No llores | Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Lucas 7:11-17
Serie: Certidumbre en Tiempos de Incertidumbre – Libro de Lucas
INTRODUCCIÓN
El 31 de octubre de 1991, siendo pastor en la ciudad de Maracaibo, Venezuela, recibí la noticia de la muerte de mi hermano menor, quien tenía 33 años para ese momento. No recuerdo haber llorado tanto como cuando recibí aquella dolorosa noticia. Literalmente me desplomé porque no espera aquella muerte prematura. Pero mi dolor iba creciendo mientras viajaba esa misma noche para estar con mi familia, y encontrarme con mi madre.
Solo me imaginaba el dolor que estaría enfrentando ante aquella noticia inesperada. Y así fue. Nunca se me olvidará el momento cuando llegué y vi su cara llena de dolor, seguido de sus sentidas palabras: “¡Hijo, se murió tu hermano, se murió mi hijo!”. Después de 34 años de aquella experiencia he llegado a esta conclusión: Una cosa es que como hijos tengamos que enterrar a nuestros padres, pero otra muy distinta es cuando una madre tiene que enterrar a un hijo, y si es el menor, el consentido, la escena de sufrimiento es desoladora.
Y todo esto comprueba que, si bien el amor de una madre por un por su hijo quien vive todavía es único, cuánto más será si su hijo se muere. Con esto en mente, pensemos en la lectura hecha. Hay una caravana siguiendo a Jesús, llena de gozo y muy jubilosa, y hay otra caravana trayendo un féretro con un muerto, y a su lado una mujer caminando, y por la referencia de Lucas, era la madre del difunto (un hijo único), pero además era viuda.
Usted debe ponderar el dolor y las lágrimas de aquella pobre mujer. Y es en medio de quienes lloran y consuelan a esa viuda, que Cristo se acerca y le dice: “No llores”. ¿Se acercaría usted y le diría esto a una madre? ¡No! Entonces, ¿qué hay detrás de esta extraña orden de Jesús a esta sufrida mujer?
I. EL ENCUENTRO ENTRE DOS MULTITUDES DISTINTAS
a. La caravana de la vida (vers. 11)
Si ponemos todo en contexto, Jesús está saliendo de Capernaúm después de la sanidad del siervo del centurión (vers. 10). Yo quiero pensar que Jesús fue finalmente para ver al siervo sanado, pero también para conocer al centurión quien le asombró con su fe. Una vez allí una gran multitud se ha agregado a la que ya le seguía, y ahora entre gritos de alabanza y júbilo salen de esa ciudad y van camino a otra ciudad llamada Naín, cuyo significado es “agradable o deleitable”.
Esto es bueno mencionarlo porque es una ironía cuando pensamos en la escena con la que Jesús se va a encontrar que no es nada agradable o deleitosa. Pero aquí viene Jesús, el Autor de la Vida, para quien la muerte está vencida. La caravana de Jesús traía gozo, vida y esperanza. Recordemos lo que dijo en Juan 14:6: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
No sólo estaba hablando de la vida eterna, sino de vivirla en plenitud. Estaba hablando de todas las cosas que vienen con la vida: alegría, esperanza, sueños y risas, algo así como todas esas cosas que una madre trae a su familia cuando nace un bebé. Y como Jesús era la fuente de todas estas cosas, esa caravana iba celebrando a Jesús y lo que Él había hecho.
b. La caravana de la muerte (vers. 11)
He aquí otra caravana, pero no de vida, sino de muerte. De esta manera, mientras por un lado hay gritos de alegría y fiesta, hay una multitud llorosa y con gran lamento porque van a enterrar a alguien que ha muerto. Observemos esto. Mientras la primera multitud dirige la vida (Jesús), a esta la dirigen a la muerte con el féretro al frente. El encuentro con ambas multitudes va a ser por demás interesante.
En esta escena es bueno decir lo siguiente: Jesús nunca ofició un funeral, sino que resucitó a los muertos. Él hizo eso con la hija de Jairo (Marcos 5:21-43), y a Lázaro (Juan 11:1-44). Jesús no se acercó a la caravana como un pastor que va a para expresar el pésame a la viuda, pero sí con un programa con himnos y un pequeño sermón para consolar a los deudos. Jesús se acerca a esta escena como el Señor de la vida.
Se acerca para decirle a esta viuda, “no llores”, porque pronto sus lágrimas cesaron. Lo que aquella mujer nunca se imaginaba es que allí, en la puerta de la ciudad, está el hombre para quien la muerte ha sido vencida. No en vano Pablo, cuando habló del poder de la resurrección de Cristo, preguntó: “¿dónde está, oh muerte tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55).
Aplicación: ¿En cuál de estas multitudes camina usted? Todos estamos en una marcha inexorable hacia la muerte. Estamos en una procesión hacia la muerte, y si Cristo no regrese antes, todos nosotros moriremos. Asegurémonos de no ir en la caravana de la muerte, sino de la vida.
II. EL ENCUENTRO DE LA COMPASIÓN FRENTE AL DOLOR
a. La mirada compasiva de Jesús (vers. 13)
Cuando Jesús se encontró con esta madre descorazonada, la Biblia dice que Su corazón se conmovió por ella. Su corazón se quebrantó porque la vio llorar. Jesús sabía por qué lloraba esta mujer. Ella ya había enterrado a su esposo, su sustento. Ahora estaba enterrando a su hijo, su esperanza. Junto con su hijo estaba enterrando su único medio de sustento; su futuro ahora es muy inseguro.
También estaba enterrando el nombre de la familia. Sin un esposo ni un hijo, el nombre de la familia ahora iba a morir. Nadie le dijo nada a Jesús. Él simplemente “la vio”; vio a la mujer y fue hacia ella. Así que en medio de esta situación de dos multitudes dirigiéndose en direcciones opuestas, y con un espíritu totalmente diferente, aparece Jesús. Jesús siempre crea un puente entre la vida y la muerte, y eso es lo que vemos en esta escena.
Jesús tiene la autoridad y el poder de cambiarlo todo, aun esos momentos donde todo se ha perdido. Nada puede llenar de más esperanza como el saber que en medio de tantas miradas de compasión, y los que traen palabras de consuelo, poder sentir la mirada compasiva de Jesús. Porque la compasión de Jesús no es una mera emoción para expresar el dolor o el pesar, sino para cambiar cualquier estado de sufrimiento. Jesús no se encontró a esta mujer por casualidad, sino intencional.
b. “… y le dijo: No llores” (vers. 13b)
Este es un mundo donde hay muchas lágrimas por todas partes. La promesa es que llegará el día cuando Jesús enjugará toda lágrima de nuestros ojos y nunca más derramaremos lágrimas de dolor. Pero hasta que llegue ese momento, está bien llorar. Llorar nos ayuda a sanar. Muchas madres aquí presentes han llorado por sus hijos. Y las lágrimas que creían haber llorado en secreto (las que nadie más conocía), Dios las vio y las registró.
En el Salmo 56:8 dice: “Pon mis lágrimas en tu redoma; ¿No están ellas en tu libro?”. ¡Dios ve tus lágrimas! Y no olvida ninguna de ellas, especialmente las que has derramado por tus hijos. Una cosa que debemos decir acá es que Jesús no le dijo a esta mujer que dejara de llorar, porque estaba mal llorar. Jesús mismo lloró en el funeral de su amigo Lázaro.
Pero pienso que la única persona con la capacidad de pedirle a alguien en un funeral que deje de llorar es Jesús. Usted ni yo lo haríamos. Así que este mandato de dejar de llorar es porque Jesús se va a involucrar en un proceso de un milagro menos pensado, en medio de aquel lloro desconsolado. Donde Jesús se hace presente, hay esperanza. Y esto es así porque Él simpatiza con nosotros. Él nos ama. Él sabe por lo que estamos pasando.
III. EL ENCUENTRO DE LA VIDA FRENTE A LA MUERTE
a. La orden de detener el féretro (vers. 14)
Una de las cosas que asombrará en esta escena es ver a Jesús acercarse a un cadáver, pero aún más, tocar el féretro. Las instrucciones de Número 19:11-22 eran muy específicas a este respecto. El riesgo de contaminarse era lo más probable. Jesús era considerado Maestro o Rabino, y la ley establecía las prohibiciones a los sacerdotes respecto a esto de acuerdo con Levítico 21:1-4; 10-11.
Pero como Jesús es el Señor de la vida y la muerte, el que tiene las llaves de la muerte y del Hades (Apocalipsis 1:18); para Él este caso era de vida, y no de muerte, era para llenar de nueva esperanza. Vea el caso Jesús cuando resucitó a la hija de Jairo. En el momento cuando el padre recibió la noticia de la muerte la hija (Lucas 8:50), Jesús le dijo: “No temas; cree solamente…”.
De esta manera, el acto de detener el ataúd, ni la madre ni quienes llevaban aquel cuerpo muerto tenían alguna razón para responder a las demandas de Jesús. La madre era la única persona para autorizar y mandar a parar la procesión. Pero todo lo que Jesús hizo, incluso tocar un ataúd, lo hizo con autoridad, y la gente respondió. Jesús siempre crea un puente entre la vida y la muerte. Y sólo Él tiene la autoridad y el poder de cambiar todo. Jesús se estaba preparando para una acción con la que se justifican las palabras dichas: “No llores”.
b. La orden de llamar al hijo muerto (vers. 14b)
Cuando Cristo está presente, la muerte tiene que huir. Ahora, imagínense la escena. Hay dos caravanas que han chocado, y se han unido. Allí está el hombre de Galilea, de Capernaúm, y ahora en la puerta de la ciudad de Naín; ahora va a dar la próxima orden, la más importante de todas: “Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate”, ¿y qué sucedió? Pues que quien estuvo muerto se incorporó, dejó el cajón de tabla, y habló.
La Palabra de Jesús, la dicha para la creación del mundo, tiene poder para traer a la vida lo que ha estado muerto. Este poderoso acto de Jesús, su poder sobre la muerte, y la orden de traer a la vida, nos recuerda la promesa de 1 Tesalonicenses 4:16 de la segunda de Jesucristo, quien ordenará a los muertos en Cristo levantarse primero. Vea esta escena. La madre quien había perdido toda esperanza y solo ve un negro e incierto futuro, ahora tiene a su hijo de regreso.
Aquí hay algo maravilloso. Hay madres con sus hijos “muertos” también, y hasta sin esperanza. Hijos solo hay dos caminos a seguir. Si estás siguiendo a la multitud que te está llevando a la muerte y la destrucción, Jesús viene a tu encuentro y te dice las mismas palabras: “Joven, a ti te digo, levántate”. Sí, levántate ahora.
IV. EL ENCUENTRO CONVERTIDO EN REGOCIJO
a. La razón del regocijo (vers. 15c)
La última parte de este texto dice: “Y lo dio a su madre”. Muchos años antes de este milagro ocurrió algo parecido con el profeta Elías y la viuda de Sarepta. Su hijo también había muerto (1 Reyes 17:17-24), pero allí estaba el profeta, y en medio del dolor de la viuda, y el reclamo del profeta a Dios por aquella muerte, Elías clamó tres veces a Dios, y el hijo resucitó y se lo entregó a su madre.
Jesús vino a restaurar el gozo en la familia, y esta escena es parte de eso. La reacción de la gente fue de miedo, de alabanza y de reconocimiento (vers. 17). Ahora hay dos multitudes fusionadas en un solo coro de alabanza. Ahora reconocen que Dios les ha levantado un “gran profeta”, seguramente recordando a Elías y a Eliseo que tuvieron experiencias parecidas. Ahora la multitud de discípulos que vinieron de Capernaúm ha crecido con la multitud de Naín, y ya no hay lloro.
Ahora la madre no llora porque se ha llenado de gozo. La verdad del Salmo 30:11-12 es la vivencia en aquellos momentos de toda esta nueva multitud. Jesús ha venido para cambiar la tristeza en gozo, la tribulación en esperanza, la angustia en paz, la incertidumbre en esperanza y la muerte en vida. Donde Jesús está presente habrá esperanza para la vida.
Aplicación: ¿Usted se imagina los tiempos previos a la muerte del hijo de esta madre viuda? Su oración debió ser desesperada, y Dios no había hecho nada para salvar al hijo. Eso no se entiende tan fácilmente. No es fácil consolar esta situación. Pero cuando menos entendemos que pasan las cosas, Dios obra. La frase que distingue toda esta historia es: “Y lo dio a su madre” (vers. 15c). Jesús vino para devolver la vida, donde la muerte ha triunfado, para darte gracia donde abundó el pecado, y para darte vida eterna en el cielo, en lugar de un castigo en el infierno. Él vino a dar (Juan 3:16).
CONCLUSIÓN
Un hombre estaba caminando por un cementerio y vio una lápida que decía: “No llores por mí, porque estoy en un lugar mejor”. El hombre se detuvo y pensó: “¿Qué lugar mejor puede haber que estar con los seres queridos, rodeado de amor y vida?” Pero luego recordó la historia del hijo de la viuda de Naín, y cómo Jesús lo resucitó de entre los muertos. Y se dio cuenta de que, en realidad, no hay un lugar mejor que estar con Jesús, porque Él es la resurrección y la vida.
Así que, cuando enfrentemos la muerte o la pérdida de un ser querido, recordemos que Jesús tiene el poder de resucitar y de dar vida eterna. La verdad de este milagro es que Jesús tiene el poder para resucitar cualquier cosa que se haya muerto en nuestras vidas.
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