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La santidad conviene a tu cuerpo

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: La santidad conviene a tu cuerpo

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: 2 Timoteo 2:19-21

INTRODUCCIÓN:

Los griegos desarrollaron una filosofía gnóstica donde aseguraban “que la materia es inherentemente mala y el espíritu es bueno”. Esto dio origen a la creencia que cualquier cosa que hagamos con el cuerpo, incluyendo los más insultantes pecados, son permitidos porque la vida auténtica sólo existe en el reino de los espíritus.

Sin embargo, y frente a esta filosofía permisiva, la Biblia anticipadamente nos reveló la forma como Dios hizo nuestro cuerpo (Salmo 139:15-16).

Mientras los gnósticos creían que el cuerpo era malo para ser habitado por sus dioses, la Biblia nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20).

Mientras que otros hablan de que podemos hacer con nuestro cuerpo lo que nos parezca, Pablo nos hablará en el pasaje de hoy que nuestros cuerpos son “vasos de honra”. Por tal razón, Pablo desea contrastar los utensilios que sirven para traer honra con los que son para usos deshonrosos.

En una “casa grande”, que es una referencia a la iglesia del Señor, existen muchos utensilios. Los utensilios de oro y plata son una magnífica referencia para referirse a la calidad de servicio que prestamos a Dios.

Nuestro cuerpo es el instrumento que Dios quiere usar, pero debe ser santo y limpio. Las categorías de oro, plata, madera y barro son utensilios que representan a personas que profesan ser cristianas y que deberían ser instrumentos en las manos de Dios.

El llamado de este texto es para que seamos vasos limpios para una mayor honra a nuestro amado Dios. Veamos por qué es necesaria la santidad del cuerpo según la visión de este texto.

I. POR CAUSA DE QUIEN NOS CONOCE

1. El fundamento del Señor es firme (vers. 19ª)

Muchos fundamentos en la tierra a la hora de un terremoto se derrumban. Nada es estable en este mundo. Que bueno es contar con la fundación de Dios para nuestra fe y práctica. El contexto del pasaje habla de un tal Himeneo y Fileto que estaban trayendo confusión a la iglesia, diciendo que la resurrección ya se había efectuado.

Al ser señalados como autores del error por la iglesia, el Señor sabía que los tales no constituían ningún ejemplo para seguir en materia de la fe y de la doctrina. Los que actúan de la manera como lo hicieron aquellos falsos maestros tienen solo interés en ellos mismos.

Cuando Pablo le dice en este mismo texto a Timoteo que huya de las pasiones juveniles (vers. 22), de alguna manera u otra estaba describiendo a estos hombres que no solo se habían extraviado de la verdad, sino que estaban propagando alguna forma de pensar como los griegos que sus cuerpos podían ser usados para la fornicación o cualquier otro tipo de pecados del cuerpo.

Cuando se señala que hay un fundamento firma, de donde parte nuestra fe, confirmamos la importancia que todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo debiera ser guardado irreprensible para la venida de Cristo (1 Tesalonicenses 5:24).

2. “Conoce el Señor a los que son suyos…” (vers. 19b)

No importa si el presidente de la república no te conozca. No importa si los artistas de Hollywood no te conozcan. No importa aún si eres un desconocido para tus amigos y familiares. Pero si Dios te conoce, no importa quién no te conozca.

El fundamento firme del que Pablo nos habla en este pasaje tiene este primer sello. Es un sello de propiedad, de legitimidad, de reconocimiento (“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco…”).

Cuando Pablo habló que nuestro cuerpo es templo del Espíritu afirmó esta verdad: “… glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20). Tanto nuestro espíritu como nuestro cuerpo son de Dios, por lo tanto él nos conoce que somos suyos.

Frente a esta solemne declaración qué alivio y confianza produce el saber que Dios nos conozca. Y ¿de qué manera el saber que Dios me conoce produce este descanso?

Bueno, que él conoce mis temores, mis sentimientos, mis preocupaciones, mis soledades, mis anhelos, mis deseos legítimos; que él conoce aún mis fracasos, de los cuales me levanta y luego me sostiene.

Y si alguien supo descansar en la promesa de ser conocido por Dios fue Pablo. Cuando tuvo que enfrentar a los que cuestionaban su apostolado les dejó un informe completo de cómo era su vida, y aunque podría ser desconocido para muchos, sabía que era bien conocido por Dios (2 Corintios 6:3-10).

II. POR CAUSA DEL PECADO QUE ASECHA 

1. La realidad de la iniquidad (vers. 19c)

La iniquidad es la palabra que mejor describe al pecado. De hecho, se dice que es tan grave que está por encima del pecado mismo. Esto fue lo que apareció por primera vez en el ángel caído que lo convirtió después en Satanás. El pecado de la iniquidad está por doquier. La suciedad que trae al corazón está siempre cerca y al asecho.

El sucio es lo que más abunda. No hay un día que no tengamos que enfrentarnos con esto. ¿Por qué razón? Porque el sucio tiene la propiedad de pegarse a todo lo limpio. ¡Cuánto afea una mancha a un vestido! ¿Por qué lavamos el cuerpo todos los días? Porque el mismo cuerpo siente las impurezas a través de los olores que deja el sucio.

Cuando el apóstol habló del conocimiento que Dios tiene de los suyos, introdujo el otro sello que está pegado al “fundamento de Dios”; eso es, el deber que nos asiste: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor”.

La “iniquidad” es el sucio que se ha pegado al vaso de la vida. Su persistencia es tal que está presente y de ella debemos cuidarnos siempre. Etimológicamente la iniquidad se define como algo que está torcido. La iniquidad es lo que ha torcido el camino recto Dios. La orden es de apartarse de ella.

2. “Todo aquel que invoca el nombre del Señor” (vers. 19c)

“Apartarse” es el más grande y perentorio llamado que nos hace el Señor respecto al tema de la “limpieza del cuerpo”. ¿Quiénes son los que deben apartarse de la iniquidad?

No es por cierto el inconverso, pues él vive totalmente en ella. Entonces el que debe apartarse de iniquidad es todo aquel que “invoca el nombre del Señor”.

Cuando David cometió los dos pecados para los que no había sacrificios prescritos por la ley, y luego de ser perdonado y cubierto su pecado, pronunció uno de los grandes textos de la palabra, al decir: “Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de Iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño”. (Salmo 32:2).

La iniquidad afea el alma, destroza los más nobles anhelos, trae deshonra al nombre del Señor y hace envejecer los huesos, de acuerdo con la experiencia del mismo salmista (Salmo 32).

Los verdaderos vasos del Señor deben apartarse de iniquidad para no ser aliado de aquel por quien vino este horrible pecado. Los que invocamos el nombre del Señor le debemos a él un profundo respecto. No apartarse de la iniquidad es declararse en rebelión contra su santo nombre.

III. POR CAUSA DEL USO QUE PRESTAMOS

1. Los utensilios para los usos honrosos (vers. 20ª)

Salomón fue un hombre que tuvo dos grandes riquezas: su sabiduría y sus bienes materiales. Sin duda que su vida palaciega excedía a todos los reyes de su época.

Cuando se hace mención de los utensilios que había en su casa, resaltan los vasos de oro con los que sus sirvientes adornaban las mesas y con lo que le servían al rey.

Se dice que la plata para su tiempo no era tan valorada como el oro, por lo tanto, el oro que había en toda su casa revelaba la grandeza de su reino. Ahora nosotros somos los súbditos de un reino mayor que él de Salomón.

Nosotros somos los vasos de esta Casa grande que es la iglesia del Señor, “columna y baluarte de la verdad”. La tarea por excelencia de un hijo de Dios es traer honra a su nombre. Los instrumentos de oro y de plata de esa Casa grande representan la calidad, el prestigio, lo distinguido.

Si los ángeles son los que traen siempre honra y honor en los cielos a su nombre, nosotros somos llamados para hacerlo en la tierra.

Los vasos de oro y demás materiales representan aquellos ministerios que demandan el crecimiento del reino. Cada uno de esos vasos Dios los quiere usar a lo mejor en el contexto de los dones espirituales, pero que sean limpios.

2. Los utensilios para los usos comunes (vers. 20b)

Aquí hay algo que debiera ser dicho. Al principio pudiéramos ver en el texto una especie de discriminación en el uso de los utensilios. Es cierto que algunos utensilios son usados para ocasiones especiales, pero los más comunes son los que más se usan. Los vasos de barro como los de madera de igual manera sirven en la casa del Señor.

Así que no se trata de que estos vasos no sirvan para nada, pues son ellos los que más usamos en nuestro uso cotidiano. Más bien hemos dicho, de acuerdo con lo que Pablo acota, que en esa Casa grande donde hay utensilios para usos honrosos y para usos viles, nosotros no nos prestamos para deshonrar al Rey que amamos y que servimos.

Por el contrario, si alguna vez nos prestáramos para eso por ser alcanzados por el pecado, que los vasos de honra con los que servimos al Señor sean fuentes para reprender al pecado mismo.

Que, así como el rey Belsasar (Daniel 5:1-6) fue reprendido por haber usado los vasos santos del santuario para beber su vino con sus nobles, esposas y concubinas, así también nuestros vasos sean instrumentos de juicio contra el pecado porque no nos prestaremos para usos viles, sino para honrar y servir al Señor.

IV. POR CAUSA DE LOS RESULTADOS QUE ESTO TRAE

1. La importancia de limpiar el cuerpo (vers. 21ª)

“Si alguno se limpia” es la nota condicional del texto. Esto da por sentado que hay cosas que ensucian la vida. El contexto inmediato nos refiere a las discusiones sobre palabras (vers. 14).

Al parecer nada contamina más el vaso de nuestras vidas que el uso desenfrenado que le damos a nuestras palabras. Creo que todos estamos de acuerdo que el creyente verdadero es delatado por sus palabras.

Los proverbios sentencian que en las muchas palabras no falta pecado. También que hay contaminación cuando no controlamos nuestra lengua. A Timoteo se le recomienda evitar profanas y vanas palabrerías porque las mismas conducen a la impiedad (vers. 16). Las palabras de Himeno y Fileto eran comparadas con una gangrena que carcome la vida de los que así actúan.

Todo esto trae impiedad al alma y esto es lo que hay que evitar. Los vasos que Dios quiere usar deben ser vasos santos, por tal razón debemos esforzarnos en mantenerlos limpios. Que ningún pecado ensucie este vaso.

Quien busca limpiar siempre su cuerpo será el mejor instrumento que Dios usará para sus mejores fines. Entre todos los hijos de Jacob, José fue quien decidió ser ese instrumento de honra. Al final Dios lo usó debido a su santidad.

2. Útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra (vers. 21b)

La razón por la que procuramos limpiar nuestros cuerpos es para que ellas estén dispuestas para el Señor. En su metáfora acerca de la “Vid Verdadera” Jesús dejó claro la importancia de estar limpios para dar un mejor fruto (Juan 15:1-5). Dios nos salvó para que fuéramos útiles.

¿Es usted útil al Señor? ¿Por qué no es más útil? Surge acá otra pregunta: ¿por qué muchos cristianos no siempre están dispuestos? ¿Por qué tantos creyentes se sienten que no sirven para nada? Bueno, es acá donde el tema de limpiar nuestro ser cobra vigencia e importancia.

Observe lo que Pablo nos dice al final del texto. Quien se limpia de todas estas cosas queda dispuesto para toda buena obra. Es un hecho que cuando en la vida cristiana hay impurezas, pecados que todavía dominan el carácter, en ese creyente hace falta disposición para “toda buena obra”.

Hay algunos que hacen buenas obras para ser vistos por los hombres. El creyente hace buenas obras como resultado de vivir limpiamente. Es claro, pues, que el objetivo más grande del creyente es limpiar su vaso para un mejor uso. ¿Cuál será, entonces, nuestra decisión hoy? ¿Qué clase de vaso seremos?

CONCLUSIÓN:

“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7). Uno de los proverbios que me ha bendecido mucho es el que aparece en el capítulo 4. Allí Salomón nos recomienda a guardar cuatro cosas que corresponden a nuestro cuerpo.

Respecto al corazón nos dice: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida 23. Sobre la boca esto dice: Aparta de ti la perversidad de la boca, Y aleja de ti la iniquidad de los labios (vers. 24). Sobre los ojos, oiga lo que dice: Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante (vers. 25).

Y sobre los pies, esto es lo que dice: Examina la senda de tus pies, Y todos tus caminos sean rectos (vers. 26. Y el profeta Isaías nos hace este llamado final: “Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isaías 52:11).

Hagamos que nuestros vasos sean para usos honrosos. Permitamos al Espíritu Santo que haga de nuestros cuerpos verdaderos vasos que honren al Señor (Romanos 12:1-2).

© Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
Iglesia Bautista Ambiente de Gracia, Fairfax, VA

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