Todos aquellos que somos hechos hijos de Dios por medio de su palabra (Juan 1:12) reconocemos Su grandeza, la reverencia y el temor a Él, al Señor Jesús.
Dios, nunca, nunca, ha obligado y jamás lo hará para temer a su Santo nombre, a creer en su palabra, la cual es poderosa, es la viva voz de Dios, basta con leerla e inmediatamente su voz penetra lo más profundo de nuestro ser, de nuestra mente y de nuestro corazón.
Todo esto para lograr hacer de nosotros nuevas criaturas, esta reverencia a Dios surja efecto y nuestra vida espiritual, vida personal y familiar vaya como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. Proverbios 4:18.
Reverencia a Dios no se trata de tener miedo o terror a este Dios de amor, al contrario, se trata de depender totalmente de Él y esperar siempre en Él, y que nuestro vivir, nuestro caminar esté en las manos del Señor Jesús. Yo hago lo posible que Él hace lo imposible.
CONCLUSIÓN
En el verso 3 de Levítico, nos hace ver que entre Dios y las vanidades del mundo no hay ninguna comunión, que entre Dios y satanás no existe ninguna comunión, que entre Dios y mis pensamientos nos existe ninguna comunión.
Pero, también recalca el valor e importancia que tenemos para Dios, que no toma en cuenta nuestras faltas, no toma en cuenta nuestras fallas y/o desobediencias y en vez de dar la espalda a Dios, damos la espalda al pecado y a una vida sin Cristo.
Debemos comprender que, así como celebramos en este plano terrenal cualesquiera ocasiones que consideramos de importancia, también en el cielo hay fiesta, hay gozo cuando un pecador se arrepiente (Lucas 15:7) y esto para el Señor Jesús es de mucho valor, dado que le costó la vida y aceptó el dolor y oprobio hasta llegar a la cruz del calvario.
Enfatiza lo siguiente “en estos me santificaré…” pero primero debemos acercarnos a Él, echar sobre Él nuestras cargas que solo y únicamente Él nos hará descansar.
Vivamos para Cristo, en Él, por Él y para Él, para que Su presencia more en cada uno de nosotros y podamos decir confiadamente: YA NO VIVO YO, AHORA VIVE CRISTO EN MÍ. (Gálatas 2:20).
En estos me santificaré; en aquellos íntegros de corazón, en aquellos que hacen mi voluntad, aquellos que aceptan mi palabra, en aquellos que viven mi palabra, en aquellos que son luz en medio de la oscuridad, en aquellos que son la sal de este mundo, en aquellos que sencillamente me aman. En estos me santificaré. Busquemos siempre la santidad en nuestras vidas.
© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.
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