¡Niña, Levántate!

Julio Ruiz

¡Niña, Levántate!

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¡Niña, Levántate! | Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Lucas 8:40-42, 49-56

Serie: Certidumbre en Tiempos de Incertidumbre

INTRODUCCIÓN

La victoria de Jesús sobre la muerte y su poder para dar vida eterna se aprecian con mayor claridad en su propia resurrección de entre los muertos. Fue crucificado y sepultado, y al tercer día resucitó a la gloria incorruptible. Sin embargo, los Evangelios también registran tres ocasiones durante su ministerio público en las que resucitó a algunos de entre los muertos.

Recientemente prediqué sobre Lucas 7:11-17, acerca del hijo único de una viuda a quien Jesús lo resucitó. El texto dice que al acercarse Cristo a una ciudad, vio una procesión fúnebre. “Y cuando el Señor la vio [a una viuda que lloraba la pérdida de su único hijo], tuvo compasión de ella y le dijo: ‘No llores‘. Luego se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Y él dijo: ‘Joven, a ti te digo, levántate’. Y el muerto se incorporó y comenzó a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre” (Lucas 7:13-15).

El otro relato, quizás el más famoso de todos, fue cuando Cristo resucitó a Lázaro según Juan 11. Allí se nos dice que Jesús le habló a su amigo Lázaro, quien tenía cuatro días en el sepulcro, diciéndole: “Lázaro, sal fuera”; y el que había muerto salió con las vendas y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo y déjenlo ir” (Juan 11:43-44).

Ahora estamos en el tercer relato de la resurrección de un muerto encontrado en Lucas 8:49-56. Esta es otra historia singular porque se trata de la hija única de un principal de la sinagoga. Un hecho en común de estos cuadros previos a la resurrección es la devastación traída por la muerte. Las hermanas de Lázaro no encontraban consuelo.

La viuda de Naín lloraba con profunda tristeza, y Jairo escuchó la noticia de la muerte de su hija, lo cual lo devastó. ¿Y qué sucedió cuando Cristo murió? ¡Lo mismo! Para los discípulos, todo se había acabado. La conversación de los caminantes de Emaús era de tristeza (Lucas 24:13-35).

La muerte tiene la misión de crear un sentimiento de dolor, derrota y pérdida de la esperanza. Pero la resurrección produce el más grande e infinito sentimiento de alegría y gozo jamás descrito. Veamos la naturaleza de la muerte y la resurrección.

I. LA REALIDAD DE LA MUERTE GENERA ANGUSTIA

a. Vemos el estado de angustia como antesala de la muerte en el versículo 41.

Esta historia es, al principio, muy triste. Este hombre llamado Jairo era el principal de una sinagoga. Su única hija estaba muy enferma y al borde de la muerte a la temprana edad de doce años.

Su gran amor por su hija y su fe en Cristo se hicieron evidentes. En Lucas 8:41 se nos dice que se acercó a Jesús, se postró a sus pies y le rogó que entrara en su casa. Claramente esperaba que Jesús sanara a su amada hija.

El temor de una muerte a esa edad, y por ser la hija única, le aterraba. La palabra “rogaba” aquí tiene un sentido de clemencia, de urgencia. Jairo era un padre apasionado por el bienestar de su hija. La “agonía” de la hija de Jairo representa el estado en el que se encuentran muchos hijos en estos días. Si bien aquí tenemos una enfermedad, hay hijos que se están muriendo en sus delitos y pecados.

Al pensar en esta dolorosa escena, se me ocurrió que, por la gracia de Dios, disfrutamos de tantas bendiciones en esta vida que es posible vivir día tras día, semana tras semana, mes tras mes, e incluso año tras año, sin pensar demasiado en la presencia de la muerte. Pero la muerte es una realidad constante y presente, y es inevitable; pero la resurrección le ha quitado su aguijón.

b. “Ven y pon las manos sobre ella para que sea salva…” (vers. 23b)

Jairo fue un padre creyente. Creyó que si Jesús tocaba a su hija, ella sanaría. Felices los hijos que cuentan con padres como Jairo, que creen en el poder de transformación del Señor.

Un padre responsable se asegura de que sean las manos del Señor las que toquen a sus hijos. Que cuando nazcan, sean sus manos las que los bendigan. Que cuando sean niños, sean esas manos las que comiencen a moldear su carácter. Que cuando lleguen a la adolescencia, sean esas manos las que los toquen para que sus pensamientos y actitudes reflejen que ya son hijos de Dios.

Y, sobre todo, que cuando sean jóvenes adultos, esas manos los preserven para que den lo mejor de su vida al Señor. Cuando nos encontramos con un padre que ama responsablemente a sus hijos, al estilo de Jairo, sus niños tienen más confianza, son más capaces de lidiar con la frustración, más capaces de ganar independencia y su propia identidad, y tienen más posibilidades de madurar y convertirse en adultos compasivos.

Las manos de Jesús, que crearon al mundo, pueden crear una hermosa vida en nuestros hijos. Al dejar que Jesús ponga esas manos sobre nuestros hijos, ellos estarán en las mejores manos.

II. LA CONFIANZA EN JESUS FRENTE A LA MUERTE

a. Jesús está presente y oyó la noticia de la muerte en el versículo 35.

¿Cuál sería su reacción como padre ante esta noticia inesperada? ¿Seguiría todavía esperando para que el Señor viniera a casa? Estas son las últimas palabras que queremos oír frente a un hijo que está enfermo o pasando por alguna otra crisis. Nada podrá quebrantar más el corazón que el hecho de no poder hacer más por alguien a quien se ama tanto.

Como aquella hija era única, el corazón de Jairo debió estar destrozado al oír la noticia de su muerte. ¡Todos los hijos son especiales, pero una hija de doce años es sumamente especial! La noticia de la muerte de su hija lo debió paralizar porque esperaba llevar a Cristo a su casa para sanarla. La desilusión y frustración debieron apoderarse de Jairo al saber que su hija había muerto justo cuando estaba esperando la ayuda de Jesús.

Jairo había venido a quien podía detener la muerte, porque eso era el presagio que estaba en el ambiente si Cristo no iba pronto a su casa. Considerando la multitud donde estaban dando el escenario de la mujer con el flujo de sangre, y frente a tantos que buscaban a Jesús, la noticia de la muerte de la hija se la dio a conocer alguien de su propia casa, trayendo más dolor, al decirle “no molestes más al Maestro”.

b. Sus palabras disipan el temor del temor en el versículo 50.

Nada produce más dolor e impotencia cuando oímos que un ser tan amado ha muerto. De las tres virtudes imperecederas, la esperanza pareciera sucumbir cuando la noticia es de muerte. Consideremos a este hombre de rodillas, clamando al Señor por su hija, y ahora ver que su esfuerzo no valió la pena. No puedo imaginar qué le pasó al corazón y las rodillas de Jairo al escuchar esas palabras.

Fue un momento impactante. Lo imagino desplomándose desesperanzado y temblando violentamente. Había fracasado. Ahora, toda esperanza se había esfumado. La habría perdido. Cuando intentando encontrar a alguien a quien culpar por la muerte de esta niña, Jairo miraría fijamente a la mujer. Su espera no la habría lastimado. Su situación era crítica.

Ahora la hija ha muerto por tu culpa. Estaría amargado y, ¿qué hay de Jesús? ¿Por qué se detuvo tanto tiempo? Ahora es demasiado tarde. Lo más probable es que estaría enojado: enojado con la mujer, enojado con Jesús, enojado con Dios. La violenta tormenta de desesperanza e ira rugiría por su mente y su corazón. Pero, sobre todo, estaría enojado consigo mismo.

Pero es allí donde interviene Jesús, porque si la muerte pretende robarlo todo, Él nos dice “cree solamente, y será salva”. La muerte no es el fin de la esperanza, sino el comienzo de la fe.

c. Sus palabras producen seguridad en el versículo 50b.

Aquí está el asunto. Note que Jesús no le dijo: “Lo siento. Ya es demasiado tarde”. No. En cambio, Jesús se negó a dejar a Jairo. Es verdad que estaba muy ocupado, y una mujer con una terrible enfermedad de la misma edad que tenía la hija no le iba a impedir hacer algo por este hombre. Observemos esta historia. Jesús sabe que la hija de Jairo iba a morir, sin embargo, le dice “cree… y se salvará”.

¿Por qué no acudió a su ruego en aquel momento? Humanamente hablando, hay situaciones en la Biblia donde nos parece ver al Señor prolongando el dolor en la gente antes de actuar. Cuando Lázaro estaba enfermo, le mandaron a decir “he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:3), pero Jesús no acudió, sino que se quedó en el lugar más tiempo.

Eso produjo frustración y hasta decepción en las hermanas y en la gente que acompañaba a las hermanas. Pero Jesús las alentó, diciendo: “¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?” (11:40). A Jairo le dijo: “Cree, y tu hija sanará”. Fue la confianza en una eventual resurrección la que le permitió a Abraham alentar a su hijo Isaac a regresar vivo de aquel culto donde el sacrificio de la muerte estaría presente.

III. EL PODER DE JESÚS SOBRE LA MUERTE

a. “Y vino a casa del principal de la sinagoga…” (vers. 38)

    Jairo logró que el Señor viniera a su casa. ¡Qué tremendo privilegio! ¿Puede imaginarse la escena? Vea a la multitud moviéndose hacia una sola casa. Si hubiese habido celulares en ese tiempo, Jairo le habría dicho a su esposa: “Mi amor, tranquilízate, Jesús va conmigo y también una multitud… todo estará bien”. Jairo confió en la palabra del Señor y allí lo lleva.

    Como era de esperarse, la muerte siempre es causa de dolor, tristeza y profundo lamento. Pero en medio de ese dolor aparece el que tiene poder sobre la vida y la muerte. Allí está el que ha dicho: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Juan 11:25-27).

    Cristo habló de la muerte como un sueño. Para él, la muerte no era el fin de la vida, sino la oportunidad para vencer al que tenía el poder sobre ella. Y echando fuera a los burladores, pues para qué tenerlos allí si no creen en el poder de Dios, se dirigió con sus tres amigos y los padres.

    Jesús está en el hogar, y cuando él está allí, aquel hogar cambia su tristeza en risa y su lamento en baile. La muerte puede arrebatarnos temporalmente la paz y las ilusiones de la vida, pero Jesús ha dicho: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”.

    b. Jesús cambia el luto por una fiesta en los versículos 52-53.

    Jesús no fue a un lugar para atender un funeral. Fue Él mismo quien dijo: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32). Jesús llegó y dijo: “¡El funeral se ha terminado!”. “¡Dejen de lamentarse!”. “¡VÁYANSE!”. Ya habían comenzado el funeral. Sin embalsamamiento, el entierro debía tener lugar en cuestión de horas, antes del anochecer. Los plañideros profesionales gemían.

    Los flautistas tocaban sus cantos fúnebres en tonos menores, pero Jesús aportó una perspectiva completamente diferente al funeral. Una vez dentro de la casa, y viendo el ambiente propio de esos momentos de dolor, tristeza y lágrimas, dice: “No está muerta, sino dormida”. Con esto, Jesús definió la muerte.

    Para el hombre, está muerta. Para Dios, dormida. No importa si eres seguidor de Cristo o no, un día serás despertado (Juan 5:28-29) por su voz para vivir en la vida eterna o en el infierno eterno. En aquella ocasión se rieron de Jesús, como hacen algunos hoy en día con respecto al más allá, pero no debemos unirnos a los burladores respecto a este asunto de los muertos.

    El único que tiene poder sobre la muerte es Jesús, porque Él mismo la ha vencido dejando la tumba vacía.

    c. “Y luego la niña se levantó y andaba…” (vers. 54)

    Puede ver lo que logra un padre responsable y diligente. El esfuerzo que emprende por su hijo, asegurándose de que el Señor tenga misericordia de ellos, no es en vano. Dios mira el corazón de un padre angustiado y luchador por el bien de sus hijos. Como era de esperarse, Cristo tiene poder para levantar, sanar y curar al caído.

    Una sola palabra de él es suficiente. “Talita cumi…” son palabras que levantan al que ya perdió la esperanza. Cristo tiene poder para levantar a nuestros hijos contra todo aquello que viene a sus vidas para destruirlos. Pero debemos traer a Jesús a la casa. Vea que Cristo pudo dar una palabra a distancia y eso habría sido suficiente. Pero en lugar de eso, él quiso entrar a la casa.

    Todos allí sabían de la muerte de la hija de Jairo y por eso están allí para acompañarlo en su dolor, pero allí ha entrado el dador de la vida. En la casa está el que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. Jesús le ordenó a la muerte que dejara libre a quien pretendía destruir. Note que el texto dice: “Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó…” (vers. 55). Note también lo que hace la resurrección: la niña comió otra vez.

    CONCLUSIÓN

    Las palabras de autoridad de Jesús para levantar a esta niña de la muerte hablan del poder de la resurrección, de la cual Él mismo un día también se levantó de la tumba. Y a todos los que mueren con fe en Cristo, en el último día les dirá: “Levántate”. Y resucitaremos corporalmente. Esto es lo que enseña el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 4:13-18.

    Lo que Cristo hizo por esta niña se hará con todos en el día de la resurrección, que también es el día del juicio. Al morir, el espíritu (o alma) de una persona se separa del cuerpo. Las almas de quienes tienen fe en Cristo van a la presencia de Dios (ahora que Cristo ha resucitado y ascendido). Las almas de quienes mueren en sus pecados van al castigo eterno.

    Los cuerpos de todos descansan en la tumba. Pero en el último día, cuando Cristo regrese, los cuerpos de todos los que han muerto resucitarán de la tumba y se reunirán con sus almas. Quienes tienen fe en Cristo serán llevados a los nuevos cielos y tierra, en cuerpo y alma. Quienes murieron separados de Cristo y en sus pecados serán juzgados y arrojados al infierno (Daniel 12:2). Lucas nos dice que Cristo ordenó a los de la casa que le dieran de comer a la niña para que se fortaleciera y se revitalizara. Eso es resurrección.

    © Julio Ruiz. Todos los derechos reservados.
    Iglesia Bautista Ambiente de Gracia, Fairfax, VA.

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    Julio Ruiz
    Autor

    Julio Ruiz

    Pastor en Virginia en los Estados Unidos, con 42 años de experiencia de los cuales 22 los dedicó en Venezuela, su país de origen. Otros 9 años los dedicó a pastorear en Vancouver, Canadá y los últimos 9 años en Columbia Baptist Church en su ministerio hispano, donde estuvo hasta agosto del (2015). A partir de octubre del mismo año (2015) comenzó una nueva obra que llegó a constituirse en iglesia el 22 de mayo de 2016 bajo el nombre de Iglesia Bautista Ambiente de Gracia en la ciudad de Burke, Virginia. El pastor Julio es Licenciado en Teología y ha estudiado algunas cursos para su maestría en Canadá. Además de haber sido presidente de la convención bautista venezolana en tres ocasiones, también fue profesor del seminario teológico bautista. El pastor Julio por espacio de unos 18 años publica sus sermones y artículos por estos medios. Es casado con Carmen Almera Ruiz y tiene tres hijas y una nieta: Laura, Oly, Sara e Isabella. Si usted quiere comunicarse con el pastor Julio, llámelo al (571) 251-6590.

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