IV. CAMBIA EL FRACASO POR EL TESTIMONIO
1. “Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron” vers. 31.
¿Qué hizo Jesús cuando se sentó a la mesa y comió para que ellos le reconocieran? Bueno, la verdad es que el texto no nos dice, pero inferimos que seguramente fue algo de lo que ellos estaban ya acostumbrados a ver, como la manera en la que partía el pan y daba gracias. Es posible que al hacer esto vieron en sus manos las cicatrices de los clavos y entonces sus ojos fueron abiertos.
Mis hermanos, si algo podemos inferir de esta escena para nosotros, es que bien pudiera Cristo estar frente de nuestros ojos y no verle. Pudieran estar tan cargados de los afanes y las distracciones de esta vida que nos impiden verle, reconocerle y sentir su dulce y amorosa compañía.
Así que si hay una oración que debe ser hecha es aquella donde le pedimos a Dios que nos abra nuestros ojos para verle y adorarle. Y una de las cosas que ha hecho la resurrección es precisamente ayudarnos a verle más allá de su muerte. Para mucha gente, Jesús sigue estando muerto. La resurrección es una invitación a abrir nuestros ojos.
2. “Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén…” vers. 33.
Emaús representaba el ocaso del día, el fracaso y la derrota, pero Jerusalén representaba el amanecer de un nuevo día, y eso es la resurrección. Cuando los caminantes sintieron que su corazón ardía mientras Cristo iba con ellos, y con ello la revelación, no dudaron en regresar aquella misma noche.
El camino de regreso era de 11 kilómetros, y aunque lo terminaban de hacer, la noticia era demasiada grande para quedarse en casa. Ellos fueron testigos de la resurrección de Cristo. Ellos comieron con él; no podían quedarse en casa. El supuesto fracaso que les llevó de regreso a sus hogares, ahora todo ha cambiado.
¿Quién iba a impedir que no regresaran a Jerusalén y dieran a conocer la más grande noticia? De esta manera, el Cristo resucitado produce un ardiente deseo por dar a conocer lo que vieron.
La noticia de la resurrección convirtió la derrota en victoria. Sacó a los que se sentían derrotados y los convirtió en testigos. Hagamos también lo mismo hoy. Digámosle a otros: “!Ha resucitado el Señor!”.
CONCLUSIÓN:
Ninguna noticia llega a ser tan grande como aquella donde se declara a alguien técnicamente muerto o desaparecido, y luego es hallado vivo. Mi padre siempre me contó de otro hermano que tuvo, y con quien vivió por lo menos hasta que fueron jóvenes. Un día ambos se separaron y lo único que mi padre supo fue que su hermano de infancia había muerto.
Con esa idea vivió por unos 50 años, de modo que hasta el nombre que yo llevo -Julio Rafael- me lo puso en memoria de su hermano muerto.
Pero un buen día recibimos una carta escrita por el mismo hermano de papá donde no solo manifestaba que estaba vivo, sino que contaba acerca de una gran familia cristiana que el Señor le había dado.
Hice todos los arreglos para aquel increíble encuentro. Jamás se me olvidará aquella tarde cuando esos dos viejos, después de más de 50 años, tuvieron ese encuentro. Todos lloramos de profundo gozo; mi tío estaba vivo.
Amados hermanos, la noticia que Cristo vive debe transformar todos nuestros corazones y cuales caminantes de Emaús convertir la tristeza en esperanza, la incredulidad en confianza, la ignorancia en revelación y el fracaso en testimonio.
Esta fue la noticia que llevaron aquella misma noche los hombres de Emaús a los asustados discípulos: “Ha resucitado el Señor verdaderamente…” vers. 34. ¡Aleluya!
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Iglesia Bautista
Ambiente de Gracia, Fairfax, VA.