La ley de la siembra y la cosecha | Predicas Cristianas
Introducción
Así como Dios estableció leyes naturales que regulan el universo y la naturaleza misma, en el “Reino de Dios”, existen leyes espirituales que hacen posible el disfrute de los privilegios y beneficios de aquellos que entran a ese reino, y que a su vez regulan la vida misma del cristiano.
Comprender y vivir obedeciendo estas leyes no solo transformará nuestras vidas, sino que nos permitirán experimentar una vida más plena y alineada con los principios que Dios tiene para cada uno de nosotros. Hoy quiero que consideremos la Ley de la Siembra y la Cosecha.
La Ley de la Siembra y la Cosecha es un principio espiritual fundamental en el Reino de Dios. Se basa en que toda acción tiene consecuencia, y lo que una persona siembra—ya sea en términos de comportamiento, fe, generosidad o incluso pecado—eso cosechará.
I. La Biblia enseña que nuestras acciones tienen repercusiones, ya sean buenas o malas.
En filosofía se dice que cada efecto tiene su causa. Eso implica que cada acción que realizamos y decisión que tomamos tiene consecuencias, y Dios, en su justicia, asegura que cada uno recoja el fruto de lo que ha sembrado.
Ejemplos bíblicos:
- Adán y Eva: Su desobediencia trajo la caída de la humanidad (Génesis 3).
- Caín y Abel: La envidia y el asesinato de Caín trajeron su maldición (Génesis 4:8-12).
- David y Betsabé: El pecado de David tuvo consecuencias en su familia (2 Samuel 12).
El profeta Oseas lo dice muy claro: “los que siembran viento, recogerán tempestades”. (Oseas 8:7). Y el proverbista añade: “Los que siembran injusticia cosecharán desgracia.” (Proverbios 22:8).
Y Pablo, en su carta a los Gálatas, lo reafirma: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” (Gálatas 6:7).
Aquí, la palabra burlar que usa Pablo, significa desafiar o despreciar la justicia divina con la falsa creencia de que las acciones pueden quedar sin consecuencias. Sin embargo, Pablo deja bien claro que las leyes espirituales en el reino de Dios son inquebrantables. Él explica que el hombre siempre recogerá lo que siembre.
La naturaleza de la semilla determina la cosecha que recogemos: no se pueden cosechar manzanas si sembramos mangos, ni recoger melones si sembramos calabazas. Del mismo modo, no es posible recoger amor si la semilla que sembramos es odio, ni respeto si sembramos irrespeto, ni paz si sembramos guerra y contienda.
La cosecha es el resultado directo de la calidad de la semilla que sembramos. Las malas semillas producen malas cosechas, mientras que las buenas semillas traen buenas cosechas.
Pablo aplica el principio de la siembra y la cosecha al crecimiento espiritual y al destino de cada persona. Lo que sembramos hoy determinará lo que cosecharemos mañana y en la eternidad. Nuestras decisiones y acciones tienen un impacto duradero.
“Si siembras para satisfacer los apetitos de tu naturaleza humana (carne), estarás plantando la semilla del mal y sin duda recogerás como fruto corrupción y muerte. Pero si plantas lo que agrada al Espíritu, cosecharás la vida eterna que el Espíritu Santo te da.” (Gálatas 6:8 NTBAD)”.
En Gálatas 5:19-24 Pablo contrasta las obras de la carne (naturaleza humana con sus deseos inmorales) y el fruto del Espíritu (carácter de Cristo), que evidencia una vida transformada y guiada por el Espíritu Santo.
La realidad de la siembra y la cosecha se refleja claramente en nuestras relaciones familiares. Hay padres que han sembrado valores, fe y principios sólidos en sus hijos, pero aun así los ven tomar decisiones contrarias a lo que se les enseñó. Aunque esta dura realidad genera frustración, también nos recuerda que cada persona tiene libre albedrío y su propio proceso de crecimiento espiritual.
La Biblia enseña claramente que cada persona es responsable de sus propios pecados y que dará cuenta de ellos ante Dios (Ezequiel 18:20; Romanos 14:12). Ejemplo Bíblico: Manasés tuvo la oportunidad de seguir el ejemplo justo de su padre Ezequías, pero escogió rebelarse. (2 Reyes 21).
Por otro lado, también vemos hijos que, a pesar de haber crecido en entornos difíciles, deciden tomar un camino diferente, rompiendo ciclos de pecado, desobediencia o sufrimiento. Esto nos demuestra que la gracia de Dios y la búsqueda personal de la verdad pueden transformar vidas, independientemente de la historia familiar. Ejemplo bíblico: El rey Asa, aunque provenía de una línea de reyes que hicieron lo malo, él decidió sembrar obediencia y cosechó favor de Dios. (1 Reyes 15:9-15).
Dios responde a quienes buscan su voluntad, sin importar su ascendencia. Aunque el pasado tenga malas semillas, si sembramos rectitud, cosecharemos bendición.
La clave es no desanimarse ni perder la esperanza. La semilla sembrada con amor y verdad siempre tiene potencial de dar fruto en el tiempo de Dios. Proverbios 22:6 nos recuerda: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando sea viejo, no se apartará de él.” Aunque a veces parezca que la semilla no ha dado fruto inmediato, Dios sigue obrando en el corazón de cada persona.
Es importante preguntarnos: ¿qué tipo de “semillas” estamos sembrando en nuestra familia, en la iglesia, en la escuela, en el trabajo y en nuestras relaciones interpersonales?
Conscientes o no, cada día, a través de nuestras palabras, actitudes y acciones, sembramos tanto lo bueno como lo malo. Todo el mundo siembra algo en la vida. La cosecha que recogeremos siempre será el reflejo directo de aquello que hemos sembrado. Por lo tanto, esforcémonos por sembrar semillas de amor, fe y esperanza, para recoger frutos de bendición en el tiempo de Dios.
Pero también se me ocurrió preguntarme: ¿qué tipo de semillas estoy permitiendo que la gente siembre en mi corazón? Porque, además de ser un “sembrador”, también soy “terreno”. Me pregunto: ¿soy tierra fértil para recibir el chisme, las murmuraciones, las contiendas, las divisiones y el irrespeto? ¿O soy buena tierra que escucha la palabra de Dios, la retiene y luego se ocupa de esparcirla para que otros crean? (Lucas 8:15).
II. La Biblia enseña que la generosidad en la siembra trae abundancia en la cosecha.
“El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.” (2 Corintios 9:6).
Pablo aplica el principio agrícola de que la cosecha es proporcional a la cantidad de semilla sembrada. Además, el campesino no recoge exactamente la misma cantidad de semillas que siembra, sino mucho más de lo que invirtió. La manera de asegurarse una cosecha generosa y abundante no es siendo mezquinos, sino generosos en la siembra. [1] La generosidad en la siembra trae abundancia en la cosecha, no solo en lo material, sino también en lo espiritual.
Si no invertimos tiempo, talento, dedicación y dinero, ¿cómo podemos esperar recibir algo? ¿Cómo cosechar cuando no hemos sembrado ninguna semilla? ¿Cómo esperar que Dios honre nuestros deseos, si no hemos honrado su mandamiento de ser generosos? La bendición—no solo material—comienza con la inversión.
Jesús estableció un principio acerca de dar y recibir. Él Señor dijo: “Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.” (Lucas 6:38 DHH).
Notemos que solo al dar, nos colocamos en posición de recibir y cosechar. Jesús enseñó que la cantidad que demos determinará la cantidad que recibiremos a cambio, pues el Señor nos devolverá conforme a nuestra generosidad.
Cuando damos con generosidad el efecto es triple. (2 Corintios 9:12-14).
- Hace algo por los demás: Al dar bendecimos y suplimos las necesidades de quienes nos rodean, y eso provoca en ellos una acción de gracias a Dios, al ver el amor de Dios reflejado en nuestros actos de generosidad.
- Hace algo en nosotros: La generosidad transforma nuestro corazón, cultivando humildad, gratitud y desapego por lo material, además de hacernos personas más sensibles y compasivas. Permite que los demás vean que nuestro cristianismo no es solo palabras, sino que también se refleja en hechos de bondad. Nos hace acreedores del amor y las oraciones de otros.
- Pero también hace algo por Dios. Cuando damos con un corazón sincero, honramos a Dios y participamos en su obra, extendiendo su reino en la tierra. La generosidad es un acto de fe y obediencia que glorifica su nombre. Nadie sale perdiendo por ser generoso.
Pablo aconseja que “Cada uno debe dar según se lo haya propuesto en su corazón, y no debe dar con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama a quien da con alegría.” (2Corintios 9:7 RVC). (cf. Deuteronomio 15:7-11).
En 2 Corintios 9:7, Pablo establece cinco principios de generosidad:
- Debe ser personal (cada uno).
- Debe ser intencional y con propósito (se lo haya propuesto en su corazón).
- No debe ser movido de mala gana o con pesar (con tristeza).
- No se debe dar bajo presión o contra su voluntad (por necesidad).
- Se debe dar con un espíritu alegre (alegría). La disposición de dar con alegría es más importante que la cantidad que damos. Recordemos que Dios mismo es un dador alegre. Ni siquiera escatimó a su propio Hijo. (2Corintios 8:9).
La manera en que damos refleja nuestra devoción y compromiso con Cristo. Jesús enseñó que donde está nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón (Mateo 6:21), lo que implica que la manera en que damos demuestra nuestras prioridades espirituales.
CONCLUSIONES
Pablo reta a los cristianos de todos los tiempos a sembrar buenas semillas, cuando nos dice que, “No debemos cansarnos de hacer el bien. Si no nos rendimos, tendremos una buena cosecha en el momento apropiado.” (Gálatas 6:9 PDT).
El consejo apostólico es seguir haciendo lo bueno (sembrando amor donde hay odio; paz donde hay guerra; gozo donde hay tristeza), confiándole a Dios los resultados, porque a su tiempo, cosecharemos bendiciones.
Pensamiento final: Si no sembramos no cosechamos, y si no damos no recibimos, y si no invertimos no progresamos.
[1] Valleskey, D. J. (1998). 2 Corintios. (R. C. Ehlke, A. J. Panning, & L. Albrecht, Eds.) (p. 155). Milwaukee, WI: Editorial Northwestern.
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Iglesia Misionera, Tampa, FL