Estudios Bíblicos
Estudios Bíblicos Prédica de Hoy: Los dones .. El poder olvidado
Tema: Por qué los dones del Espíritu importan más que nunca
Introducción
En círculos cesacionistas, a menudo se insiste en que los dones del Espíritu Santo, particularmente los milagrosos como la profecía, las lenguas y las sanidades, fueron necesarios solo en los primeros días de la iglesia.
El argumento central es que estos dones tenían un propósito específico: confirmar y autenticar el mensaje de los apóstoles en una época en la que la iglesia estaba en sus inicios y las Escrituras aún no se habían completado. Estos dones, se dice, eran como un sello divino para afirmar que el mensaje de Cristo era verdadero. Una vez cumplido ese propósito y con el canon bíblico establecido, afirman que los dones ya no eran necesarios.
Hebreos 2:3-4 es un pasaje que se cita con frecuencia para apoyar esta postura: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación, anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales, prodigios, diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”.
Para los cesacionistas, esto es una evidencia de que las señales y maravillas fueron una ayuda temporal, limitada a la era apostólica. Ahora que tenemos la Escritura completa, afirman, ya no hay necesidad de manifestaciones sobrenaturales; el evangelio es evidente y suficiente por sí mismo.
Sin embargo, como pentecostales, no podemos dejar de ver la incompletitud de esta perspectiva. Nos preguntamos: ¿realmente creemos que Dios ha dejado de moverse en medio de nosotros? ¿Es posible que la iglesia, que sigue enfrentando retos espirituales y batallas de fe, ya no necesite del poder del Espíritu Santo en su máxima expresión? Nuestra respuesta es un firme y claro no.
Los dones del Espíritu no fueron solo para un momento fundacional espectacular; eran, y siguen siendo, un recurso vital para la edificación y el fortalecimiento de la iglesia. Cuando Pablo nos habla sobre los dones en 1 Corintios 12-14, no los presenta como herramientas que caducan, sino como partes esenciales de la vida del cuerpo de Cristo.
Es cierto, la Palabra de Dios es suficiente, pero debemos recordar que “suficiente” no significa separada de la obra continua del Espíritu. Los dones no compiten con la Escritura; la complementan y la manifiestan en la vida práctica, mostrando al mundo que el evangelio no es solo un conjunto de verdades bien ordenadas, sino una realidad viva que transforma vidas.
Mientras el Reino de Dios siga avanzando y mientras enfrentemos la necesidad de mostrar el poder de Dios al mundo, los dones del Espíritu siguen siendo tan relevantes y necesarios hoy como lo fueron en los tiempos de los apóstoles.
LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO FRENTE A LA INCREDULIDAD MODERNA
Vivimos en una era marcada por el escepticismo y el racionalismo. Con el avance de la ciencia y la tecnología, la fe ha sido desplazada en muchas sociedades, creando una mentalidad donde solo lo que puede probarse mediante métodos empíricos es aceptado como verdad.
Sin embargo, la iglesia primitiva enfrentó un desafío similar. Cuando los apóstoles predicaban el evangelio, lo hacían acompañados de señales y prodigios que confirmaban el mensaje (Hechos 2:43; 4:30). Estos actos sobrenaturales no eran meramente demostraciones de poder, sino una validación divina de la verdad de su proclamación, mostrando que Dios estaba obrando en medio de su pueblo.[1] Esta confirmación sobrenatural fue clave para establecer la credibilidad del evangelio en un mundo que, al igual que hoy, demandaba evidencia tangible.
Hoy, los dones del Espíritu, como la sanidad, el don de milagros y el hablar en lenguas, siguen cumpliendo una función semejante. Cuando Pablo escribió a los corintios, les recordó que su predicación no se basó “en palabras persuasivas de humana sabiduría, sino en demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4-5, NVI).
Esta demostración no era opcional ni un añadido superficial; era el núcleo de una proclamación efectiva. En una sociedad que duda y rechaza lo espiritual, necesitamos esa misma demostración de poder. Un argumento bien articulado puede ser apreciado, pero solo cuando está acompañado por la acción visible de Dios, el mundo comienza a reconocer que la fe cristiana es más que una filosofía o un conjunto de principios morales; es una vida transformada por el Espíritu Santo.[2]
El libro de los Hechos ilustra claramente cómo los dones del Espíritu Santo fueron esenciales para la expansión del evangelio. La sanidad del cojo en la puerta del templo (Hechos 3:6-10) no solo atrajo la atención de la multitud, sino que proporcionó a Pedro y Juan la oportunidad de predicar con valentía sobre Jesús resucitado.
Esto nos muestra que los dones no solo edificaban a los creyentes, sino que también servían como un testimonio vivo para aquellos que dudaban. ¿Podemos hoy prescindir de tales demostraciones de poder? La historia y la Escritura nos dicen que no. Si la iglesia primitiva, con la presencia física de los apóstoles y la reciente resurrección de Jesús, necesitó del poder sobrenatural para avanzar, ¡cuánto más lo necesitamos nosotros en una era de escepticismo profundo![3]
El argumento de que los dones eran solo para la era fundacional del cristianismo no se sostiene a la luz de la evidencia bíblica. En 1 Corintios 12-14, Pablo enseña a la iglesia acerca del uso adecuado y continuo de los dones. No presenta los dones como algo temporal, sino como una parte vital del cuerpo de Cristo que debía mantenerse viva y operativa.
“Así también vosotros, puesto que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia” (1 Corintios 14:12). Este mandato no se limita a la primera generación de creyentes, sino que sigue vigente para nosotros hoy. La Escritura nunca indica que los dones cesarían antes del retorno de Cristo; de hecho, su función es fortalecer y capacitar a la iglesia para cumplir su misión en un mundo caído.[4]
Además, la lógica cesacionista que sostiene que los dones eran solo para validar el mensaje en su etapa inicial subestima la necesidad constante de la manifestación del poder de Dios en la vida diaria de la iglesia. Vivimos en un mundo en el que la oscuridad espiritual no ha disminuido, sino que se ha intensificado.
Las palabras de Jesús en Marcos 16:17-18 siguen resonando: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Estas promesas son un recordatorio de que el poder de Dios no es un vestigio del pasado, sino una realidad presente y activa.[5]
Por tanto, los dones del Espíritu son una respuesta divina a la necesidad de fe genuina en medio de una cultura incrédula. No estamos llamados a conformarnos con un cristianismo meramente intelectual o moral, sino a vivir y manifestar la plenitud del evangelio, en palabra y en poder.
EL PLURALISMO RELIGIOSO Y LA AUTENTICIDAD DEL CRISTIANISMO
El pluralismo religioso es una característica ineludible de nuestra época. El pluralismo religioso se define como la coexistencia de múltiples tradiciones y sistemas de creencias religiosas dentro de una sociedad o entorno. Desde una perspectiva filosófica y teológica, el pluralismo religioso también puede referirse a la idea de que ninguna religión tiene el monopolio de la verdad espiritual o salvación, y que las diferentes religiones pueden contener aspectos de la verdad. ¿Notas el problema que esto representa para el cristianismo con su visión exclusivista?
El cristianismo puede considerarse una comunidad de fe exclusivista porque, en su núcleo doctrinal, afirma que la verdad absoluta y la salvación se encuentran únicamente en Jesucristo. Las declaraciones bíblicas de exclusividad, como “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6), subrayan la convicción de que la única forma de reconciliación con Dios es a través de Jesucristo.
Esta creencia es fundamental en la teología cristiana y establece una clara distinción entre el cristianismo y otras religiones o sistemas de creencias. La idea de que Jesús es el único mediador entre Dios y la humanidad (1 Timoteo 2:5) refuerza esta exclusividad.
De este modo, el pluralismo religioso representa un desafío para el cristianismo porque cuestiona sus afirmaciones de verdad absoluta, su misión evangelística y su identidad doctrinal. Pero, ¿Cómo probamos que nuestro mensaje, y el Dios que predicamos, es realmente lo que dice ser?
Puesto que las personas están expuestas a una variedad de creencias y sistemas espirituales, cada uno proclamando ser portador de la verdad, no es suficiente para nosotros, como creyentes, ofrecer una defensa meramente racional del evangelio. Ellos han elegido no creer en la inspiración divina de la Biblia ¿qué podría convencerlos? Al oír el Evangelio lo perciben como un mito o meras locuras procedentes de fanáticos religiosos ¿cómo podremos persuadirlos a abrir su corazón al mensaje? ¿con meros argumentos?
Quizá eso funcione en algunos casos y con algunas personas, pero lo cierto es que la realidad espiritual en la que vivimos demanda una demostración tangible del poder de Dios que respalde nuestro mensaje. Pablo enfrentó un escenario similar en la Atenas del siglo I, un lugar plagado de ídolos y lleno de debates filosóficos (Hechos 17:16-34).
Cuando presentó el evangelio en el Areópago, apeló tanto a la razón como a la revelación, pero la iglesia primitiva no se limitó a palabras persuasivas; su testimonio estaba respaldado por la demostración del poder de Dios (1 Tesalonicenses 1:5). La Escritura nos muestra que el poder del Espíritu era un elemento esencial para autenticar la fe cristiana en medio de una pluralidad de voces.[6]
Los dones del Espíritu Santo, como las sanidades y los milagros, confirman el mensaje del evangelio al demostrar que Dios está actuando en medio de su pueblo. Cuando los apóstoles predicaban, lo hacían acompañados de señales que validaban su predicación (Hechos 2:43; 5:12).
Estas señales eran una muestra del respaldo divino al mensaje cristiano, tal como se ve en la sanidad del paralítico en Hechos 3:6-8, donde el milagro atrajo a la multitud y proporcionó la oportunidad para que Pedro proclamara a Jesús como el Mesías resucitado.[7]
En un mundo donde muchas religiones y filosofías claman tener la verdad, los dones del Espíritu Santo diferencian al cristianismo al mostrar que su fuente es un Dios vivo que interviene de manera tangible en la vida de las personas. ¿Puede ofrecer esto el islam, el budismo, la religión hindú o las diversas filosofías religiosas de Oriente, como el taoísmo, el sintoísmo o el confucianismo?
Mientras otras creencias pueden ofrecer principios éticos o prácticas espirituales, pocas pueden demostrar evidencia sobrenatural como el poder de Dios actuando en tiempo real (1 Corintios 4:20). Los dones, como la profecía y las sanidades, son un testimonio de que el Dios del cristianismo no solo se comunica con su pueblo, sino que lo hace de una manera personal y transformadora.[8]
Cuando Jesús envió a sus discípulos, les dijo que anunciaran que “el Reino de Dios se ha acercado” y que lo demostraran “sanando enfermos, resucitando muertos, limpiando leprosos y echando fuera demonios” (Mateo 10:7-8).
Las manifestaciones de los dones, como la expulsión de demonios y la sanidad, son una evidencia visible de que el Reino de Dios está presente y activo, diferenciando al cristianismo como una fe que no solo promete un futuro eterno (lo cual hacen todas las religiones), sino que impacta el presente con poder real, auténtico, transformador y, sobre todo, accesible para nosotros hoy.[9]
Cuando las personas ven la obra de Dios a través de milagros, sanidades o palabras de conocimiento, se despierta un interés genuino por la fe cristiana. Esto lo vemos en la experiencia de Pedro en Pentecostés (Hechos 2:14-41), donde las lenguas y los milagros atrajeron a la multitud y llevaron a la conversión de tres mil personas.
Los dones son una forma en que el Espíritu Santo convence al mundo de la verdad del evangelio y de la superioridad de su mensaje frente a otros sistemas que compiten por la fe de las personas.[10]
De esta manera, la demostración de los dones actúa como una poderosa herramienta evangelística, ya que cuando se manifiestan los dones, se confirma que el Espíritu Santo está presente y activo en medio de la congregación, cumpliendo la promesa de Jesús de que estaría con nosotros hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Este respaldo continuo muestra que el cristianismo no es una religión muerta o institucional, sino una fe viviente en un Dios que se deleita en habitar con su pueblo.[11]
Los dones de milagros y sanidades también sirven como testimonio de que el Dios que predicamos tiene control absoluto sobre la creación. Cuando el poder de Dios se manifiesta para sanar enfermedades o para intervenir de manera sobrenatural, se reafirma que no hay límites para Su obra.
Estos actos son un testimonio visible de Su dominio sobre el orden natural, mostrando que el Dios de la Biblia no es solo un creador distante, sino un Señor que interactúa con su creación y la sostiene. [12] Así, los dones espirituales y su manifestación no solo corroboran que el Evangelio de Jesucristo es el único mensaje de salvación divinamente aprobado, sino que, efecto, en un mundo de falsas deidades y falsos salvadores, solo el Dios de la Biblia es el único Dios verdadero y Jesucristo, en cuyo nombre dichos milagros y señales se efectúan, es el único camino hacia Dios.
Además, si consideramos la naturaleza del cristianismo como una fe basada en la relación con un Dios vivo (algo que, en esencia, ninguna otra religión puede ofrecer), es lógico que esta relación se manifieste de maneras visibles y sobrenaturales. Los dones espirituales, por tanto, son una expresión de la vida activa de Dios en medio de su pueblo.
El cristianismo, cuando se priva de estos dones, corre el riesgo de volverse una mera filosofía o un sistema ético, pero con la manifestación de los dones, se revela como una experiencia transformadora que va más allá de lo que cualquier religión o sistema de creencias humanas puede ofrecer.[13]
LA RESPUESTA AL ENGAÑO SATÁNICO, LAS IMITACIONES E IMPOSTURAS ESPIRITUALES
La proliferación de prácticas esotéricas, el ocultismo y la brujería ha alcanzado un punto sin precedentes en nuestra época. Desde la popularización de los horóscopos y la astrología hasta las profundidades de la magia ritual, vemos un mundo que anhela poder y control espiritual, pero que busca en fuentes equivocadas.
Esta realidad no es nueva; en los tiempos de Moisés, los magos de Egipto intentaron replicar los milagros que Dios realizó a través de él, como convertir un bastón en serpiente. Sin embargo, su poder fue limitado y derrotado cuando la serpiente de Aarón devoró las serpientes de los magos (Éxodo 7:10-12), demostrando que, aunque el poder del mal es real, el poder de Dios es incomparable y supremo y que, tal como la Escritura nos enseña, ningún poder en el cielo o en la tierra se puede igualar al de nuestro Dios.[14]
En medio de esta búsqueda desenfrenada de experiencias espirituales, los dones del Espíritu, como el discernimiento de espíritus (1 Corintios 12:10), se vuelven más cruciales que nunca. Este don permite a los creyentes identificar y contrarrestar los engaños que se presentan como luz pero que provienen de la oscuridad.
Pablo advirtió sobre los engaños de Satanás, que se disfraza “como ángel de luz” (2 Corintios 11:14), y resaltó la necesidad de estar equipados con discernimiento espiritual. Este don es una herramienta divina para proteger a la iglesia de las trampas sutiles del enemigo, que pueden incluso infiltrarse en formas aparentemente inofensivas de espiritualidad moderna.[15]
Jesús mismo nos advirtió sobre la proliferación de falsos profetas y falsas señales en los últimos días, y enfatizó que estos falsos líderes serían capaces de realizar grandes milagros y prodigios para intentar engañar “aun a los elegidos” (Mateo 24:24, NVI).
Este es un recordatorio claro de que, sin el discernimiento que proviene del Espíritu Santo, podríamos ser vulnerables a estos engaños. [16] Los dones del Espíritu, por lo tanto, no son opcionales ni accesorios; son esenciales para la supervivencia y la integridad espiritual de la iglesia. Firmemente asidos a la Escritura, el ejercicio de los dones nos capacita para discernir entre lo santo y lo profano, entre la verdad y la mentira (Hebreos 5:14).
Estos dones también nos sirven como un recordatorio visible de que el Dios al que servimos es un Dios activo, que se involucra en nuestras vidas y nos equipa para enfrentarnos al mundo espiritual. Cuando observamos los relatos de la iglesia primitiva, es evidente que el poder de Dios no solo protegía, sino que también exponía y confrontaba las obras del mal, como ocurrió cuando Pablo, lleno del Espíritu Santo, reprendió al mago Elimas y reveló su verdadera naturaleza (Hechos 13:8-11).
Es francamente paradójico que el cesacionismo afirme que Dios ya no actúa con señales y prodigios mientras, al mismo tiempo, muchos reconocen que el poder satánico sigue obrando con fuerza a través de la brujería, el ocultismo y otras manifestaciones malignas (y esto no solo en el “tercer mundo supersticioso” sino también en países “desarrollados” donde tales prácticas florecen como la mala hierba).
Es como si estuviéramos diciendo que Dios ha decidido quedarse con las manos atadas mientras el diablo se pasea con plena libertad y poder. ¿Es esta la visión que tenemos del Todopoderoso? ¿Un Dios que se retira del escenario espiritual y deja que las tinieblas dominen sin respuesta? No hay mayor contradicción que esa.
El cesacionismo, en su intento de ser racional, termina pintando un panorama absurdo: un campo de batalla donde el enemigo avanza a sus anchas mientras la iglesia se queda sin armas, como un ejército desarmado en medio de una guerra. ¿De verdad creemos que nuestro Dios nos enviaría a pelear sin darnos las herramientas necesarias?
Pablo nos dice en Efesios 6:12 que “nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra principados y potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo”.
Entonces, ¿por qué alguien podría pensar que Dios nos dejaría sin el poder del Espíritu Santo, sin los dones que Él mismo prometió para enfrentar estas batallas?[17]
Jesús fue claro al prometer que sus seguidores harían “obras mayores” que las que Él hizo (Juan 14:12, NVI). Esto no era un adorno literario ni un gesto simbólico. Era una promesa firme de que el poder divino continuaría manifestándose a través de Su iglesia.
Sin embargo, el cesacionismo parece ignorar esta promesa y afirmar que Dios ha cesado de moverse con poder, mientras que el enemigo sigue realizando sus engaños y prodigios falsos. ¿Cómo se puede sostener que el diablo continúa operando y Dios, por otro lado, se ha retirado al margen? Esto es como decir que el Dios que derrotó a los magos de Egipto (Éxodo 7:10-12) y que humilló al mago Elimas a través de Pablo (Hechos 13:8-11) ahora se ha vuelto pasivo y distante.[18]
El cesacionismo, al limitar la acción divina, pone a la iglesia en una posición indefensa. ¿Nos dejaría Dios sin armas en medio de esta guerra espiritual? ¿Nos pediría que enfrentemos el engaño satánico sin el don de discernimiento de espíritus (1 Corintios 12:10), sin profecía, sin sanidad?
Sería como mandar a soldados al frente de batalla sin espadas, mientras el enemigo blande sus armas a diestra y siniestra. Pero nuestro Dios no es un general negligente; es el Señor de los ejércitos, el que nos equipa para que las armas de nuestra milicia no sean “carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4).[19]
La realidad es que la Escritura y la historia nos muestran un Dios que actúa con poder y autoridad, y que no ha dejado a su iglesia desamparada. Los dones del Espíritu no son un capricho del pasado; son la evidencia de que Dios sigue siendo Dios, que sigue siendo poderoso y activo en medio de su pueblo.
Negar la vigencia de los dones es negar una parte fundamental de la naturaleza de Dios y su compromiso con nosotros. En un mundo donde las fuerzas del mal se manifiestan sin tapujos, nosotros no podemos permitir que una teología limitada y seca ate las manos de Dios y deje al pueblo de Dios a merced del enemigo.
Los dones del Espíritu no solo protegen a la iglesia, sino que también la posicionan como un faro de verdad en medio de un mar de falsedades. Nos capacitan para actuar con autoridad, discernir con claridad y testificar con poder. Solo con el poder del Espíritu podemos estar preparados para enfrentar estos desafíos y mostrar al mundo que el Dios al que servimos es real, poderoso y presente.[20]
LA EDIFICACIÓN Y PREPARACIÓN DE LA IGLESIA PARA LA MISIÓN
La iglesia tiene un mandato claro de Cristo: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Este mandato no puede cumplirse únicamente con estrategias humanas; requiere del empoderamiento del Espíritu Santo. Cuando la iglesia usa los dones del Espíritu en el cumplimiento de la misión, se convierte en una manifestación viva del Reino de Dios.[21]
Pretender cumplir este mandato únicamente con estrategias humanas es un error que muchas denominaciones históricas han cometido, y en ello ha residido, en gran parte, el declive de su crecimiento. Las estadísticas muestran que aquellas iglesias que han abandonado la expectativa de lo sobrenatural y han optado por enfoques puramente racionales y humanistas están disminuyendo en número. En contraste, las que han abrazado elementos pentecostales y carismáticos, con un énfasis en los dones del Espíritu, están experimentando un crecimiento sostenido.[22]
El uso de los dones del Espíritu no es un lujo; es una necesidad para cumplir el mandato de Jesús. No se trata de adornos espirituales o de experiencias emocionales sin propósito; son herramientas divinas diseñadas para capacitar a la iglesia en su misión. En Hechos 1:8, Jesús les dijo a sus discípulos: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
Pedro y los apóstoles comprendieron esto y, en Pentecostés, la iglesia fue testigo de un avivamiento impulsado por el poder del Espíritu Santo, donde tres mil personas se añadieron en un solo día (Hechos 2:41). La demostración de poder espiritual es lo que llevó a muchos a reconocer que el evangelio no era solo palabra, sino también espíritu y vida.[23]
Esta misma relevancia de los dones espirituales se observa también en la iglesia contemporánea, y es evidente cuando observamos el crecimiento de movimientos pentecostales y carismáticos. Estas comunidades, que abrazan el mover del Espíritu Santo, han demostrado ser las más dinámicas y de mayor crecimiento en el cristianismo actual.
Esto se debe a que no confían únicamente en estrategias humanas, sino que dependen del empoderamiento divino para cumplir su misión.[24] Los dones permiten que la iglesia no solo proclame el Reino de Dios, sino que lo manifieste a través de sanidades, liberaciones y otras obras poderosas. Como resultado, las personas ven que el Dios de la Biblia no es solo una figura histórica (o peor aún, mitológica), sino un Dios que actúa en el presente.[25]
Pablo subraya que los dones son para la edificación de la iglesia hasta que todos lleguemos “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:13). Este proceso de edificación es continuo y requiere del poder del Espíritu en su plenitud. Las iglesias que han adoptado un enfoque cesacionista, limitando el poder y la obra del Espíritu, corren el riesgo de volverse meramente intelectuales y perder la vitalidad que caracteriza al cristianismo del Nuevo Testamento.[26] Por otro lado, las iglesias que buscan y valoran los dones del Espíritu encuentran un renovado sentido de misión y relevancia.
La Escritura es clara: Dios no nos dejó solos ni nos pidió que enfrentáramos un mundo en crisis con nuestras propias fuerzas. Nos ha provisto del Espíritu Santo y sus dones para capacitarnos en toda buena obra (2 Timoteo 3:17). Si reconocemos que la batalla espiritual sigue activa, ¿por qué no aceptaríamos también que Dios nos ha equipado con las herramientas necesarias para enfrentarlas?
El cesacionismo, con su enfoque limitado, debilita la capacidad de la iglesia de operar en el poder que el mismo Jesús prometió. Nosotros, como pueblo de Dios, debemos buscar y abrazar los dones del Espíritu, entendiendo que son vitales para cumplir la Gran Comisión y para ser la manifestación viva del Reino de Dios en la tierra.[27]
SOLO TENEMOS UNA OPCIÓN: RESPONDER A LOS NUEVOS DESAFÍOS CON EL PODER DEL ESPÍRITU
Los dones del Espíritu no solo demuestran la autenticidad del mensaje, sino que también proveen respuestas concretas a las necesidades de las personas. Las iglesias que operan en los dones espirituales se convierten en lugares donde las personas encuentran sanidad, libertad y dirección divina. Jesús ministró con compasión, sanando a los enfermos y liberando a los oprimidos (Lucas 4:18). Este mismo ministerio continúa a través de su iglesia, equipada con los dones del Espíritu.
La necesidad contemporánea de los dones del Espíritu Santo no solo es evidente, sino imperativa. Enfrentando la incredulidad moderna, el pluralismo religioso y las fuerzas del mal, los dones confirman la verdad del evangelio y capacitan a la iglesia para su misión.
A través de ellos, la fe cristiana se demuestra como una fe viva, enraizada en el poder de Dios y capaz de responder a los desafíos de un mundo en crisis. Así como la iglesia primitiva fue un testimonio del poder de Dios, la iglesia de hoy debe seguir siendo un reflejo de su gloria mediante la obra del Espíritu Santo (1 Corintios 4:20).
BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS:
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[3] Bruce, F. F. (1988). The Book of the Acts. Eerdmans, p. 94.
[4] Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 103.
[5] Macchia, F. D. (2006). Baptized in the Spirit: A Global Pentecostal Theology. Zondervan, p. 87.
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[7] Marshall, I. H. (2008). Acts: Tyndale New Testament Commentaries. IVP Academic, p. 109.
[8] Keener, C. S. (2011). Miracles: The Credibility of the New Testament Accounts. Baker Academic, p. 197.
[9] Warrington, K. (2008). Pentecostal Theology: A Theology of Encounter. T&T Clark, p. 221.
[10] Carson, D. A. (1996). Showing the Spirit: A Theological Exposition of 1 Corinthians 12-14. Baker Academic, p. 162.
[11] Grudem, W. (1994). Systematic Theology: An Introduction to Biblical Doctrine. Zondervan, p. 103.
[12] Macchia, F. D. (2006). Baptized in the Spirit: A Global Pentecostal Theology. Zondervan, p. 87.
[13] Warrington, K. (2008). Pentecostal Theology: A Theology of Encounter. T&T Clark., p. 221.
[14] Kaiser, W. C. (2008). Exodus: A Commentary. Zondervan, p. 54.
[15] Wagner, C. P. (1999). Engaging the Enemy: How to Fight and Defeat Territorial Spirits. Regal Books, p. 87.
[16] Mounce, R. H. (2013). Matthew: New International Biblical Commentary. Hendrickson Publishers, p. 293.
[17] Keener, 2011, p. 255.
[18] Bruce, F. F. (1988). The Book of the Acts. Eerdmans, p. 207.
[19] Warrington, 2008, p. 193.
[20] Macchia, 2006, p. 112.
[21] Ladd, G. E. (1993). A Theology of the New Testament. Eerdmans, 1993, p. 89.
[22] Warrington, 2008, p. 193.
[23] Keener, 2011, p. 197.
[24] Anderson, A. (2004). An Introduction to Pentecostalism: Global Charismatic Christianity. Cambridge University Press, p. 67.
[25] Ladd, 1993, p. 92.
[26] Macchia, 2006, p. 112.
[27] Warrington, 2008, p. 198.
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