Empieza a querer beber ríos de agua viva (Juan 7:38) de las Escrituras y desea conocer más y más a Jesucristo.
Es ahí que empieza una comunión y amor por el que le salvó para vida eterna (1 Juan 2:35). Asimismo, nace el temor de Jehová para no perder la relación con el Señor y a no entristecer el Espíritu Santo. Al anhelar cumplir la voluntad de Dios, tememos fracasar (Éxodo 20:20).
Nace un cambio de actitud hacia los hermanos (1 Juan 3:911, 3:14-19).
En ocasiones cuando nos le hablamos de Cristo a una persona inconversa, esa persona no tiene algo que el creyente tiene (la parte que es nacida de nuevo) y puede ser una persona dura o difícil, pero una vez que es salvo, llega a tener un amor muy grande hacia la persona que lo llevó a los pies de Cristo.
Por otra parte, nuestra actitud también cambia hacia las cosas del mundo al no entregarse más (1 Juan 2:1517) hacia el sistema presente de maldad y todo aquello que es contrario a Dios y a Su santidad.
Mantiene un gozo al saber que es hijo de Dios y la esperanza anhelando ver a Jesús y ser hecho como Él (1 Juan 3:12), lo cual produce el querer, así como el hacer hasta la venida de Cristo (Filipenses 2:13). Sobre todo, la principal señal de su salvación es que ama a Dios con todo su corazón (1 Corintios 16:22).
Conclusión
Antes de que una persona es salva, solamente tiene enemistad en su corazón hacia Dios. Aunque no son conscientes de esto, todo lo referente a Dios y para su pueblo el hombre inconverso lo odia. Antes teníamos temor por el juicio, ahora tenemos paz porque Juan 5:24 es una realidad.
Tiene el testimonio en sí mismo, porque ha creído en el Hijo de Dios (1 Juan 5:10) y comparte el testimonio de Jesús a las demás personas (Salmos 119:97, 140).
Cuando un creyente es nacido de nuevo, ama la Palabra de Dios. No puede separarse de Ella, la medita de día y de noche. Se alimenta de ella (Juan 6:35), porque es la Escritura inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16).
© José Hernández. Todos los derechos reservados.
