Predicaciones Cristianas
Predicaciones Cristianas Prédica de Hoy: El aborto – Un Grito de Auxilio
Tema: El Aborto y el Valor y la Santidad de la Vida Según la Palabra de Dios
Introducción
Vivimos en un tiempo donde el valor de la vida humana está siendo discutido, cuestionado y atacado. Países como Argentina y México han presenciado manifestaciones masivas a favor de la legalización del aborto, y en los Estados Unidos, la controversia alrededor de Roe v. Wade ha vuelto a encender debates intensos sobre el derecho de la mujer frente a la vida de un inocente.
Hoy más que nunca, la discusión sobre el aborto ha ocupado los titulares y ha llegado al corazón de debates políticos, sociales y espirituales. Aquí en los Estados Unidos, algunos líderes políticos han hecho del aborto un tema principal de sus campañas, lo que ha polarizado opiniones y generado intensas confrontaciones.
El tema no es solo una cuestión de derechos, sino de moralidad, valores y el reconocimiento de la santidad de la vida desde la concepción. Esta conversación no solo involucra decisiones políticas, sino que apela al corazón del mensaje cristiano: ¿Qué valor le damos a la vida humana creada por Dios?
La Biblia nos enseña una verdad inmutable sobre la vida y su valor eterno. En Salmo 139:13-16 (RVR1960) leemos:
“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre… Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.”
Esta revelación muestra que cada vida, desde el instante de su concepción, es un milagro divino, una obra maestra del Creador. No estamos hablando de un “feto” o una “célula,” sino de una persona con identidad, propósito y valor eterno a los ojos de Dios.
Como afirma Samuel Escobar, teólogo y misionero latinoamericano: “La dignidad de la vida humana está intrínsecamente ligada al hecho de que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios; por lo tanto, cualquier atentado contra la vida es un atentado contra Dios mismo.” (Escobar, El Desafío de la Evangelización, 2002).
La Voz Silenciada del Inocente
¿Quién Habla por Ellos?
En medio de debates sobre derechos y políticas, es fácil olvidar lo más importante: la voz de los no nacidos. Cada bebé en el vientre es un ser humano único con un latido, una identidad y un propósito eterno, aunque no pueda clamar por sí mismo. Esa pequeña vida tiene un destino que Dios ya ha escrito y un propósito que solo Él conoce.
La importancia de esta verdad es resaltada por el teólogo Dietrich Bonhoeffer, quien resistió la tiranía y defendió la vida durante la Segunda Guerra Mundial. Él dijo: “El aborto es, para mí, el asesinato de una vida humana.” (Ethics, 1949). Bonhoeffer entendía que desde el mismo momento de la concepción, hay una vida que tiene derecho a ser protegida y defendida. ¿Cómo podemos ser indiferentes a este grito de auxilio?
Para nosotros como creyentes, este no es solo un problema político; es una cuestión moral y espiritual. La Biblia lo dice claramente: Isaías 49:1 (RVR1960) afirma, “Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria.” Esta misma idea se encuentra en todo el Antiguo Testamento, donde Dios reafirma el valor de cada vida humana. La vida no es un accidente ni una casualidad, sino un don sagrado que requiere nuestra defensa activa.
El pastor y escritor Luis Palau recalca esta perspectiva diciendo: “Si no somos nosotros los que levantamos la voz por los que no pueden hablar, ¿quién lo hará? Dios nos llama a ser una luz en medio de un mundo que necesita desesperadamente esperanza y verdad.” (Palau, La Fe en el Siglo XXI, 2005).
Es fácil caer en la trampa de los argumentos del mundo, que intentan deshumanizar al niño en el vientre para justificar su destrucción. Sin embargo, la realidad es ineludible: cada vida concebida es un reflejo de la imagen de Dios y lleva la huella de su Creador. Cada latido del corazón de un niño no nacido es una sinfonía de esperanza, un grito silencioso que clama por justicia y amor.
El Valor de la Vida y la Responsabilidad del Creyente
En un contexto donde la vida se ha convertido en un tema de debate político, debemos volver al diseño original de Dios. Él es el autor y dador de la vida. La Biblia es enfática en esto. El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, dice en Romanos 8:28 (RVR1960): “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.”
Cada bebé que ha sido concebido tiene un propósito, un llamado y un destino que solo Dios puede definir. Como creyentes, somos responsables de defender y proteger esa vida, actuando como manos y pies de Cristo en un mundo que necesita esperanza y verdad.
Quisiera compartirles una historia real que ilustra el valor de cada vida. Gianna Jessen es una sobreviviente de un intento de aborto que ha dedicado su vida a defender a los no nacidos y compartir el evangelio. Cuando su madre enfrentaba complicaciones médicas, fue aconsejada para abortar a Gianna mediante un procedimiento de solución salina.
Sin embargo, Gianna sobrevivió, y años después, se convirtió en una defensora poderosa de la vida y en una voz de esperanza para muchas mujeres. Como se cuenta en el libro Gianna: Aborted… and Lived to Tell about It de Jessica Shaver Renshaw (1995), si su madre hubiera cedido a la presión de abortar, ¡cuántas vidas no habrían sido transformadas por el testimonio y valentía de Gianna! Ella demuestra que cada vida tiene un propósito y que Dios puede convertir cualquier circunstancia en una historia de salvación y amor.
Los debates sobre el aborto se centran muchas veces en los “derechos de la mujer,” pero olvidan el derecho fundamental a la vida del no nacido. En la Ley de Dios, la vida humana no es negociable; es sagrada y debe ser protegida.
El autor y pastor John Piper dijo una vez: “La razón por la que estamos tan seguros de que cada vida debe ser defendida es porque cada ser humano es portador de la imagen de Dios, y esa imagen es preciosa y valiosa más allá de toda medida.” (Piper, Desiring God, 1986).
El llamado a proteger la vida no es una cuestión secundaria o meramente política; es un mandato espiritual y un acto de amor hacia Dios y Su creación. Tal como dice el teólogo René Padilla, uno de los líderes del movimiento de la misión integral: “La defensa de la vida es un acto de obediencia a Dios y de servicio al prójimo. No podemos hablar de amor si no estamos dispuestos a defender al más vulnerable.” (Padilla, Misión Integral, 1985).
Consecuencias del Aborto
Físicas, Emocionales y Espirituales del Aborto
El aborto no solo acaba con una vida; deja profundas secuelas en quienes lo cometen. Médicamente, puede resultar en complicaciones como hemorragias, infecciones, e incluso la muerte de la mujer. Pero las heridas más profundas suelen ser emocionales y espirituales. La culpa, el arrepentimiento y la tristeza pueden atormentar el corazón de una madre que toma la decisión de abortar.
En un estudio realizado con mujeres que han pasado por un aborto, se encontró que muchas sufren trastornos nerviosos, depresión, ansiedad y un sentido de pérdida tan grande que las deja espiritualmente quebrantadas [1]. Esto nos lleva a una advertencia bíblica sobre el costo del pecado y la rebelión.
En Santiago 4:17 (RVR1960) leemos: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” Aquellos que conocen la verdad de Dios y deciden actuar en contra de ella, enfrentan consecuencias que van más allá de lo físico; afectan la relación espiritual con Dios.
Defendiendo el Don de la Vida
Un Mandato Divino
En medio de estos tiempos difíciles y debates morales, Dios está levantando a Su pueblo para ser defensores de la vida. No solo estamos llamados a proteger al niño en el vientre, sino a reflejar la verdad del amor de Dios. En Proverbios 31:8 (RVR1960) se nos exhorta: “Abre tu boca por el mudo, en el juicio de todos los desvalidos.” Este mandato es claro: debemos ser la voz de los que no pueden hablar, ser defensores de aquellos que son indefensos y vulnerables.
El pastor y autor Salvador Dellutri lo expresa de esta manera: “La defensa de la vida es más que un acto de justicia; es un reflejo del carácter de Dios. Cada vez que alzamos la voz por los que no pueden defenderse, estamos reflejando el corazón de Cristo.” (Dellutri, El Valor de la Vida, 2010). Nuestro compromiso no se basa solo en una postura ideológica, sino en un deseo profundo de honrar y obedecer a Dios.
Dios está llamando a cada creyente a levantar la voz y actuar con valentía y compasión. No se trata solo de tener una postura pro-vida; se trata de ser pro-verdad y pro-amor. Proteger la vida es un acto de obediencia a Dios y un reflejo de Su corazón por la humanidad.
Conclusión
La vida es el don más precioso que Dios nos ha dado. Cada bebé que es concebido es una muestra tangible del amor creativo de Dios, y cada latido del corazón de un niño no nacido es un testimonio del valor y la esperanza que esa vida encierra. Como cristianos, estamos llamados a responder a ese grito de auxilio con valentía, amor y verdad.
Recordemos que no se trata de política, sino de obedecer a Dios y defender aquello que es sagrado a Sus ojos. No debemos callar, sino abrir nuestras bocas para ser la voz de los que no pueden hablar. Que cada uno de nosotros tome el compromiso de ser defensores de la vida, sabiendo que estamos respondiendo al llamado divino de proteger, amar y honrar la vida que Dios ha creado.
Que el Señor nos bendiga y nos dé la valentía para ser Su voz y Sus manos, protegiendo la vida con amor y convicción. La vida es un tesoro que vale la pena defender. ¡Actuemos con valentía y fe!
Oración de Clausura
Querido Padre Celestial, gracias por el don maravilloso de la vida. Te pedimos que nos llenes de sabiduría, compasión y valor para ser defensores de la vida y la verdad. Ayúdanos a ser tus manos y tu voz en un mundo que necesita escuchar de Tu amor. Te pedimos que protejas a cada madre, padre y niño, y que Tu verdad resplandezca en cada corazón. En el nombre de Jesús, Amén.
[1] Coleman, P. K. (2011). “Abortion and mental health: Quantitative synthesis and analysis of research published 1995-2009.” The British Journal of Psychiatry, 199(3), 180-186.
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