero!”
Esa multitud no se quedaba en silencio. Alababan sin cesar. Es la misma escena que el Salmo 136 anticipa. Lo que Israel cantaba como historia, nosotros lo cantamos como esperanza.
El Gran Hallel no es solo un cántico litúrgico. Es una profecía. Un anticipo de la adoración celestial que no tendrá fin. Y si ese es nuestro destino eterno, ¿no deberíamos empezar a vivirlo ahora?
Mientras estemos en esta tierra, no dejemos que la rutina o las pruebas nos roben la alabanza. Recordemos, día tras día, que la misericordia de Dios no ha cambiado. Y que esa misericordia nos alcanzará hasta el último día.
Conclusión
El Salmo 136 no es simplemente un himno de gratitud. Es una declaración profunda, constante, viva. Es un canto que atraviesa generaciones, recordándole al pueblo de Dios que Su misericordia no se agota.
A lo largo de este mensaje hemos visto que alabar a Dios no es un acto ocasional ni un momento emocional. Es una respuesta constante de un corazón que ha sido transformado por Su amor.
Los patriarcas, los profetas, los salmistas y los discípulos de Cristo compartían una misma convicción: la alabanza no depende de nuestras emociones ni de las circunstancias. Ellos alababan a Dios cuando triunfaban… y cuando caían. Cuando todo iba bien… y también cuando todo parecía derrumbarse.
¿Por qué lo hacían? Porque sabían quién es Dios. Sabían que Su carácter no cambia. Que Su fidelidad permanece. Que Su misericordia no se agota con nuestros errores.
Tú y yo necesitamos recordar eso hoy. El mismo Dios que guio a Abraham, que libró a Moisés, que restauró a David, y que sostuvo a los discípulos después de la cruz… es el mismo que está contigo hoy.
Él no se ha ido. Él no ha cambiado. Su misericordia sigue alcanzándonos cada mañana.
Jesús, sabiendo que iba al Getsemaní, sabiendo que la cruz estaba a horas de distancia, eligió cantar el Hallel. En la noche más oscura, cantó sobre la misericordia eterna de Dios. ¡Qué lección tan profunda! Si Él pudo alabar en medio del sufrimiento inminente, ¿cómo no vamos nosotros a alabarle también?
Pero la alabanza no es solo cantar. No es solo levantar las manos en un servicio. Es vivir rendidos a Él. Es permitir que cada decisión, cada palabra, cada acto, refleje quién es nuestro Dios.
Una vida que honra a Cristo, es una vida que canta, aun en silencio.
Este salmo no solo nos hace mirar al pasado con gratitud. También nos impulsa a vivir el presente con fe, y a mirar el futuro con esperanza. Porque un día —y ese día se acerca— estaremos ante el trono del Cordero. Y uniremos nuestra voz con los redimidos de todas las naciones para proclamar una sola verdad:
“¡Porque para siempre es Su misericordia!”
Un llamado a actuar: no pospongas tu alabanza
Si reconoces que Dios es digno, si entiendes que Su misericordia ha sostenido tu vida, entonces no esperes más para vivir una adoración genuina.
No permitas que la rutina te enfríe. No dejes que el miedo te robe el gozo. Hoy es el momento de decidir: “Voy a alabar a Dios no por lo que tengo, sino por lo que Él es.”
La alabanza no es una sugerencia. Es nuestra respuesta natural ante un Dios que ha hecho tanto por nosotros. Pero no ocurre por inercia. Debemos decidir alabar. Debemos entrenar nuestro corazón para mirar con gratitud y hablar con fe, incluso cuando no veamos resultados inmediatos.
Pregúntate:
- ¿Es mi alabanza sincera o se ha vuelto rutina?
- ¿Alabo a Dios solo cuando todo va bien o también en la prueba?
- ¿Refleja mi vida entera adoración o solo mis labios?
No permitas que la alabanza quede encerrada en un templo o en un momento de canto. Haz de ella tu forma de vivir. Habla con gratitud. Actúa con humildad. Sirve con gozo. Ama con entrega. Vive con propósito. Porque así se alaba a Dios de verdad.
Que este salmo no sea solo una lectura más. Que sea un espejo. Una voz que te sacuda. Un canto que te transforme.
Dios sigue siendo bueno. Su misericordia no ha cambiado. Y nosotros, Su pueblo, no podemos quedarnos callados. Alabémosle hoy, mañana y siempre… Porque para siempre es Su misericordia.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.
Dios bendiga me a sido interesante esta palabra que es relacionada con la adoración pondré en practica lo aprendido grasias a Dios que lo siga usando con sabiduría .
¡Carlos, qué alegría saber que la palabra fue de bendición para ti! Me da gusto que vayas a poner en práctica lo aprendido sobre la adoración. Que Dios te siga usando con sabiduría y te bendiga abundantemente. ¡Un abrazo!