5 Actitudes frente a la Palabra | Mensajes Cristianos
Mensajes Cristianos Texto Base: “Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová, y para cumplirla, y para enseñarla en Israel sus estatutos y decretos.” Esdras 7:10
Tema: La Palabra de Dios transforma al que se rinde ante ella
Introducción
La Biblia no es un libro cualquiera. No fue escrita para adornar mesas ni para ser leída solo en funerales o en ocasiones especiales. Es el discurso escrito de Dios. Es Su Palabra revelada, viva, inerrante, infalible y eterna.
Dios habló en muchas ocasiones… pero su revelación final vino en Cristo. Y quedó plasmada en las Escrituras. Cuando abrimos la Biblia, no leemos palabras humanas, estamos oyendo al Dios del cielo.
Piénsalo bien: somos el pueblo del Libro. Eso nos distingue. Nos forma. Nos define. He visto campesinos caminar con su Biblia bajo el brazo como si llevaran un tesoro. Y lo es. Porque allí está nuestra identidad, nuestra historia… y nuestro destino.
Pero hoy quiero que nos preguntemos con sinceridad:
- ¿Cuáles son nuestras actitudes frente a la Palabra?
¿La celebramos con gozo? - ¿La estudiamos con hambre?
- ¿La vivimos con integridad?
I. Prepara tu corazón para recibirla
(Esdras 7:10 / Proverbios 3:1–2)
Esdras no abrió la Palabra sin más. Primero preparó su corazón. Porque uno no puede recibir lo eterno con el alma distraída.
“Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos…” (Proverbios 3:1)
Cuando vamos a la Palabra, no es como abrir cualquier libro. Hay que entrar con reverencia, con expectativa. Como quien va a recibir una carta del cielo.
He visto multitudes reunidas en cruzadas, clamando por un milagro. Pero más grande aún es el milagro de un corazón dispuesto a obedecer lo que Dios ya dijo.
II. Inquiere con pasión, no con ligereza
Esdras no solo la leyó… la inquirió. Preguntó, investigó, meditó.
Y eso nos falta a muchos. Porque nos hemos vuelto superficiales. Rápidos para opinar… lentos para escudriñar. Hay quienes predican sin prepararse, enseñan sin estudiar, y hasta corrigen sin entender.
Si decimos ser el pueblo del Libro, debemos arrepentirnos de nuestra pereza bíblica.
No se trata de memorizar versículos por rutina. Se trata de dejar que la Palabra rompa, redarguya y renueve desde adentro.
III. Vívela con integridad
Santiago lo dijo claro:
“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores…” (Santiago 1:22)
La Palabra no fue dada para que la admiremos, sino para que la cumplamos. Para que moldee nuestras decisiones, transforme nuestras conversaciones, y nos lleve a vivir en santidad.
Y si lo hacemos, ocurrirá una metamorfosis espiritual:
- Cambiará nuestra forma de pensar
- Cambiará lo que sentimos
- Cambiará lo que hablamos
- Y cambiará cómo vivimos
Los cultos deberían encenderse de gozo solo al leer la Escritura. Pero nos hemos acostumbrado tanto… que ya no nos emociona. Tenemos que volver a sentir pasión por la Palabra.
IV. Recibe el reproche… pero no dejes de avanzar
Dios todavía habla. A veces con ternura. Otras con firmeza. Pero siempre con amor.
Y si somos honestos… hay reproches que nos duelen:
“Dices que quieres hacer mi voluntad, pero haces lo que te parece mejor…”
“Predicas que soy amor, pero con tu actitud me niegas…”
“Quieres parecer espiritual, pero no vives lo que predicas…”
Pero también nos dice:
“Te amo. Y confío en que no me defraudarás…”
La Palabra no solo nos consuela. También nos corrige. Y necesitamos ambas cosas.
V. Enséñala con fidelidad
Esdras no se detuvo en vivirla. También la enseñó.
“Y el mismo constituyó a unos… pastores y maestros…” (Efesios 4:11)
Si tienes un llamado, enséñala con verdad. No para entretener, ni manipular. Enseña con temor, con lágrimas, con verdad. El pueblo necesita alimento sólido.
Y si no predicas desde un púlpito, enseña con tu ejemplo. En tu casa. En el trabajo. En tu comunidad. Porque la Biblia no se limita al templo. Se vive en cada rincón.
Conclusión
La actitud que tomes frente a la Palabra determinará tu crecimiento espiritual.
No basta con leerla. Hay que prepararse, buscarla con pasión, vivirla con integridad, recibir sus correcciones… y enseñarla con responsabilidad.
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.” (Salmos 119:105)
Hermano, hermana… que tu actitud no sea de indiferencia, sino de reverencia.
Y que nunca pierdas el asombro de saber que el Dios del cielo… aún nos habla.