Un tesoro oculto | Predicas Cristianas
Lectura Bíblica: Mateo 13:44-46
INTRODUCCIÓN
¡Amada congregación! Hoy nos reunimos en este lugar sagrado, un espacio donde buscamos la presencia del Señor y la transformación de nuestros corazones.
Permíteme guiarte a un pasaje que, sin lugar a dudas, cambiará nuestra perspectiva sobre lo que es verdaderamente valioso en esta vida. Abramos nuestras Biblias en Mateo 13:44-46. En este fragmento, Jesús nos presenta dos poderosas parábolas que revelan la esencia del Reino de los Cielos.
Imaginen esto: un hombre encuentra un tesoro escondido en un campo, no un tesoro común, sino un regalo precioso que cambiará su vida para siempre. Y como si eso no fuera suficiente, también un comerciante, en su incansable búsqueda, encuentra una perla de gran precio, un hallazgo tan extraordinario que decide vender todo lo que tiene para poseerla. ¿Te das cuenta, querido amigo? ¡Esto es exactamente lo que Jesús está tratando de enseñarnos!
Aquí, el mensaje es clarísimo: el Reino de Dios es la realidad más valiosa en la vida del creyente. ¿Por qué? Porque en el Reino de Dios encontramos la salvación, la esperanza, el propósito y la verdadera vida. ¡Es el tesoro por el cual vale la pena dejarlo todo!
Hoy, el objetivo de esta prédica es crucial. Deseo que cada uno de ustedes no solo escuche estas palabras, sino que las internalice y reconozca el verdadero valor del Reino de Dios en sus propias vidas. Quiero que salgan de aquí con un fuego en sus corazones, listos para dejar atrás las distracciones y los apegos que les impiden seguir a Cristo con todo su ser.
Así que, queridos hermanos y hermanas, prepárense para un viaje revelador a través de la Palabra. ¡Vamos a descubrir juntos “UN TESORO ESCONDIDO Y SU VALOR”! ¡Amén!
I. EL TESORO ESCONDIDO (MATEO 13:44)
Ahora, vamos a sumergirnos en la primera parábola: “El Tesoro Escondido.” Abran sus corazones y mentes mientras exploramos el profundo significado de este tesoro que Jesús nos presenta en Mateo 13:44. Leamos juntos: “El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo; el cual, al encontrarlo, un hombre lo esconde de nuevo; y de gozo va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.”
Primero, consideremos qué representa este tesoro. A lo largo de las Escrituras, el “tesoro” simboliza cosas valiosas, cosas que son preciosas y de gran valor. ¿Pero qué es lo que realmente representa en esta parábola? ¡Es la salvación! El apóstol Pablo nos enseña en Efesios 2:8-9 que: “por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es un don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” ¡Ese es el tesoro! La salvación es un regalo inmerecido, algo que no podemos comprar ni ganar. Es el más grande privilegio de nuestra vida como creyentes.
Y no solo eso, sino que también este tesoro representa la vida en Cristo. Juan 10:10 nos dice que Jesús vino para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia. ¡Este es el tesoro escondido que encontramos! En Cristo, hay plenitud, propósito y amor incondicional. Cuando encontramos este tesoro, encontramos la verdadera razón de nuestra existencia.
Ahora, pasemos a la segunda parte: la búsqueda del tesoro. Imaginemos al hombre en la parábola. Él estaba trabajando en el campo, quizás cansado y exhausto, y ¡de repente! De repente, tropezó con algo inesperado. ¡Qué sorpresa! ¡Un tesoro escondido! Esto nos lleva a pensar en nuestra propia vida espiritual. ¿Cuántos de nosotros hemos tenido esa experiencia vibrante de descubrir la verdad del Evangelio? Ese momento en el que nuestra vida cambia para siempre porque nos dimos cuenta de que hay algo más, algo glorioso.
Luego, este hombre tiene la sabiduría de esconder de nuevo el tesoro. ¿Por qué lo hace? Porque sabe lo que tiene en sus manos. Aquí hay un gran principio: cuando encontramos la salvación, debemos valorar y proteger nuestra fe. No es algo que se deja a la vista; debe ser guardado con celo. ¡Es nuestra responsabilidad cuidar lo que hemos encontrado!
A veces, enfrentamos tentaciones, distracciones y presiones del mundo que quieren robar nuestra atención. Pero, como el hombre en la parábola, debemos estar dispuestos a esconder nuestro tesoro en los lugares seguros de nuestra vida, en nuestra oración, en la Palabra de Dios y en la comunidad cristiana.
Finalmente, llegamos a la decisión crucial: el gran precio. La Escritura dice que, después de encontrar el tesoro, el hombre vende todo lo que tiene. ¡Escucha esto! ¡Todo lo que tiene! Esto es un llamado a la acción que no podemos ignorar. La decisión de este hombre nos confronta: ¿Qué estamos dispuestos a dejar en nuestra vida para obtener el Reino de Dios?
Este acto de vender todo refleja la realidad de que “el Reino de Dios requiere sacrificio y prioridad”. Para seguir a Cristo, a veces tenemos que renunciar a relaciones, a sueños, a pasiones que nos distraen de lo que realmente importa. Lucas 14:33 nos advierte: “Así que, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo.”Pero les digo, hermanos, esa renuncia no es en vano. El sacrificio vale la pena. El tesoro que ganamos es incomparable.
Así que pregunto a cada uno de ustedes hoy: ¿qué hay en tu vida que necesitas dejar atrás para abrazar el tesoro escondido que es el Reino de Dios? La vida en Cristo nos ofrece un valor indescriptible, algo que no se puede medir con riquezas materiales. ¡El precio puede ser alto, pero el tesoro es aún más grandioso! Hagamos un compromiso hoy, que nuestras vidas sean un reflejo de esa búsqueda incansable del tesoro que jamás nos defraudará. ¡Amén!
II. LA PERLA DE GRAN PRECIO (MATEO 13:45-46)
Ahora, dirijamos nuestra atención a la maravillosa parábola de “La Perla de Gran Precio.” Vamos a leer las Escrituras en Mateo 13:45-46: “También el Reino de los Cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas; y hallando una perla de gran precio, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.”
Comencemos reflexionando sobre qué simboliza esta perla. La perla es una maravilla de la naturaleza. Forma parte del reino marino y es una joya que representa un valor sin igual. Su belleza es cautivadora; no solo es un adorno, sino una obra maestra creada por el tiempo y la perseverancia de una ostra. ¡Qué imagen tan poderosa de lo que es el Reino de Dios!
El Reino de Dios es magnífico y transforma nuestras vidas. Cuando encontramos el verdadero significado del Reino, nuestra existencia es renovada. La belleza del Reino no es superficial; es un tesoro que satisface el anhelo más profundo de nuestro ser. La palabra “perla” evoca la idea de lo sublime, lo puro y lo eterno. En Cristo, cada uno de nosotros puede descubrir ese valor que no se compara con nada en este mundo.
Y aquí está lo que muchos de nosotros olvidamos: una perla es el resultado de perseverancia y tiempo. La ostra, al recibir un grano de arena, no se desespera; al contrario, se empeña en convertirlo en una perla hermosa. Así es el Reino de Dios. Requiere esfuerzo y dedicación, pero la belleza que obtenemos a cambio es incomparable. Cuando perseveramos en nuestra fe, desarrollamos un carácter y una belleza espiritual que resplandecen.
Ahora, hablemos del comerciante que busca buenas perlas. Esta figura es clave en la parábola. Nos muestra a un buscador incansable, a alguien que entiende la importancia de lo que trae entre manos. Este comerciante representa a cada uno de nosotros que anhela encontrar algo valioso en la vida.
La búsqueda constante de este comerciante es un reflejo de nuestra propia búsqueda de la verdad. ¿Cuántos de nosotros estamos en busca de algo verdadero y significativo? En Jesús encontramos la belleza y la profundidad de la verdad. La vida puede presentarse como un vasto océano de opciones, y muchos intentan llenar ese vacío interno con riquezas temporales, relaciones superficiales o logros personales. Pero solo en Cristo podemos hallar la “perla” que realmente transforma.
Y al hallar esa perla de gran precio, el comerciante toma una decisión trascendental: vende todo lo que tiene. Les digo, ¡esa es una respuesta recta y valiente! Este comerciante no vacila. No está jugando con su futuro; él sabe que ha encontrado el mejor trato de su vida.
Aquí es donde nos llega la pregunta: ¿Estamos dispuestos a dejar todo lo que tenemos por el valor del Reino de Dios, por ese tesoro? En una sociedad que valora lo material, es simple perder de vista qué es lo verdaderamente valioso. El comerciante hizo una evaluación de su vida y decidió que la perla valía la pena.
Y aquí está nuestro llamado a la acción. Cada uno de nosotros necesitamos evaluar nuestras prioridades. ¿Qué realmente le estamos dando más valor a nuestras vidas? ¿Son nuestros bienes materiales, nuestras ambiciones profesionales, o quizás nuestras relaciones personales lo que dominan nuestro corazón? La pregunta es clara: ¿dónde está nuestra verdadera riqueza?
Hoy los invito a reflexionar. ¿Qué es eso que necesitan dejar atrás para seguir a Jesús sin reservas? Tal vez sea el miedo a lo desconocido, una relación tóxica, o ese apego a los bienes materiales que no dan satisfacción. Les aseguro que, aunque dejar atrás lo que parece valioso puede ser doloroso, lo que encontramos en Cristo es infinitamente mejor.
Hermanos, el Reino de Dios es un tesoro que vale más que cualquier cosa en este mundo. Es un llamado a renunciar, pero también a recibir. ¡Recibir la vida abundante, la paz que sobrepasa todo entendimiento y el amor eterno! ¿Estás dispuesto a buscar esa perla de gran precio y dejar todo lo que es menos valioso?
CONCLUSIÓN
Al cerrar esta reflexión, recordemos que tanto el tesoro escondido como la perla de gran precio nos muestran un mismo mensaje: el Reino de Dios es el más valioso de todos los hallazgos y merece nuestra total entrega.
Hoy, te invito a hacer una evaluación personal: ¿qué lugar ocupa Dios en tu vida? ¿Estás dispuesto a dejar atrás lo que te impide seguirlo de todo corazón?
Te desafío a que:
- Tomes un momento para reflexionar sobre lo que hay en tu vida que necesitas soltar.
- Recuerda, el Reino de Dios no solo se encuentra, se cultiva y se elige a diario.
- Decide hoy valorar lo eterno por encima de lo temporal. ¡Que la búsqueda de Su Reino sea tu prioridad! ¡Amén!
© Franklin Riera. Todos los derechos reservados.