¿Quién me ha tocado?

Julio Ruiz

¿Quién me ha tocado?

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¿Quién me ha tocado? | Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Lucas 8:43-48

Serie: Certidumbre en Tiempos de Incertidumbre

INTRODUCCIÓN

En los versículos 40 a 46 de Lucas 8, tenemos una especie de “milagro dentro de otro milagro”, porque los eventos no se pueden separar al ocurrir simultáneamente. De hecho, Jairo pudo haber sentido frustración al principio cuando recibió la noticia de la muerte de su hija, y asociar la interrupción causada por esta mujer podría haberle hecho pensar que Jesús no llegaría a tiempo a su casa para sanar a su hija.

Y es aquí donde el médico Lucas nos presenta los acontecimientos en una narrativa que nos introduce en la escena misma. Jesús había regresado de la tierra de los gadarenos, donde tuvo el encuentro y la liberación del hombre poseído por demonios. Ahora había sido recibido por una multitud muy grande, quienes lo buscaban para ser atendidos y sanados debido a sus necesidades.

Y entre esos necesitados aparece una mujer con un flujo de sangre desde hacía años, quien logró tocar el borde del manto de Jesús porque, en su razonamiento y en su fe, consideró que haciendo eso podía ser sanada. La pregunta hecha por Jesús no es de desconocimiento, porque Él es el Señor Omnisciente. Su pregunta se hace porque alguien le había tocado, y el poder salido de Él reflejaba que quien lo había hecho, lo hizo con fe.

Mi propuesta para este mensaje es descubrir cómo el valor de la constancia frente a las grandes pruebas de la vida llega a ser determinante y cómo lucha la verdadera fe hasta lograr la victoria. Nos hará bien con esta historia recordar que para el Señor no hay nada imposible.

Así pues, la presente pregunta es la razón del mensaje de la ocasión: ¿Por qué hizo Jesús esta pregunta? ¿Por qué quería saber quién le había tocado? ¿Qué enseñanza estaba buscando al hacerla en la multitud?

I. MOSTRAR LA ANGUSTIA DE UN ALMA ATRIBULADA

a. Una angustia de doce años de duración (vers. 43a).

Aquí estaba una mujer que había tenido una hemorragia durante doce años, un problema de larga duración. Según la ley judía (Levítico 15:25-27), ella era considerada inmunda, lo que significaba que se le prohibía asistir al servicio de adoración en la sinagoga y también se le privaba de estar con sus amistades. Ella estaba condenada al ostracismo por parte de la sociedad judía. Podemos imaginar la devastación de ser declarada impura durante doce años.

Esta mujer no podía tener marido ni hijos, ni ser aceptada por los demás. Esta era su aflicción. Le digo lo siguiente: muchas personas no dudan de la capacidad de Dios para sanar, pero sí dudan de su condición para creer que Dios pueda sanar a alguien como ellos. Sin embargo, este no era el caso de esta mujer, porque ella no dudó en ver a Cristo como su última salvación para su mal.

Doce años con esta enfermedad es pensar en toda una juventud perdida, porque pasó sus años jóvenes soportando esto. Hoy contamos con muchos tratamientos para ese tipo de condición, y las mujeres pueden vivir insertadas en la sociedad, pero no era el caso de esta mujer. Las estrictas leyes de su tiempo hacían más pesada su carga, y su pena insoportable.

b. Una angustia sin esperanza de ser parada (vers. 43b)

¿Nos parece extraño esto? Muchas personas hoy en día tienen experiencias similares, es decir, muchas personas visitan una gran variedad de médicos tratando de encontrar una cura. Algunos gastan gran parte de su dinero en medicinas y se vuelven médicamente pobres y dependientes. Conocidos son los casos donde las personas no mejoran, sino que empeoran.

Observe la condición de esta mujer. Por la referencia del pasaje, su situación era de mucha angustia. Observe cómo Lucas, siendo médico, describe su condición extremadamente penosa. Con la medicina antigua, ni siquiera podemos imaginarnos lo primitivo del tratamiento médico y sus costos de consumo. Esta mujer había gastado todas sus ganancias en medicamentos y estaba peor.

Ninguna medicina la pudo curar. La recomendación del Talmud era llevar las cenizas de un huevo de avestruz en una bolsa de lino en verano y en una bolsa de algodón en invierno. También se le recomendaba llevar cebada extraída del estiércol de una burra blanca, así como una dosis de cebolla persa cocida en vino y administrada con el llamado “¡Levántate de tu flujo de sangre!”. Pero esta mujer nunca mejoró. Su condición empeoró cada día más.

II. DESCUBRIR LA OSADIA DE UNA FE INQUEBRANTABLE

a. La fe lleva a correr grandes riesgos (vers. 44)

De acuerdo con la ley ceremonial, a quien esta mujer tocara con su enfermedad contaminaría a la otra persona. Las leyes acerca de tocar a alguien mientras se estaban en esta condición eran sumamente estrictas de acuerdo con Levíticos 15. Esta pobre mujer sabía del alto riesgo de llegar a Jesús por las estipulaciones de la ley ceremonial y quedar contaminado.

De hecho, esa mujer sabía que los maestros de la ley, entre ellos los fariseos, tenían absolutamente prohibido acercarse a aquellos que estaban inmundos como ella o los leprosos. La parábola del buen samaritano nos ilustra sobre ese asunto. Tanto el levita como el sacerdote pasaron de largo al ver al herido del camino sin tocarlo para no contaminarse.

Pero a esta mujer no le importó saber esto, porque su anhelo era tocar a Jesús. Mateo 9:21 nos habla de un simple deseo: “Si tocare solamente su manto, seré salva”. Por cierto, no hay tal cosa como una superstición en este acto. Aquí lo que hay es una mujer con una fe inquebrantable y arriesgada debido a su condición. No siempre nos encontramos con esta clase de fe que lucha y persiste.

Cuánto necesitamos aprender de esta mujer hasta llegar y tocar a Jesús.

b. “Al instante se detuvo el flujo de su sangre” (vers. 44b)

Aunque había una multitud muy grande alrededor de Jesús, empujando y tratando de llegar a Él, Jesús sabía que alguien había tocado el borde de su manto, y que el poder de Dios había salido de Él para sanar. ¡Qué maravilla es esto!

Jesús estaba lleno del poder del Espíritu Santo, y del poder de la curación y la compasión, y ese poder salió de Él. Detengámonos a pensar en aquella pobre mujer. Había visitado muchos médicos. Por lo visto, era una mujer con ciertas posibilidades económicas, porque el texto habla de haber gastado todo el dinero con los médicos. Era una mujer con un cansancio físico, un cansancio emocional y también espiritual.

Su pena no podía ser mayor, pero cuando tocó solo el borde del vestido de Jesús, “al instante se detuvo el flujo de su sangre” (vers. 44b). Nosotros no tenemos el poder de Jesús para sanar porque Él es el Dios todopoderoso, pero sí podemos tocar muchas vidas y sanar a tantos que están heridos del alma.

También en nosotros hay un poder para amar y hacer que al instante desaparezca aquella condición de infelicidad que viven algunos. Y, por supuesto, para ser instrumento en ayudar a los males de este mundo. El toque de Jesús es sanador. La fe osada de esta mujer es un ejemplo para ver la mano de Dios obrar.

III. COMPROBAR EL PODER SANADOR EMANADO DE JESÚS

¿Qué logra la fe cuando toca a Jesús? Que la búsqueda llega a su fin.

a. La confesión de una fe descubierta (vers. 47)

Imaginémonos otra vez la escena. ¿Sabe usted el tamaño de aquella multitud siguiendo a Jesús? No tenemos esas estadísticas, pero por el número de los alimentados con los panes y los peces, las multitudes eran de miles. Ahora aquí tenemos a una mujer haciendo malabares para llegar hasta donde estaba el Señor y quedar sana. Pero, como era de esperarse, Jesús necesita saber quién lo había tocado.

Y, en efecto, en medio de aquella gran multitud se abrió un espacio hasta ver a aquella humilde y osada mujer. Fue entonces cuando vino a su Sanador, temblando, y se postró delante de sus pies. Y, como era de esperarse, esta mujer le contó todo su dolor y sufrimiento al Señor. Le habló de su pena y su vergüenza social.

Le habló de su pobreza, porque ya no tenía dinero para seguir gastando. Ella no esperó que Jesús viniera, sino que fue a Él y se postró a sus pies, como otras mujeres en señal de gratitud, sanidad y perdón. Lo extraordinario y conmovedor de esta escena es que, de repente, en medio de tanta gente, Jesús también se detuvo para ver a aquella mujer. ¿Por qué lo hizo? Porque Jesús necesitó saber quién le había tocado. Nadie queda oculto en la multitud si está buscando a Jesús.

b. Mirando ahora al Salvador (vers. 47)

Jesús se ha detenido y la multitud también. Es bueno saber esto: si Jesús no se detiene, no sabríamos de ese milagro. En ese momento, todos ellos oirán la sentencia de Cristo, la más importante. Ya la mujer había sido sanada, pero son las palabras de Jesús las que califican lo sucedido. Jesús le va a dar una palabra de bondad que tiende a inspirar confianza y disipar sus miedos.

En aquel momento, esa mujer debió tener muchas emociones encontradas, pero las palabras de Jesús la calmaron. Cuando vio los ojos de Jesús fijos en ella, supo que Él lo sabía todo. Ella no le había quitado nada, pero Él le había dado todo. Ella ahora derramó su triste y miserable historia de vida, contando cómo Jesús había hecho lo que toda la ciencia no había podido hacer por ella.

Hay momentos cuando escuchamos acerca de Jesús y lo que puede hacer Él por nosotros, pero algo muy distinto es cuando vemos el poder de Dios a través de Jesús sanando nuestro dolor y pena, y eso ocurrió con esta mujer. Él no estaba enojado con lo sucedido, sino que estaba listo para derramar su gracia sobre esta dama desconocida.

c. “Tu fe te ha salvado, ve en paz” (vers. 48)

El Señor se detuvo para corregir cualquier concepto erróneo por parte de la mujer por haber tocado su vestido. Si hubo algún elemento de magia en el pensamiento de esta mujer, Jesús lo eliminó al dejar completamente claro que fue su fe lo que la salvó, no el agarrar de su ropa. Mucha gente fue tocada por Jesús, pero casi nadie entró en contacto físico con Él como lo hizo esta mujer. Su acto de fe le dio una salvación completa.

Observe que Jesús no le dijo “tu fe te ha sanado”, sino “tu fe te ha salvado”. La salvación es lo primero. ¿Por qué Jesús aprovechó la multitud para dar su veredicto? Porque ellos necesitan saber cómo una mujer despreciada por muchos de ellos mismos ahora es la sanada e incorporada a la sociedad, y será un testimonio vivo de lo que más nadie pudo hacer por ella.

Solo Jesús conoció todas sus necesidades y dolores, y entendió sus circunstancias, por eso la hace comparecer ante toda la multitud para dar testimonio público de que ha quedado libre. Jesús nos salva totalmente para dar testimonio de su poder. Pero la salvación no viene sola; Jesús nos da su paz. Si algo no tenía aquella pobre mujer era paz, pero Jesús la salvó de su inmundicia y llenó su corazón de una paz total.

CONCLUSIÓN

La historia de esta mujer es una ilustración de la vida misma. A veces nos encontramos con situaciones que parecen imposibles de resolver; problemas demasiado grandes para nuestras limitadas fuerzas. Lo intentamos todo, pero no aparece ninguna solución, y esto nos hace sentir débiles y desesperanzados. ¡Pero no es el final!

Esta mujer había sufrido durante doce largos años, soportando no solo la enfermedad física, sino también la exclusión social y espiritual impuesta por las estrictas leyes ceremoniales de su tiempo. A pesar de sus años de sufrimiento y de haber gastado todo su dinero en médicos sin hallar cura, esta mujer mantiene una fe inquebrantable.

Al escuchar sobre Jesús, decide tomar un riesgo enorme: tocar el borde de su manto con la esperanza de ser sanada. Aquello fue uno de los más osados actos de fe que se conozcan. Con esta acción, esta mujer logró tres cosas: sanidad de su impureza, salvación de su alma y paz en el corazón. Aparte de eso, desde ese día ella sería vista como una mujer nueva, aceptada en la sociedad, y podía regresar para adorar al Señor.

He aquí nuestra reflexión de esta historia. Cuántas veces hemos enfrentado desafíos que parecen insuperables. Cuántas veces nos sentimos excluidos o desesperados. Pero debemos recordar que la fe perseverante puede llevarnos a tocar el poder de Jesús y recibir sanidad y restauración. Jesús no rechazará a quien le busca con humildad y fe.

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Bautista Ambiente de Gracia, Fairfax, VA.

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Julio Ruiz
Autor

Julio Ruiz

Pastor en Virginia en los Estados Unidos, con 42 años de experiencia de los cuales 22 los dedicó en Venezuela, su país de origen. Otros 9 años los dedicó a pastorear en Vancouver, Canadá y los últimos 9 años en Columbia Baptist Church en su ministerio hispano, donde estuvo hasta agosto del (2015). A partir de octubre del mismo año (2015) comenzó una nueva obra que llegó a constituirse en iglesia el 22 de mayo de 2016 bajo el nombre de Iglesia Bautista Ambiente de Gracia en la ciudad de Burke, Virginia. El pastor Julio es Licenciado en Teología y ha estudiado algunas cursos para su maestría en Canadá. Además de haber sido presidente de la convención bautista venezolana en tres ocasiones, también fue profesor del seminario teológico bautista. El pastor Julio por espacio de unos 18 años publica sus sermones y artículos por estos medios. Es casado con Carmen Almera Ruiz y tiene tres hijas y una nieta: Laura, Oly, Sara e Isabella. Si usted quiere comunicarse con el pastor Julio, llámelo al (571) 251-6590.

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