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El fruto con sabor a mí

Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Predica de Hoy: El fruto con sabor a mí

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Gálatas 5:22-26

INTRODUCCIÓN:

Llegamos al final de la serie de “los nueve sabores de un mismo fruto”. Todo este estudio lo hemos enfocado en la manifestación del Espíritu en la vida del creyente, que no es otra cosa sino el caminar en el Espíritu.

En nuestro repaso de lo dicho hasta ahora los tres primeros “sabores del mismo fruto” (amor, gozo, paz) han tenido que ver con Dios. Es la parte que él como nuestro Dios eterno y soberano ha puesto en nuestras vidas para salvarnos.

Los otros “sabores” del Espíritu (paciencia, benignidad, bondad) se relacionaron con nuestro prójimo. Sobre este particular comentamos que esta es la cara que presentamos ante aquellos que observan nuestras acciones y están siempre calificando nuestro proceder, más allá de la iglesia. Y ahora nos toca hablar del   último mensaje que concierne a nosotros mismos.

Las tres próximas virtudes que estudiaremos (fe, mansedumbre y templanza) serán el reto mayor que enfrentamos cuando hablamos del fruto del Espíritu Santo. Se trata de nosotros mismos, de nuestro carácter, de nuestro comportamiento y de nuestra conducta que es vista delante de Dios y del prójimo.

Pablo nos ha presentado este tema contrastando las obras de la carne y los terribles efectos que producen en el corazón del creyente si somos controlados por ella. Sin embargo, si la vida cristiana es guiada por el Espíritu con estas nueve virtudes, el resultado será una vida radiante, poderosa y llena de frutos que honrarán siempre al Señor.

El fruto del Espíritu es la manera más contundente de saber que en mi mora su presencia. Es la demostración más completa del carácter de un verdadero cristiano. Veamos, pues, a qué sabe este fruto con el sabor a nosotros mismos.

I. LA FIDELIDAD ES LA VIRTUD QUE PRUEBA MI CARÁCTER

a. Soy llamado a ser fiel a mi Dios (Apocalipsis 2:10).

La fe como virtud del Espíritu no es aquella que tiene que ver con lo que creo, lo que establece la doctrina o de donde parte mi teología y mi esperanza. El sentido de esta fe es la de ser fiel a eso mismo que ya tengo, lo que he creído. Pero mi fidelidad primeramente es hacia Dios. Lo que sabemos del carácter de Dios y sus atributos es que él es el fiel.

De Dios dice la Biblia que aún si fuéremos infieles él permanece fiel. De esta manera, esta virtud como parte del fruto del Espíritu, me confronta acerca de la fidelidad que le debo a Dios, de quien tengo la vida física, la espiritual y el sustento diario.

La fidelidad fue el asunto que desde el principio Dios demandó de sus criaturas. No tenemos algún registro en la Biblia acerca de las demandas de la fidelidad de los ángeles, pero en virtud de que no se revelaron, ellos son absolutamente fieles a Dios.

Cuando creó a Adán, Dios esperó su absoluta fidelidad, traducida en la importancia de la obediencia. A su pueblo Israel una y otra vez le demandó fidelidad. Y esto es lo que espera de nosotros. No importa a quien le seamos fieles, sino lo somos para con Dios de nada sirve.

b. Soy llamado a ser fiel a la obra del Señor (Mateo 25:21).

Mi fidelidad a Dios se pone a prueba en la fidelidad a la obra. Un concepto moderno dice: “Cristo sí, iglesia no”. Pero lo que a muchos se les olvida es que la iglesia es el cuerpo de Cristo. Cualquier menosprecio o indiferencia hacia la iglesia lo es para su Señor quien dio su vida por ella.

El contexto donde Jesús habló de los presentes galardonados lo hizo en referencia al trabajo que hicimos con nuestros talentos y las inversiones. Una interpretación de esta parábola nos acerca al hecho que Dios reparte sus gracias para que las usemos en el negocio de su reino que no es otro que su misma iglesia.

Es cierto que él da de una manera deliberada y no siempre proporcional, porque al final lo que él está buscando es que seamos fieles con lo poco o lo mucho que nos ha dado. De allí, pues, que los galardones que él al final dará todos tendrán que ver con mi fidelidad que tuve para con su obra.

Mis amados, no es poca cosa servir al Señor. Así sea el talento más pequeño lo que cuenta es cuán fiel fui en dedicarlo para la obra del Señor. Mi carácter cristiano se prueba en la importancia que le doy a la obra del Señor.

c. Soy llamado a ser fiel a mi mismo (1 Samuel 3:19).

Este es el reto mayor de la fidelidad. Si soy fiel a mi mismo lo seré para Dios y para mi iglesia. Esta es la prueba mayor de mi carácter. Este el asunto que más nos toca. No se trata solamente de fallarle a Dios o a mi prójimo, sino fallarme a mi mismo.

Hablamos de la traición a mis principios, valores y dignidad. Fallar en mi propia fidelidad es no amarme a mi mismo que es parte del gran mandamiento. En la historia bíblica tenemos a Samuel como uno de los grandes hombres de Dios que tuvo como marca distintiva el hecho que fue fiel a Dios en todo, tanto así que se nos dice que “no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras”.

De Samuel se dice que su madre tomó la decisión antes de su concepción de dedicárselo al Señor. Y él, desde su propia niñez, fue fiel a la casa de Dios y al siervo de Dios.

Su fidelidad lo llevó a ser gobernador, sacerdote, juez y profeta de Dios. La fidelidad con nosotros mismos es el reto para todo hombre creyente. La Biblia hace una pregunta que debe ser objeto de reflexión: “Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Proverbios 20:6).

II. LA MANSEDUMBRE ES LA VIRTUD QUE MOLDEA MI CARÁCTER

a. Para que seamos personas encantadoras (1 Pedro 3:4).

El estudio de esta palabra en el griego clásico es extremadamente hermoso. Se usaba para aplicarse algo “suave”. Uno de sus usos más notorios era sobre la brisa suave o la voz suave.

Un ejemplo que nos recuerda esto sería cuando Elías, después de caminar cuarenta días y cuarenta noches, se refugió en una cueva y allí comenzó a presenciar fenómenos naturales que iban acorde con su propio carácter y temperamento.

Se nos dice que primero vino un huracán tan fuerte que hendía los cedros, pero Dios no estaba allí; después vino un terremoto, y tampoco Dios estaba allí; después vino un fuego y tampoco Dios estaba allí. Pero después de todos estos fenómenos vino un “silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:9-18).

En eso consiste la humildad como fruto del Espíritu. Es, en efecto, que nuestro carácter muestre un rostro afable, apacible, delicado… ¡no es eso bonito! Se nos dice que este vocablo revela la idea de algo que en su trato es tierno y lleno de gracia. Bernabé era un hombre en quien vivía esta gracia del Espíritu. Aristóteles decía que esta virtud era el secreto entre la ecuanimidad y la compostura.

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