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Preparándonos para vencer

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: Preparándonos para vencer

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: 1 Pedro 1:13-16

INTRODUCCIÓN:

Estaba dando una recorrida por los canales de televisor el otro día, y llegue hasta un canal hispano que estaba transmitiendo un juego de futbol.  Les puedo decir que yo no soy fanático de ningún deporte, así que no sigo a ningún equipo o sé si era un juego de campeonato o no, pero lo que si sé es que los jugadores demostraban una destreza tremenda.  Los jugadores de ambos equipos corrían de un extremo de la cancha al otro pateando la pelota, y lo hacían aparentemente sin cansarse.

Ambos equipos deseaban ganar el partido, así que el nivel de energía mostrado por los jugadores fue impresionante.  Claro está en que cualquiera no puede hacer lo que estos deportistas hacen lucir como algo tan fácil; cualquiera no puede pasarse 90 minutos corriendo de un extremo de la cancha al otro pateando, pasando, y manteniendo posesión de la pelota para tratar anotar un gol. 

Esto es algo que toma entrenamiento extensivo, y una condición física extremadamente buena, y al ver el nivel de energía y entusiasmo de estos deportistas me quede pensando.  Así que ahora pregunto: ¿cuántos desean ser vencedores en todo momento? 

Claro está en que todos queremos vencer, todos queremos obtener la victoria en todo momento, pero para poder lograr ésta meta tenemos que hacer como los deportistas, tenemos que iniciar preparándonos, y acondicionándonos.  ¿Cómo logramos esto?

Existen tres pasos a seguir que tenemos que dar para ser vencedores.  Así que pasemos ahora a la Palabra de Dios para descubrir la respuesta a nuestra pregunta. 

Pasemos ahora a la palabra de Dios para descubrir la relación entre el futbolista y la vida cristiana.

1 Pedro 1:13-16Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; 14como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; 15sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

Lo primero que encontramos aquí es que se nos dice: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado.”  Quiero que prestemos atención a la palabra ceñid; deseo que hagamos esto porque parte de la definición de ésta palabra es: “concretarse a una ocupación” [1]. 

Así que si genuinamente deseamos ser vencedores, el primer paso a seguir es preparar nuestra mente (entendimiento).  Uno de los errores más comunes cometido por los creyentes es que no preparamos nuestra mente debidamente. 

Esto sucede porque todos tenemos diferentes opiniones o ideas de cómo deben suceder las cosas; lo que sucede es que cuando las cosas no suceden como nosotros pensamos que deben suceder, entonces nos decepcionamos, nos desilusionamos, y tendemos a caer en un estado de depresión. 

En otras palabras, dejamos de ver la gracia de Dios en nuestra vida, y comenzamos a sentirnos solos y aislados.  Comenzamos a sentirnos que estamos a la merced de la injusticia y maldad, y se nos olvida o permitimos que de nuestra mente sea descartado lo que el Señor nos dice en Juan 14:16 cuando leemos: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.”  Dile a la persona que tienes a tu lado, no estas solo.

El enemigo de las almas siente gran placer cuando puede aislar al creyente; él sabe que un creyente aislado, es un creyente débil.  Un creyente aislado es una presa fácil.  Es por eso que en Hebreos 10:24-25 encontramos que se nos dice: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; 25 no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” 

Ustedes no se pueden imaginar la cantidad de veces que he escuchado que para agradar Dios no hace falta congregarse.  Pero la realidad es que éste tipo de declaración no es completamente correcto.  Una persona puede ser fiel a Dios sin congregarse, pero eso no es lo normal o a lo que estamos llamados. 

Es verdad que el Espíritu Santo acompaña al creyente fiel en todo momento, pero si no nos fortalecemos en Él, si no fortalecemos nuestra fe, entonces nos convertiremos en una presa fácil para el enemigo.  Es por eso que en Efesios 6:10 encontramos que se nos dice: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.”  Y que mejor lugar para fortalecernos que en la iglesia o congregación.

La Palabra aquí nos dice: “…sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado.”  Tenemos que preparar nuestra mente siendo sobrios; quiero detenerme aquí por un breve momento y hacer una aclaración. 

Cuando una persona escucha la palabra “sobrio” en lo primero que piensa es en la bebida alcohólica, pero ésta palabra no es sola y exclusivamente usada para describir al que no está borracho.  Digo esto porque una persona puede quedar completamente embriagada, es decir en un estado de mente que no razona o reacciona correctamente, cuando solo busca satisfacer su apetito por los deseos de la carne, o las vanidades de ésta vida.  Y

una persona que hace esto es una persona que no sabe o no está dispuesto a esperar en la gracia de Dios.  Esto sucede porque como les dije hace un breve momento, todos aquí tenemos un concepto o idea de cómo y cuando deben suceder las cosas, pero las cosas en numerosas ocasiones no suceden como y cuando nosotros pensamos. 

Esto es algo que queda bien reflejado en 2 Pedro 3:8 cuando leemos: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.”  Lo que sucede es que la gran mayoría de nosotros no estamos dispuestos a esperar en el tiempo de Dios, y subsecuentemente forzamos las situaciones, y cuando hacemos esto entonces fallamos en esperar la gracia de Dios para con las cosas. 

Y es por eso que les digo que el primer paso para prepararnos para vencer es preparar nuestra mente.  Al igual que un deportista prepara su mente antes de un juego, nosotros tenemos que preparar nuestra mente.  Tenemos que hacer como encontramos en Efesios 4:22-24 cuanto leemos: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”  Y esto nos conduce al segundo paso.

Continuando con nuestro estudio leemos: “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia.” Cuando genuinamente deseamos ser vencedores, el segundo paso a seguir es preparar nuestro corazón.  ¿Sabían ustedes que la palabra “corazón” aparece en la Biblia más de 750 veces?  Ahora permítanme hacer otra pregunta: ¿creen ustedes que esto ha sucedido por coincidencia? 

Claro está en que no ha sido por coincidencia; no ha sido por coincidencia porque aunque la palabra corazón es usada para describir el órgano vital en cada uno de nosotros, en cuanto a la Palabra de Dios ésta palabra es usada para describir nuestros sentimientos. 

Y es por eso mismo que Mateo 15:19 encontramos que el Señor nos dice: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.”  Y cuando nuestro corazón se contamina de ésta manera, entonces la Palabra de Dios se hace infructuosa.  Cuando permitimos que nuestros sentimientos dominen nuestra manera de ser y pensar, entonces le damos lugar al enemigo para plantar los mal entendidos, las discordias, y la soberbia.

¿Qué podemos hacer para evitar que la Palabra de Dios se haga infructuosa en nuestra vida? 

Lo primero que tenemos que hacer es rendirnos a la voluntad de Dios y permitir que el Espíritu Santo sea quien nos guié en todo momento.  Recordemos siempre lo que nos dice las escrituras en Romanos 8:14 cuando leemos: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios…”  En otras palabras tenemos que escuchar al Espíritu Santo cuando nos habla y nos da convicción de las cosas. 

Tenemos que aprender a caminar en el Espíritu Santo en todo momento y no solo en ciertas ocasiones.  Si decimos que somos seguidores de Cristo tenemos que aprender a deshacernos de esos impulsos o deseos de la carne que nos alejan de la voluntad de Dios.  Recordemos siempre lo que encontramos en Gálatas 5:24-25 cuando leemos: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”  Dile a la persona que tienes a tu lado: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.”

Cuando nos rendimos a la voluntad de Dios, y cuando permitimos que el Espíritu Santo nos guíe en todo momento, entonces no existe situación que no podamos vencer.  Dios en Su infinita gracia ha permitido que el Espíritu Santo more en cada uno de nosotros con un propósito. 

En Juan 14:26 encontramos que el Señor nos dice: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.”  Aquí vemos claramente el propósito del Espíritu Santo, aquí vemos que Su propósito es guiarnos, fortalecernos, y darnos convicción de error y pecado. 

El Espíritu Santo nos cuida celosamente para que nunca nos apartemos de Dios. Él Espíritu Santo mora en nosotros derramando la Gracia de Dios en todo momento.  El “Consolador”; en momentos de debilidad, Él nos fortalece; en momentos de dolor, Él nos consuela; en momentos de dificultad, Él nos ayuda.

Pero para que se cumpla el propósito del Espíritu Santo en nuestra vida tenemos que preparar y/o acondicionar nuestro corazón.  ¿Cómo logramos esto?  La respuesta a nuestra la podemos encontrar con facilidad en Santiago 4:8 cuando leemos: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.”  Y esto nos conduce al tercer paso.

Continuando con nuestro estudio leemos: “…sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”  Habiendo ya cambiado nuestra manera de pensar, y acondicionado nuestro corazón para actuar de la manera que Dios desea que actuemos, el tercer paso a seguir es actuar en nuestra preparación. 

Como les he dicho en otras ocasiones, Dios habita en la santidad, y cuando nosotros perseveramos en habitar en la santidad, entonces Él nos revela nuestras debilidades y transgresiones.  ¿Qué quiere decir perseverar en la santidad?  La realidad de todo es que cuando se habla de perseverar en la santidad, una buena porción de los creyentes piensan que es que tienen que ser perfectos.  

Pero la gran realidad es que ésta manera de pensar es completamente equivocada, ninguno de nosotros somos perfectos, y por mucho que tratemos nunca lo seremos.  Esto es algo que queda muy bien reflejado en las palabras del apóstol en Romanos 7:15 cuando leemos: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.” 

Todos aquí hacemos cosas que después que pensamos en ellas no nos podemos explicar porque actuamos de esa forma; en otras palabras todos nos quedamos corto de la perfección de Dios.  El hombre no es perfecto, solo existe uno perfecto y esto es algo que queda bien claro en Hebreos 7:28 cuando leemos: “Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre.” El único prefecto es Jesús.  Ahora bien, deseo detenerme aquí por un breve momento y hacer una aclaración.

Con lo que les he dicho, no he dicho ni implicado que porque no somos perfectos tenemos una licencia para pecar.  La Palabra aquí es muy clara y nos dice: “…sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir.”  Lo que si les he dicho es que tenemos que perseverar en la santidad.  

Lo que esto significa es que no podemos reincidir en el pecado.  En otras palabras, cuando recibimos convicción de que lo que estamos haciendo no es agradable a Dios, entonces no podemos continuar haciéndolo.  Cuando recibimos convicción de que lo que estamos haciendo o hemos hecho no agrada a Dios, primero de todo debemos arrepentirnos ante nuestro Padre celestial; segundo, si es necesario, pedirle perdón a aquellos que quizás hallamos herido con nuestras acciones. 

Perseverar en la santidad no es que seamos perfectos en toda nuestra manera de ser, sino es esforzarnos a ser más como Jesús en todo momento.  Perseverar en la santidad no es que seamos súper religiosos, y que adoptemos una actitud de ser más santos que el santísimo. 

Perseverar en la santidad es como nos dice el Señor en Marcos 12:30-31 cuando leemos: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. 31Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.” 

Perseverar en la santidad no es hacer las cosas por obligación o religión; perseverar en la santidad no es dejar de hacer las cosas por temor de ser castigados o condenados.  Perseverar en la santidad es hacerlo todo por el amor que sentimos por nuestro Padre celestial.

Para concluir.

Para que un deportista pueda servir de uso en su equipo, el deportista tiene que entrenar.  El deportista tiene que entrenar su mente, en otras palabras tiene que saber las reglas y regulaciones del deporte.  El deportista tiene que entrenar su corazón, como les dije al inicio, cualquiera no puede durar 90 minutos en una cancha de fútbol.  Y después de su entrenamiento, el deportista tiene que usar todo lo que ha recibido para poder servirle de bien a su equipo.

El cristiano no es nada diferente; el cristiano tiene que entrenarse si desea servir a Dios correctamente.  El cristiano tiene que iniciar cambiando su manera de pensar; tenemos que renovar nuestros pensamientos; tenemos que tener conocimiento de la Palabra de Dios.  El cristiano tiene que entrenar su corazón; esto quiere decir que tenemos que dejar atrás las memorias del pasado, y tenemos que movernos siempre hacia el amor de Dios.

Tenemos que abandonar todo resentimiento, discordia, y soberbia, y entregarnos completamente al amor de Dios.  De no preparar nuestro corazón, entonces no duraremos mucho en la fe, sino que pronto caeremos desilusionados y derrotados por los golpes de éste mundo.  Si queremos ser vencedores y genuinamente agradar a nuestro Padre celestial, entonces tenemos que usar todo lo que hemos aprendido, y perseverar en una vida de santidad.  El atleta o deportista se entrena rigurosamente, ahora la pregunta que queda es: ¿te entrenaras tú?

[1] Diccionario de la Real Academia Española

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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