Heridas o Cicatrices | Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Texto Biblico Principal: Salmo 147:3
Introducción
¡Queridos hermanos y amigos que me leen!
Es un gozo poder compartir con ustedes este mensaje, nacido de un llamado que sentí, un mensaje que creo que es necesario en este tiempo. Vemos cómo están las cosas a nuestro alrededor, noticias que nos desalientan, situaciones negativas que nos hacen daño. Pero en medio de todo esto, hay una palabra de esperanza, un mensaje de sanidad.
He titulado este mensaje: “Heridas o Cicatrices: ¿Tienes Heridas o Quieres Tener Cicatrices?”. Para hablar de esto, primero, necesitamos entender qué son una herida y una cicatriz.
I. La Diferencia entre Herida y Cicatriz
Pensemos en una herida física. Es un daño, un corte. Si no está curada, sangra, duele al tocarla. Sigue abierta, susceptible. Pero con el tiempo, esa herida sana, se cierra, y se convierte en una cicatriz. ¿Y qué es una cicatriz? Es una marca, una impresión, sí, pero ya no duele. Por mucho que la toques, no te causará dolor porque ha sido curada.
Ahora, llevemos esto a nuestra vida interior. En la psicología, las heridas pueden ser esas situaciones adversas, negativas, frustraciones que nos pasan. Cosas que siguen maquinando en nuestra mente, que duelen día tras día, que no se curan. Pero la cicatriz, en este sentido psicológico, es esa impresión que queda, pero que ha pasado, que ya no te hace daño ni te duele.
¡Aleluya! Vemos a mucha gente luchando con heridas internas, heridas que no están cicatrizando, que siguen doliendo por situaciones pasadas. Malas noticias, circunstancias negativas, notificaciones en nuestra alma que aún duelen porque estamos viviendo tiempos difíciles.
Pero aquí viene la promesa de Dios para ti hoy, que quizás estás escuchando y necesitas una palabra: “Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas”. ¡Qué texto tan precioso del Salmo 147:3! Él es el que venda y sana las heridas.
II. Las Cinco Heridas del Alma
Quiero compartir con ustedes algo que leí en un libro de psicología, que hablaba de cinco heridas internas que a menudo se adquieren en la niñez y que, si no se sanan, nos afectan incluso de adultos. Quizás te identifiques con alguna de ellas:
a. La Herida de Rechazo:
Surge cuando un niño no se siente deseado o querido, quizás porque inconscientemente los padres lamentan su llegada o pasan por tiempos difíciles. Este sentimiento puede continuar en el colegio, con amigos, profesores. De adultos, podemos seguir sintiéndonos rechazados en muchas situaciones de la vida: en el trabajo, la familia, la iglesia, por amigos. Pero quiero decirte que hubo alguien que sufrió un rechazo absoluto: Cristo. Fue rechazado por su pueblo, en el templo, al predicar, al ministrar. Pero en la cruz, Él venció toda herida de rechazo. Si te sientes rechazado, el Señor ya ha vencido eso por ti en la cruz para que hoy no te sientas así, y Él va a curar esa herida.
b. La Herida de Abandono:
Aparece cuando un niño pequeño siente que su familia se despreocupa de él, quizás por tener otras ocupaciones o la llegada de otro hijo. Este abandono puede experimentarse también al crecer, con amigos o en diversas circunstancias. Quizás tú sientes esta herida hoy: te ha abandonado tu familia, amigos, te has sentido abandonado incluso en la iglesia. Te has sentido abandonado a lo largo de tu vida. Pero hubo alguien que sufrió abandono. Sus apóstoles lo abandonaron, sus amigos lo abandonaron. Incluso en la cruz, Él clamó: “¿Por qué me has desamparado?”. No significa que Dios lo abandonó, sino que le dio la espalda por el peso del pecado, pero Dios seguía ahí. Y en tus problemas, Dios no te abandona. En la cruz, Jesús venció las heridas de abandono. Si te sientes ignorado o abandonado, Él venció eso para que te sientas acompañado por Su presencia.
c. La Herida de Humillación:
Ocurre cuando los padres avergüenzan o humillan a un niño. También puede pasar en el colegio con maestros o compañeros. Este niño crece con una herida de humillación. Quizás tú te encuentras así, humillado por amigos, familia, por quienes menos esperabas. Te has sentido humillado en muchas áreas. Pero, ¿dónde venció Dios esto? ¡En la cruz! A Cristo lo humillaron, le pegaron, lo cubrieron, le tiraron de la barba. Sufrió humillación, pero Jesús venció esas heridas en la cruz y fue exaltado hasta lo sumo. Y así serás tú, querido hermano, querida hermana. Vas a ser exaltado. Si tienes heridas de humillación, Él te va a exaltar, a bendecir, a levantar tu cabeza.
d. La Herida de Traición:
Un niño puede sufrir traición de sus mejores amigos o en su entorno. De adultos, la traición puede venir en el matrimonio, de amigos, incluso en la iglesia. Si has sufrido traición, te sientes destrozado y no sabes qué pasará. Pero, ¿quién sufrió la traición más grande? Jesús. Fue traicionado por uno de sus mejores amigos, Judas, por treinta monedas de plata. Lo traicionaron a cada paso. Pero en la cruz, Él venció esa herida de traición. Si te sientes traicionado en cualquier área, Dios dice: “Tranquilo, voy a sanar esa herida para que te sientas feliz y con gozo”.
e. La Herida de Injusticia:
Se da cuando un niño es tratado injustamente, quizás con excesivo autoritarismo en la escuela o críticas injustas de los padres. Puede que tú hayas sufrido muchas injusticias a lo largo de tu vida. Quizás te han tratado injustamente en la iglesia, en alguna circunstancia, en tu familia. Pero hubo alguien a quien trataron injustamente de una manera extrema: a nuestro Señor. Le llamaron demonio, lo llevaron injustamente a la cruz. Pero nuestro Redentor en la cruz venció toda herida de injusticia. Él fue más justo que nadie, y esa justicia la puso para ti. Si te sientes injusto, si han hecho cosas injustas contra ti, el Señor va a curar esas heridas si te pones en Sus manos.
Quizás has experimentado varias de estas heridas. Pero no solo las personas nos hacen daño. También podemos tener heridas por situaciones difíciles de la vida: malas noticias, enfermedades, promesas no cumplidas, problemas económicos, sentir que todo va a peor. El Señor está aquí para curar esas heridas que tienes ahora. Él está dispuesto a vender tus heridas hoy mismo.
III. Restauración como Mefiboset (2 Samuel 9)
Quizás dices: “Bonito el versículo, pero dame un ejemplo de alguien que sufrió heridas y fue restaurado”. Te presento a Mefiboset. Él era nieto del rey Saúl e hijo de Jonatán, el príncipe. Tenía un futuro brillante, destinado a ser príncipe y rey, viviendo en el palacio con lujos. A los cinco años, mientras huía con su cuidadora tras la muerte de su padre y abuelo en batalla (pues la descendencia real era perseguida), la cuidadora cayó y el niño se rompió ambos tobillos, quedando lisiado de por vida. En aquel tiempo, no había la medicina o rehabilitación de hoy.
Un niño con todo el futuro, lo perdió todo: su familia, su posición, y encima, quedó lisiado. Fue escondido en un lugar llamado Lodebar, que en hebreo significa “tierra desierta”, “tierra sin fruto”. Quizás te sientes como él. Tenías mucho futuro, aspiraciones, potencial. Pero algo pasó: una mala noticia, una enfermedad, una promesa no cumplida, algo que esperabas y no llegó. Y ahora te encuentras en una “tierra desierta”, sin fruto, donde quizás no escuchas la voz de Dios, donde ves a otros crecer y avanzar en el evangelio mientras tú te sientes lisiado espiritualmente. Te encuentras sin palabra, sin fruto.
Pero ¡tu historia no termina ahí!. La historia de Mefiboset no terminó en Lodebar. Pasaron unos 25 años, David ya era rey. David recordó el pacto que hizo con Jonatán, de tener misericordia de su descendencia. Preguntó: “¿Ha quedado alguien de la casa de Jonatán a quien pueda mostrar misericordia?”. Apareció un hombre llamado Siba, que había sido sirviente en la casa de Saúl y sabía dónde estaba Mefiboset. Dijo: “Sí, ha quedado uno, Mefiboset, pero está lisiado de los pies y vive en Lodebar”.
Comparo a Siba con el Espíritu Santo. Él sabe dónde has caído, sabe tu situación, sabe en qué tierra estéril estás, sabe que te has caído y no puedes caminar en Dios, ¡y sabe dónde levantarte!.
David lo mandó llamar. Mefiboset llegó al palacio aterrorizado, pensando que lo matarían. Se postró y dijo: “Yo sólo soy un perro muerto”. Pero David le dijo: “Tranquilo, yo haré misericordia contigo” (verss. 5-7). La palabra “misericordia” en hebreo es חֶסֶד (hésed), que describe la capacidad de Dios para ponerse en tu lugar, para mirar con tus ojos, pensar tus pensamientos, sentir tus sentimientos. Como Jesús, que se conmovió al ver a la viuda que enterraba a su hijo. Eso es lo que hace el Señor cuando te ve llorando, desolado, destrozado por tus heridas, sintiendo que no hay futuro. Él se conmueve en Sus entrañas.
Y te dice: “Ven al palacio de mi presencia”. El palacio de la gloria de Dios. ¿Y cómo lo restauró David? Le devolvió todas las tierras de su abuelo Saúl. Pero lo más importante: Mefiboset comería todos los días a la mesa del rey.
Imagínalo: Mefiboset, lisiado de los pies, sentado a la mesa junto a los hijos de David, como el sabio Salomón o el guerrero Absalón. Se miraba a sí mismo, lisiado, sintiendo que no valía nada, que no tenía futuro, lleno de heridas. Quizás te sientes así, viendo a otros hermanos, sintiéndote que “no vales nada”, que “no sirves para nada” porque has sufrido heridas.
Pero en toda mesa hay un mantel. Y cuando se pone el mantel, ¿qué pasa? ¡Cubre las heridas!. No se ven. El Señor, cuando quiere restaurarte, pone el mantel de Su gracia y Su misericordia. Para que cuando te mires, no veas tus heridas, sino que te veas igual que todos los demás. Porque cuando te cubre Su gracia, te coloca en una posición de igualdad. Él no te arregla dejando tus heridas visibles. Te arregla con Su gracia y misericordia.
Hoy Dios te dice: “Ven a la mesa. Quiero restaurarte”. Si las situaciones te están hundiendo, Él dice: “Tranquilo, voy a poner ese mantel para que avances, para que te veas en bendición y gloria”.
IV. La Técnica Kintsugi: Heridas de Oro
Hay una técnica increíble en Japón llamada Kintsugi. Cuando se rompe algo, como un plato, no lo tiran. Lo pegan con una resina mezclada con polvo de plata, platino u oro. Y cuando el plato está pegado, se ven las cicatrices de las roturas, pero están llenas de oro, plata o platino. Ese plato que no valía nada, ¡se ha convertido en una pieza exclusiva!. Una pieza de bendición, que se pone en un lugar visible porque es preciosa, juntada con oro.
Eso es lo que hace el Señor con los que están heridos y hechos pedazos. Dios junta tus pedazos, tus heridas. Y cuando las junta, sí, se ven las cicatrices, ¡pero están llenas de oro! Del oro de la bendición, de la plata, del platino. Cuando el Señor te restaura, eres una pieza exclusiva. Todos los que te vean se asombrarán y dirán: “¡Verdaderamente el Señor lo ha bendecido! ¡No es el mismo! ¡Tiene que ser de bendición!”. Porque cuando estabas destrozado, Él te ha puesto en un lugar exclusivo donde todos se asombran de Su obra.
Si tienes noticias negativas, si te sientes hecho pedazos, el Señor quiere arreglarte hoy. Quiere restaurar esas heridas y convertirte en una pieza exclusiva de gloria.
VI. Mirando al Sol: Venciendo los Miedos
Hay una historia real sobre Alejandro Magno. De joven, a su padre le trajeron un caballo negro gigante, indomable. Nadie podía domarlo, los tiraba, era peligroso. Alejandro, siendo joven, observó algo. Vio que el caballo, al intentar domarlo, miraba al suelo y se asustaba de su propia sombra. Empezaba a temblar y dar saltos por el miedo a su sombra. Alejandro le pidió permiso a su padre para intentarlo. Le susurró al oído al caballo, lo calmó, y lo más importante, le hizo mirar al sol. Cuando miraba al sol, las sombras quedaban atrás. Y así, Alejandro domó a ese caballo, Bucéfalo, con el que conquistó el mundo.
Quizás te encuentras como ese caballo. Con tus miedos, mirando al suelo, viendo tus heridas, las malas noticias de tu vida, sintiendo que no puedes avanzar. Tienes miedo de tu propio futuro, miedo de lo que pasará, miedo que te impide conquistar. Pero el Espíritu Santo quiere susurrarte hoy. Quiere que mires al Sol de Justicia, que es Cristo. Y cuando mires a Él, tus miedos, tus temores, las sombras del pasado, las sombras que te dicen que no puedes, que tienes heridas que te impiden avanzar, ¡quedarán atrás!
En el momento que tus heridas queden atrás, vas a avanzar en conquistas, en bendición, a lo grande, a la gloria de Dios. Los temores, las heridas, los problemas, quedarán atrás en el nombre de Jesús. Deja que el Espíritu Santo te hable, te acompañe, te indique el camino, que es Cristo.
VI. Saliendo de la Cueva: De Endeudados a Valientes
Finalmente, recordemos la historia de David cuando huía de Saúl y se escondió en la cueva de Adulam (1 Samuel 22). ¿Quiénes lo acompañaron allí? Gente endeudada, oprimida, amargada, destrozada, sin futuro ni vida. Quizás te encuentras en una “cueva” así: la cueva de los problemas, de la ansiedad, donde no ves la luz.
Esa cueva tenía peligros. Murciélagos que podían transmitir rabia, y el enemigo (a quien reprendemos) quiere transmitirte “rabia” contra Dios, la iglesia, tu condición, para que abandones y no avances. También había escorpiones, que inyectan veneno. El enemigo quiere inyectar veneno para que abandones, para que no creas en las promesas, para que sigas estancado.
Pero David instruyó a esos hombres en la cueva. Y ¿saben qué? Salieron de la cueva y se convirtieron en “los valientes de David”.
Querido hermano, querida hermana que me escuchas, ¡tú puedes ser un valiente de Dios! Cuando salgas, cuando te dejes tratar por el Rey. Serás un hombre o mujer de conquista y vencedor. No permitas que las heridas acaben contigo, que las situaciones arruinen tu futuro. Deja que se conviertan en cicatrices. Cicatrices que puedes ver, sí, pero que no te harán daño porque el Señor las ha curado. Él está aquí para curarte, para sanar esas heridas que te hacen sentir destrozado, sin poder avanzar, sin futuro por las malas noticias o el daño recibido.
Conclusión
El Rey te llama. No te quedes en la cueva, no te quedes en Lodebar, la tierra desierta sin fruto. Dios te llama para restaurar esas heridas que te impiden avanzar.
Recuerda, aunque te sientas como Mefiboset, lisiado. Satanás puede tocarnos por fuera, dejarnos “tocados” o destrozados, pero por dentro, ¡jamás puede hacer nada!. Mefiboset estaba lisiado por fuera, ¡pero por dentro era príncipe! Tenía sangre azul. ¡Y tú eres igual! ¡No has perdido tu identidad! Eres hijo de Dios. Y Dios te está llamando.
Si hoy, quizás no conoces a Dios, o te has apartado, y sientes este llamado, el Rey te llama a Su mesa. Te llama para ser restaurado. La solución a tus problemas está en Él. Simplemente di: “Yo quiero que Dios me restaure”.
El Rey te llama. Déjate tratar por Él. Él es el restaurador.
Un abrazo y muchas bendiciones. Que Dios os bendiga mucho. ¡Cuidaos y recordad: El Rey te llama!.
© Jonathan Montoya Gabarres. Todos los derechos reservados.
Excelente tocó a mi vida. Gracias por compartir para edificación y restauración pastor bendiciones
Un abrazo, gracias por su comentario, estamos para servir, Dios me bendijo mucho en medio de la pandemia regalandome este mensaje