La oración del publicano

Lamentablemente esta manera de sentir o pensar es algo que tiene a muchos convencidos,  y esto detiene que reciban convicción.  Es por eso que en la Palabra encontramos una gran advertencia de todo esto según leemos en Proverbios 30:12 “…Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia…

El problema que existe es que cuando nos dejamos guiar por nuestra propia opinión, entonces la presencia de Dios no podrá ser encontrada en nuestra vida.  Digo esto porque basar nuestra vida sobre nuestra propia opinión nos conducirá a vivir una vida de religión.

En otras palabras, llegaremos al templo y cantaremos alabanzas y adoración, levantaremos la manos, quizás digamos un ocasional amen o aleluya, pero todo esto lo haremos porque son los pasos a seguir, y porque es lo que se espera de nosotros, y no porque sentimos una necesidad real de hacerlo.

Pero si al examinar tú vida encuentras que este es tu caso, entonces escucha bien el mensaje de hoy, porque con venir a la iglesia y cantar, con venir a la iglesia y decir amen o aleluya, no estas glorificando a Dios.  Lo único que estas haciendo es satisfacer tu conciencia.  Esto es exactamente lo que el fariseo hizo aquí, él no estaba alabando a Dios, él solamente estaba justificando en su mente las razones por la cual Dios tenía que aceptarle.

La oración del publicano

Todos nosotros debemos tener mucho cuidado de no caer en la misma actitud que encontramos en este hombre. Tengamos mucho cuidado porque es bien fácil ser como el fariseo. Digo esto porque es fácil querer obtener reconocimiento, es fácil querer obtener el prestigio, pero también les digo que es bien fácil no ir al cielo.

Esto es algo que queda muy bien declarado en las palabras de nuestro Señor como encontramos en Mateo 7:14 cuando leemos: “…porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan...”  Dile a la persona que tienes a tu lado, la puerta es estrecha.

Hermanos, cuando empezamos a actuar y a sentirnos igual a este hombre, entonces se nos hace fácil concentrar nuestra mirada y atención en todo eso que no es importante; se nos hace fácil concentrar nuestra atención en lo externo. Esto es algo que todo ministro, todo diácono y toda persona Cristiana debe tener siempre en mente.

Les digo esto porque si actuamos igual que el primer hombre en esta parábola, entonces se nos hace muy fácil sentirnos superiores espiritualmente; se nos hace muy fácil menospreciar a las personas. Demás está decir que esta actitud no nos acerca a Dios.  Esta actitud nos conduce directamente al infierno. Pero no quiero concentrarme solamente en el primer hombre, en el hombre bueno de esta historia, miremos ahora al pecador. Miremos ahora al publicano; al malo de esta historia.

Confesión en la oración del publicano

Les digo que el publicano era el malo, porque estoy seguro que nadie había hecho más mal a las personas que este hombre aquí. Cuando les digo que este era el malo, no les estoy diciendo nada que él mismo no haya dicho. Miremos bien de cerca estos versículos; el publicano confesó de inmediato sin titubear, él dijo: “…Dios, sé propicio a mí, pecador…”  En esta pequeña confesión podemos ver un gran contraste entre estos dos hombres.

La Palabra de Dios nos dice que “…estando lejos…,” en otras palabras, el publicano estaba avergonzado y apenado por sus pecados, él se sentía sucio. El publicano sentía que no era digno de pararse ante Dios, él ni siquiera levanto la vista al cielo. Pero si levanto algo mucho mejor que la vista, el publicano levanto su corazón. Él era un pecador terrible y lo sabía. Él sabía que no era digno del perdón de Dios.

¿Qué tan malo era este hombre? Él se consideraba cómo el peor pecador. Digo esto porque cuando este hombre se refiere a él diciendo “…a mí, pecador…,” estas palabras vienen de la palabra Griega “hamartolos” que significan “dedicado a pecar. [2]”

En otras palabras vemos que él no se sentía como un simple pecador, sino que se veía como la persona que más había insultado y avergonzado a Dios.

El publicano se veía como el menos merecedor de todos los hombres.

Con esta declaración el publicano estaba reconociendo que no existía nada bueno en él, nada que lo encomendaría a Dios, nada que lo haría ser aceptado por Dios. Es por eso que vemos que el pidió misericordia.

El publicano merecía la ira y juicio de Dios, pero él le pidió misericordia. Él sabía que de la única manera que él podría ser aceptado por Dios era que Dios tuviera misericordia de él, de que Dios le perdonara sus pecados, y misericordia fue lo que él pidió. ¿Cuál fue el resultado?

El publicano obtuvo la salvación por la oración que él hizo. Él oro diciendo: “…Dios, sé propicio a mí, pecador…”  Este hombre que le había hecho la vida imposible a otros, este ladrón, este tramposo; este hombre verdaderamente malo vino a Dios, y le pidió misericordia.

El hombre malo, el pecador cobrador de impuestos se fue a su casa justificado. Pero, ¿qué paso con el otro? Ese otro se fue a su casa todavía un pecador. El malo se fue a su casa justificado. El malo se fue a su casa completamente perdonado. Pero el fariseo se fue a su casa todavía perdido en sus pecados.

El fariseo estaba completamente convencido de que él era merecedor de la misericordia de Dios, y por eso mismo no la recibió.   No la recibió porque él estaba convencido, pero nunca había recibido convicción.

Sin embargo, el cobrador de impuestos reconoció que él no era merecedor; el publicano sabía que era un pecador, él estaba convencido de todo esto, y la convicción fue lo que le condujo a recibir el perdón de Dios. Hermanos la misericordia de Dios llega a las personas que menos se la merecen, pero no llega a aquellos que se piensan merecedores.

Para concluir.

Esta parábola es para revelarnos que Dios ve con qué disposición e intención nosotros llegamos a Él en oración. Lo que dijo el fariseo nos demuestras que él estaba convencido que él era justo. Debido a su posición social podemos asumir que él no cometía pecados grandes y escandalosos. Todo esto esta muy bien y digno de admirar, la oración del fariseo no fue aceptada por Dios. ¿Por qué no? Porque él subió al templo a orar, pero estaba lleno de si mismo y no de Dios.

Tengamos mucho cuidado de no presentar nuestras oraciones vanagloriosas al Señor, y que despreciemos a otros. La oración de este hombre pecador fue corta, pero directa y al punto.

La oración del publicano estaba completamente llena de humildad, de arrepentimiento por sus pecados, y de un deseo genuino de alcanzar a Dios.

Él reconoció que era un pecador por su naturaleza y sus prácticas; él reconoció que era culpable en todo sentido delante de Dios. Él no dependía de nada más que de la misericordia de Dios.

Hermanos, todos tenemos mucho que aprender de esta parábola aquí. Tenemos que aprender que la gloria de Dios resiste al orgulloso, pero derrama misericordia sobre el humilde. La justificación es de Dios a través de Cristo, así que los que reconocen sus pecados y no los que se justifican a si mismo serán justificados y perdonados ante Dios.

[1] Encyclopedia Britannica
[2] Blue Letter Bible Lexicon

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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